CORONEL
LORENZO LUGONES: UN HEROE SANTIAGUEÑO
Dedicado
a mis nietos Facundo Lorenzo Lugones y Santiago L. Lugones, descendientes de
éste.
El 10 de agosto de 1796 nace en Pampallasta, Santiago del Estero. Muy
joven, a los 14 años de Edad, se incorporó al ejercito, al Cuerpo de Patricios
Santiagueños, bajo las órdenes del Coronel Juan Francisco Borges. Combatió en las
derrotas de Cotagaita y Desaguadero. También en la primera victoria de las
armas argentinas en Suipacha, bajo las ordenes de los jefes patriotas que
sucesivamente asumieron el mando del Ejército del Norte, como Francisco Ortiz
de Ocampo, Antonio González Balcarce, Juan José Castelli y Juan Martín de
Pueyrredón, participando del ulterior repliegue del ejército hasta la ciudad de
Jujuy. Luego de la derrota de Desaguadero Pueyrredón renuncia al mando, y
Manuel Belgrano es designado en la Jefatura del Ejército del Norte.
Belgrano llegó a Jujuy el 19 de mayo de 1812 para hacerse cargo. Informado de la
desmoralización que en parte había invadido a los oficiales, Belgrano prefiere
hablarles en privado y los recibe de pie, en su tienda: -“Señores, tenemos
una larga campaña por delante y deseo contar con la colaboración de todos
ustedes. El que no tenga bastante
fortaleza de espíritu para soportar con energía los trabajos que le esperan,
puede pedir su licencia.” Hay leves
movimientos de cabeza y crispaturas de manos. A algunos de aquellos hombres el
nuevo jefe ya los conoce. Belgrano escruta a todos, como si tratara de adivinar
el pensamiento de cada uno. Sabe que hay jefes que pueden considerarse con más
títulos que él para el mando del ejército, sobre todo las figuras destacadas,
que son los coroneles Eustaquio Díaz Vélez y Juan Ramón Balcarce, ambos
veteranos, y el último considerado como uno de los más expertos jefes de caballería.
Pero sin embargo advierte en la oficialidad muestras de particular simpatía.
Muchos de esos oficiales se harán célebres en diversos terrenos: José María
Paz, Manuel Dorrego, Cornelio Zelaya, Rudecindo Alvarado, Gregorio Aráoz de La
Madrid, Lorenzo Lugones. Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la
llama inextinguible de un patriotismo exaltado. “-Señores -prosigue
Belgrano-, se me ha informado de cierto desasosiego en este ejército. Sin embargo,
atribuyo la deserción y el desaliento de la tropa más a la clase de oficiales
que a los mismos soldados, pues éstos, como cuerpos inertes, se mueven a
impulso de aquellas palancas. Parece que algunos se deleitasen en decir a
cuantos ven, que apenas habrá 200 fusiles en el ejército. Esto que habrían de reservarse
lo propalan, y sin conseguir remedio sólo se causa desaliento entre estos
habitantes que parecen de nieve respecto a esta empresa.”
De camino a Jujuy, y sin conocer aún la carta por la que se lo
reprendía, Belgrano decidió festejar la fecha patria del 25 de mayo bendiciendo
la bandera celeste y blanca. El coronel Lorenzo Lugones, testigo del episodio,
cuenta que a orillas del río Pasaje (hoy Juramento) el general hizo formar a su
ejército e hizo ratificar el juramento prestado meses antes en las Barrancas
del Paraná. Así lo relata: “"
Llegamos al río Pasaje, punto de reunión para el ejército; aquí se recuerda un
acto solemne digno de la historia. Habiendo el ejército formado en parada
conforme a la orden general, se presentó en el cuadro Belgrano con una bandera
blanca y celeste en la mano que colocó con mucha circunspección y reverencia en
un altar situado en medio del cuadro; proclamó enérgica y alusivamente y
concluyó diciendo:
"Este será el color de la
nueva divisa con que marcharán a la lid los nuevos campeones de la
Patria".¡Oh Bandera de mi patria guerrera! ¡Signo precioso de la libertad,
inmortal divisa de la noble igualdad; yo también en ese día, acaso el más joven
de los guerreros de este tiempo, en medio de todo un ejército que desfilaba por
delante de ti, a tus pies, juré por la Patria, en cien batallas vencer o morir!
El ejército ratificó su juramento
besando una cruz que formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente
sobre el asta de la bandera: con este ceremonial concluyó el acto y el ejército
quedo dispuesto para la primera señal de partida.
A distancia de cien pasos del río,
sobre la ribera que gira al oeste, a la altura de un notable barranco, había un
árbol que, por su magnitud, se distinguía sobre todos los de sus cercanías;
limpiando una parte de su corteza, hacia media altura de un hombre, en medio de
un círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco de un árbol se grabó una
inscripción que decía: Río Juramento, y méas bajo, la siguiente estrofa:
Triunfareís de los tiranos
y a la patria dareís gloria,
si, fieles americanos,
juraís obtener victoria.
Esta versión pertenece a la
obra "Recuerdos Históricos" del coronel Lorenzo Lugones, testigo del
episodio.
El 24 de agosto entraba la vanguardia realista en Jujuy. El general
Manuel Belgrano encabezó la ordenada retirada, gesta conocida como el
"Éxodo Jujeño". Jujuy soportó once invasiones realistas. Lorenzo
Lugones participó de la victoria de Tucumán librada el 24 de Septiembre de
1812, que significó para la Revolución, un tiempo de regocijo y de renovada
esperanza Por fin el 20 de febrero de 1813, se produjo la batalla de Salta que
selló la suerte del ejercito realista. El 20 de febrero de
1813, tras el triunfo argentino en la
Batalla de Salta, el santiagueño Lorenzo Lugones es nombrado Alférez de
Compañía, por su destacada actuación en combate.
Participó en otras acciones durante la Guerra de la Independencia,
sirviendo a las órdenes de los generales González Balcarce, Rondeau, Aráoz de
La Madrid y Belgrano. En 1829, fue Jefe del Estado Mayor del General José M.
Paz en la sangrienta Batalla de La Tablada. Perseguido por los federales, se
radicó en Bolivia. Allí para atender a su sustento, fue panadero. Caído Juan M.
Rosas, volvió al país en 1854, estableciéndose en Tucumán. El Gobierno le
otorgó los despachos de Coronel el 29-05-1856. Falleció el 20 de enero de 1868
en la pobreza.
En su honor hay calles con su nombre, así como plazas. También la
escuela de cadetes de la Policía de Santiago el Estero se denomina Coronel
Lorenzo Lugones. El COMANDO DE REMONTA Y VETERINARIA del
Ejercito también se llama “Coronel Lorenzo Lugones”.
Dalmiro Coronel Lugones, nieto de Lorenzo Lugones, poeta, folklorista, investigador del folklore, guionista, le dedicó este romance:
"Romance del Coronel Lorenzo Lugones"
En el antiguo Atamisqui
corría el noventa y seis
de San Lorenzo era el día
y de agosto era el mes.
La heredad de Pampallajta
qué hermosa estaba esta vez,
el viento le hablaba al río
de un íncito acontecer.
Allá Lorenzo Lugones
nacía al amanecer
el destino lo signaba
para el bronce y el laurel.
Linaje hidalgo heredaba
de esos Lugones de prez
que de Luna recordaban
los sus blasones traer.
De esos ilustres Lugones
que hubieron de merecer
la gloria por sus servicios
a Dios, a España y al Rey.
La Gazeta Federal publicó sobre éste parte de sus memorias:
LORENZO LUGONES (1796 - 1868) Memorias sobre la Gesta Emancipadora del Ejército del Norte
Coronel Lorenzo Lugones
Breve reseña biogáfica
Lorenzo Lugones nació en Santiago del Estero el 10 de
agosto de 1796 y murió en Tucumán el 21 de enero de 1868. A los 14 años de edad
se incorporó al ejercito, al Cuerpo de Patricios Santiagueños. Como guerrero de
la independencia, combatió en todas las batallas libradas por el Ejército
Auxiliar del Perú en las campañas del Norte.
Introducción
Al emprender un trabajo tan superior á mis fuerzas y
ajeno hasta cierto punto de mi profesion, he tenido en cuenta concurrir con mi
grano de arena al esclarecimiento de la verdad histórica de mi país,
trasmitiendo á la posteridad en su verdadero punto de vista, los distinguidos
hechos de tantos varones ilustres, hijos beneméritos de la Patria.
Estos apuntes no serán un modelo de elocuencia y
erudicion, ni encontrarán los que los lean aquel estilo florido de otros
escritores que por sí solo basta para escitar interés y cautivar la atencion;
yo escribo á mi modo, llana y sencillamente los hechos que han pasado ante mis
ojos y de los cuales soy actor y testigo; sin prevencion de ninguna clase, sin
pretension de ninguna especie y sin aspiraciones de ningun género.
Mas antiguo en el servicio que el ilustre general Paz,
comenzaré la narracion de mis recuerdos históricos desde la cuna misma de la
Independencia de mi país en la formacion del ejército auxiliador del Perú.
Mis lectores me dispensarán sí en los primeros pasos de
mi carrera militar me ocupo de pequeñeces insignificantes para otros; pero para
mí de muy gratos recuerdos y que ponen en transparencia el entusiasmo puro de
aquellos tiempos de verdadera abnegacion y patriotismo.
Cnel. Lorenzo Lugones
Buenos Aires, 1855.
----------------------------
Los Nuevos Campeones de la Patria (mayo, 1810)
Nací el día diez de agosto del año 1796, en Pampallagta
curato de Soconcho, jurisdiccion de Santiago del Estero, estancia de la
propiedad de mis señores padres don German Lugones y doña Maria Petrona Trejo,
naturales ambos de dicha capital, y de aquí podrá deducir el lector cuan al
principio de mi educacion y estudios estaría yo, cuando resonó en el nuevo
mundo el grito de independencia y libertad, claro está pues, que aún no había
tiempo para haber salido de las tinieblas de la infancia y cuando á la luz del
Sol de Mayo de 1810, quise abrir los ojos, me encontré en las filas de los que
llevaban el nombre de Nuevos Campeones de la Patria.
En aquel tiempo pues, de tan grandioso y solemne
acontecimiento público, no había ni podía haber otra causa que la de libertar á
la Patria; los americanos del Virreinato de Buenos Aires se disputaban á cual
más sacrificios hacían por una causa tan sagrada: —mi padre había hecho los
suyos á su vez y sin embargo de haber contribuido con su persona y alguna parte
de los cortos bienes de su muy escasa fortuna, para dar mayor prueba de su
decisión y entusiasmo, quiso hacer de mí un presente á la Patria y fuí admitido
á su servicio en clase de cadete en el primer ejército Sud-Americano, levantado
en medio de las aclamaciones, para combatir por la Libertad é Independencia de
América.
La primera carta que recibí de mi padre (octubre, 1810)
Tan luego de haberme incorporado al ejército en Santiago,
marché al Perú en la comitiva del general en jefe don Francisco Antonio Ortiz
de Ocampo, que mandaba la expedición, iba yo bajo la protección del secretario
de guerra doctor don Vicente Lopez y á los tres días de hallarnos en Tucumán,
recibí una carta de mi señor padre, escrita por la primera vez después de mi
salida, cuyo contenido, poco más ó menos era como sigue:
«Santiago del Estero, octubre de 1810. — Mi querido hijo
Lorenzo: — Por el Dragon Sustaita que acaba de llegar á estas con las comunicaciones
del General y por la que me escribe el Secretario he sabido que llegaron
buenos; mucho me alegro que hayan sido tan bien recibidos en esa; pero me ha
sido muy sensible que no me hubieses escrito teniendo tan buena proporción:
esta omisión no tiene disculpa y sin embargo te lo dispenso con tal que no
vuelvas á cometer otra igual falta. Con el alferez Zeballos que conduce los
equipages del cuartel general, te remito tu cama y la ropa militar que recien
ayer la han concluido de coser: los adjuntos papeles contienen dos cosas
esenciales para tí: primero, la fé de bautismo acompañada de los certificados
de tu buen origen, requisito necesario para ser admitido en tu clase, no
obstante que, la genealogía del militar está en la foja de sus servicios y los
ascensos obtenidos con suficientes méritos, son los verdaderos títulos de su
linage, el segundo es, un credencial tomado razón en ésta tesorería y librado á
la Comisaria del ejército para que se te abone la onza mensual que te asigno
según ordenanza, hasta que llegues á ser oficial. Te advierto que vas
formalmente recomendado á mí amigo el Secretario de guerra doctor don Vicente
Lopez, al Intendente del ejército y al mismo General en jefe para que ocurras á
ellos cuando te sea necesario, teniendo cuidado de no molestarlos á manera de
un niño majadero, especialmente al Secretario que ha de hacer mis veces
contigo: advierte pues que ninguna recomendación puede servir sin el acompañado
de una buena comportación: te prevengo que en todo caso el honor es lo primero
y habiendo de elegir un partido entre la muerte ó la deshonra, no se debe
trepidar en abrazar lo primero.
No te entristezcas por nada, ni te intimides; desecha con
valor despreocupado toda idea, todo pensamiento que no esté de acuerdo con el honor
y los principios; piensa alegremente en las glorias de la Patria y en su
venturoso porvenir, mientras yo, pensando en lo mismo, ruego á Dios por tí. Tu
madre y hermanas quedan buenas con el consuelo de que á la vuelta de un tiempo
y no muy tarde, volveremos á verte. Tus condiscípulos de clase están envidiando
tu suerte, Dios te la depare buena y te dé todo acierto para que al fin la
Patria tenga algo que agradecerte; sírvela pues como Dios manda, id en vuestro
paseo militar con las bendiciones del cielo y las de este tu afectísimo padre.
— German»
Creo que mi lector no tendrá mucha dificultad para llegar
á comprender los efectos que produciría en mi ánimo esta carta y deducirá
también con facilidad lo que sería yo en esos primeros días, cuando nuestros
padres se honraban en sacrificarlo todo á la grande y árdua empresa de nuestra
independencia y libertad.
Demasiado jóven, sin los conocimientos necesarios para
juzgar de las cosas, sin ideas ni voluntad propia, sujeto á la patria potestad
por la minoría de mi edad; sin capacidad ni derecho para obrar por mí mismo,
debo decir, que cual máquina que cede sin resistencia al menor impulso del
resorte que la mueve, me dejé llevar sin violencia por las disposiciones de mi
padre y á su voluntad, emprendí ó mejor diré, me hicieron emprender una carrera
ilustre por ser la de los héroes; pero llena de sacrificios, terribles
dificultades y peligros, glorias y amarguras, goces y privaciones.
Esa carta pues que acabo de referir y que nadie puede
darle la importancia que yo, fué el primer papel escrito que tuve interés en
guardar y puedo decir que lo hice con el mismo cuidado con que supe guardar un
día el primer despacho de mi primer ascenso. Cada vez que me acordaba de mi
padre, sacaba de entre mis papeluchos la carta para leerla tres ó cuatro veces,
hasta que llegué á saberla de memoria y por eso es que creo haberla recitado
tal cual como fué escrita; la conservé en mi poder mucho tiempo, hasta que
llegó la ocasión de que se perdiera como otras que recibí después, juntamente
con mi equipajecillo, en la derrota del Desaguadero [Huaqui].
Cuando estalló en Buenos Aires esa revolución que dió la
señal de guerra contra los antiguos dominadores de la América, hubo una
provincia de las del Virreinato del Plata que en el acto se pronunció armada en
oposición, la de Córdoba, y en la de Santiago del Estero, aparecieron dos
hombres de influencia que haciéndola pronunciar en pro, secundaron el grito de
Buenos Aires, don Juan Francisco Borges en la ciudad de Santiago y don German Lugones
(mi padre), en su campaña, el primero como en una categoría en lo militar y el
segundo en lo civil y político, patriotas ambos, é igualmente influyentes cada
cual en su respectiva cuerda, hicieron distinguidos sacrificios como lo veremos
después […]
EL GENERAL BELGRANO EN EL EJÉRCITO DEL NORTE
El Gral. Manuel Belgrano, ese "curioso bomberito de
la Pátria" (marzo, 1812)
Don Manuel Belgrano, general en jefe nombrado entonces en
relevo de Pueyrredon, se hizo cargo del ejército á principios del año 12 en
Yatasto. Al día siguiente de haber llegado mandó formar el ejército, pasó
revista general, lo proclamó, lo reanimó y dando sus órdenes relativas á
emprender una nueva y gloriosa campaña, contramarchó inmediatamente y al situar
su cuartel general en Jujuy, destacó una división á vanguardia que se situó en
Humahuaca al mando de don Juan Ramón Balcarce.
El general Belgrano, hombre de orden y de más capacidades
que todos los que hasta entónces se nos habian presentado, restableció muy
luego en el ejército la moral, sujetándolo, á costa de ejemplares sacrificios,
á una estricta subordinación y disciplina. Pudo restablecer en regular forma
una provisión y un hospital, una maestranza, una academia práctica, un cuerpo
de ingenieros y un tribunal militar; pasaba revistas diarias, y como todo lo
examinaba por sí mismo, juzgaba de las cosas con pleno conocimiento, y
remediaba oportunamente los males.
El general Belgrano, el único indicado para salvar la
Pátria en aquellas circunstancias, aparecía en todas partes como el ángel
tutelar, trabajando sin descanso, rondaba el ejército de día y de noche, para
imponerse de todo lo que podía ocurrir, se puede decir que nada se ocultaba á
su celo y vigilancia: de modo que cuando recibía un parte, ya él estaba en los
antecedentes de lo sucedido. Los soldados del ejército, no podían clasificar
mejor el mecanismo y escrupulosidad del General, que llamarle el chico
majadero, el curioso bomberito de la Pátria.
Mientras que el general Belgrano trabajaba en la mejora
del ejército, nosotros trabajábamos también en nuestra vanguardia, en igual
sentido, atendiendo al enemigo y á la disciplina de nuestra tropa á órdenes de
un jefe que se manejaba con las mismas máximas de Belgrano, se puede decir que
el ejército en muy breve tiempo dió notables avances en su moral y disciplina,
la Patria podía contar con soldados que habían comprendido ya la profesión
militar; un oficial de cualquier graduación que fuese, más quería ser destinado
al punto más peligroso que recibir una reconvención del general Belgrano.
El heroico éxodo iniciado en Jujuy (agosto, 1812)
Tal fué nuestro estado, cuando hacia fines del mes de
agosto, el enemigo hizo sobre nosotros un rápido movimiento y cargó con
velocidad por varios puntos y á pesar de que fué sentido, no nos dejó más
tiempo que el muy necesario para demoler nuestra fortificación de campaña,
arrear nuestras provisiones y reunirnos al cuartel general, con la pérdida de
muchos oficiales y tropa que cayeron prisioneros en varias guardias y partidas
avanzadas que fueron sorprendidas.
El general Belgrano, esperó con resolución los últimos
instantes, destacado, ó en franqueza diré mejor, en los suburbios de la ciudad
de Jujuy. Se puede decir, que un exceso de delicadeza, honor y aun un cierto despecho
patriótico, le hicieron adoptar el riesgoso plan de retirarse al frente del
enemigo con el ejército en masa, cubriendo la retaguardia de las familias de
Jujuy y Salta que emigraban con nosotros; ejército y familias, con pequeños
intérvalos, formábamos á la vez una sola columna. El enemigo entraba á la plaza
cuando nuestro ejército desfiló en retirada, cubriendo sus espaldas con
reforzadas guerrillas, que á pesar de las ventajas del local y los esfuerzos
que hacíamos, no éramos suficientes para contener á un enemigo que con dobles
fuerzas nos perseguía con tenacidad sin dejarnos descansar: nuestra retirada
llegó á ser tan apurada, que tuvimos que pasar por muchos momentos de conflicto
y desesperación; entretanto el general Belgrano, recorria la columna de punta á
cabo, dando órdenes que se habían de cumplir bajo pena de la vida, mientras que
los valientes Díaz Velez y Balcarce sostenian la retirada del ejército y las
familias, peleando dia y noche con la vanguardia enemiga.
Al pasar por Cobos y el Campo Santo, un imprevisto
acontecimiento nos puso en conflicto, en el acto mismo que se ejecutaba la
orden de fusilar dos soldados que se habían desviado de la columna con ánimo de
desertar: hizo una tremenda explosión una carreta de municiones que se incendió
de un modo inaveriguable: este fatal incidente, que en breves instantes llegó á
noticias del enemigo, fué para nuestros soldados una señal de mal agüero que
acabó de desalentarlos, y como por una precisa coincidencia, la persecución del
enemigo, desde ese momento fué más activa, más tenaz y ofensiva, al paso que
nuestra retirada se hacía más enérgica; ni ellos ni nosotros pudimos tener un
descanso de dos horas completas, en el espacio de sesenta y más leguas andadas
en cinco ó seis días con sus noches, dejando muchas veces reses carneadas en el
camino, que el enemigo las aprovechaba, porque nosotros no teníamos tiempo para
asar carne.
Todos combatimos en Las Piedras (3 de septiembre, 1812)
Al llegar al río de las Piedras, la vanguardia enemiga
venía interpolada con la retaguardia nuestra, el excesivo calor, el viento, la
humareda de los pajonales que nuestros gauchos les prendían fuego por ambos
costados del camino, el polvo y la gritería de los enemigos que nos perseguían
en barullo, sin que nada pudiesen contenerlos, hacían más completo el desórden
y confusión de aquella mañana, algunas carretas de las de nuestros emigrados,
cargadas de intereses, habían caído en manos del enemigo, varias guerrillas
nuestras habían sido derrotadas y algunas hechas prisioneras. Deshecha nuestra
retaguardia, cansada de fatiga, sueño y hambre, no podía contener ya á un
enemigo que al cebo de tantos acontecimientos desfavorables á nosotros, se
lanzaba encarnizado sobre nuestro ejército, como á sorberlo: nuestra pérdida era
ya de mucha consideración y todo presagiaba una cierta é inevitable derrota.
Comprometido Belgrano á una acción forzosa, se vió en la
precisión de tomar el único y último partido; ganó con la velocidad que exigían
las circunstancias y sin vacilar, la costa del río, y destacó en el mismo paso
dos baterías que sirvieron de base á la formación del ejército, que
aprovechando todas las ventajas del local, prolongó una línea de batalla que en
apariencia cuadruplicaba nuestro número: Belgrano corría como una exhalación á
todas partes y atrincherando su línea, ya en las carretas, ya en los árboles y
tupídos bosquecillos situados á la ribera del río, aseguró completamente los
flancos del ejército; proclamó en muy pocas palabras, y dando orden de pena de
la vida al que eche un pié atrás, esperó con firme resolución la numerosa
vanguardia enemiga, que venía envanecida, pero en desórden, confundida con
nuestra retaguardia entre el polvo y la gritería; el fuego de una de nuestras
baterías despejó nuestro frente y el de ellos, y llegó el momento de vernos las
caras en formal combate. El enemigo marchó de frente sin detenerse; más, al dar
de lleno con nuestra línea, hizo alto en acción de tomar medidas de ataque,
pero se advirtió que vacilaba y en esos momentos tan oportunos para quien sabe
aprovecharlos, envistió nuestra ala derecha con todos los aparatos de una
tempestad y el enemigo cediendo al furioso empuje de los que en la
desesperación pelean con la resolución de vencer ó morir, volvió caras en masa,
como quien trata de salvar sin reparar las pérdidas.
Emigrados de Jujuy y Salta, peones de servicio,
comerciantes y cuantos más venían á la par del ejército, todos tomaron parte en
aquel glorioso lance que dió vida á la patria. El enemigo, completamente
ofuscado, huía en desordenados trozos, sin mirar en lo que dejaban atrás; fué
perseguido con el mayor rigor el espacio de una legua, dejando en todo el
camino muchos despojos, prisioneros, heridos y cadáveres; más de cien
prisioneros de los nuestros lograron escaparse, rescatamos las carretas que
poco antes nos habían tomado, y por último pudimos recuperar en mucha parte
nuestras pérdidas.
A las cuatro de la tarde, el ejército descansaba
victorioso: desde ese feliz momento las cosas habían tomado un aspecto
enteramente diverso, el triunfo hizo desaparecer de golpe la fatiga, el
cansancio, el hambre, la sed y el desaliento; en aquellos momentos de alegría
inexplicables, no se pensaba más que en las glorias de la patria. Y el general
Belgrano, dejándose ver de fogón en fogón, escuchaba placentero la alegre
charla de los soldados, que al tender su mirada sobre ese chico majadero que
infundía tanto respeto, ese curioso bomberito de la Patria, que prometía tantas
esperanzas, le añadían algún renombre más, el brujo rubilingo, vicheador viejo,
rondinerito de todas horas.
Al entrarse el sol, Belgrano mandó formar el ejército y
pasó una ligera revista. Llamó por sus nombres á los que murieron en esa
mañana: «no existen, dijo, pero viven en nuestra memoria, están en el cielo
dando cuenta á Dios de haber derramado su sangre por la libertad.» Felicitó á
todos dando las gracias, llenó de aplausos á los soldados, y despachando con
anticipación todo lo que podía sernos embarazoso, quedó expedito para moverse
cuando quisiera. Los soldados habían tomado ración doble, hicieron sus fiambres
y quedaron listos. Luego que acabó de anochecer, el ejército continuó su marcha
en retirada, dejando mil fogatas encendidas en la ribera del río al cuidado de
un oficial que quedó destacado en el mismo paso con 25 carabineros del
regimiento de Dragones.
Habiendo desaparecido los motivos que por instantes
solían alterar el orden de nuestras marchas, el ejército medía ya sus jornadas,
tomando las horas que le eran necesarias para su descanso, especialmente cuando
apuraba mucho el sol.
Marchamos a Tucumán. Nos preparamos para dar batalla
Nuestra ruta indicaba una larga retirada hácia Santiago
del Estero ó Córdoba por el camino de las Cañas; al llegar á Burruyacu, el
General recibió una diputación y sin trepidar varió de dirección y condujo el
ejército á Tucumán, resuelto á aventurarlo todo en defensa de un pueblo que lo
llamaba en nombre de la Pátria, asegurando la victoria.
Él enemigo, escarmentado en el río de las Piedras, había
hecho alto entre Metán y Yatasto, y ocupado por algunos días en tomar sus
medidas, nos dió tiempo para reunir los preparativos de su buen recibimiento en
Tucumán. Santiago del Estero y Catamarca, se preparaban también para
auxiliamos, el entusiasmo fué general. Tucumán llevando la iniciativa en la
resolución heróica de los pueblos, había jurado no ser ocupado por los
realistas y lo cumplió sin omitir sacrificio. El ejército por su parte
correspondió fielmente á las esperanzas de un pueblo, dispuesto á todo género
de sacrificios menos al de rendirse á los enemigos.
Desde los momentos que llegamos á Tucumán, emprendimos un
trabajo constante, sin perder tiempo ni omitir ninguna medida de las que debían
asegurar el plan de una batalla que iba á decidir de la suerte de la Pátria.
El general Belgrano altamente comprometido á una acción
decisiva, teniendo que habérselas con un enemigo superior en número, que desde
el Desaguadero había marchado por el camino de los triunfos; con la atención al
pueblo, al ejército y al enemigo, no descansaba un sólo instante. Su cuartel
general, reducido á un corto número de hombres, corría tras él á caballo, á
todas partes y á todas horas, ningún individuo de los de su pequeña comitiva
desensillaba el caballo, no siendo para mudar otro. El ejército parecía que adivinaba
los pensamientos de su General, bien se podía creer que entre ambos había un
espíritu de emulación, á cual cumplía mejor con sus deberes, el uno mandando y
el otro obedeciendo. Tal fué el estado de subordinación, amor al orden,
patriotismo y disciplina á que el chico majadero pudo reducir el ejército de su
mando en poco tiempo.
Belgrano en aquellos días de los preparativos para la
batalla, dueño de la confianza general, vió con satisfacción cumplirse al pié de
la letra todo cuanto ordenaba: se puede decir que no le quedó cosa por hacer,
con un ejército que le obedecía ciegamente y un pueblo que le guardaba las
espaldas […]
Nuestros soldados situados en los suburbios de la ciudad
esperando al enemigo, parecia que se impacientaban ya por salir de aquel estado
que muchas veces suele colocar al guerrero entre la duda y la esperanza.
Entretanto el bello sexo del patriota pueblo dirigía sus plegarias al cielo y
la Virgen Santisima de Mercedes.
Tucumán, "Sepulcro de la tiranía" (24 de
septiembre, 1812)
Tal era nuestro estado cuando el enemigo la emprendió
sobre nosotros, marchando con medida pausa, como quien en la lentitud se dá
tiempo á mayores previsiones; desde Trancas abrevió cuanto pudo, el 23 pasó la
noche en Pocitos y el 24 por la mañana se dejo ver por el camino del Cevil
Redondo, costeando la margen izquierda del arroyo del Manantial, por entre los
ralares del alto de las Tunas, bajó al campo de batalla y dió frente,
inclinando su derecha hácia el bajo de los Aguirres; un cuerpo de milicianos de
Santiago del Esteró llegó á tiempo y ocupó un lugar en la línea con su
comandante don Pedro Pablo Montenegro, los de Catamarca llegaron también; pero
no tuvieron tiempo para reunirse, el enemigo se había interpuesto, y quedaron
cortados, perplejos y vacilantes hicieron uno ú otro movimiento, como quien
entre varios caminos trepida sobre cual debe tomar; intentaron pasar tal vez y
lo hubieran hecho; pero el ruido de los primeros cañonazos y la vista de tantos
aparatos (desconocidos para ellos) los ofuscó y contramarcharon como en busca
de una posición menos violenta; algunos gauchos comedidos reunidos con los
baqueanos del ejército, se habían situado á lo lejos sobre nuestro costado
izquierdo y permanecían á la espectativa, como quien está á las resultas: éstos
alcanzaron á ver un gran grupo de hombres que se ponian fuera de combate,
creyeron que eran enemigos y se lanzaron sobre ellos los catamarqueños sin
volver los ojos atrás fueron perseguidos por los mismos nuestros un largo
trecho, entretanto los milicianos de Tucumán y Santiago del Estero, reunidos al
ejército, triunfaban por otro lado.
No me detendré en detallar los pormenores de una batalla,
que cada año se renueva su memoria en celebridad del 24 de setiembre del año de
1812. El ejército triunfó en ese día, la patria se salvó, y Tucumán con el
honroso título de Sepulcro de la tiranía, vió con gloria cumplidos sus votos y
volar su nombre en las alas de la fama y á sus recreadores suburbios que se
dilatan al sud-oeste, señalados por la victoria con el nombre de Campo de
Gloria y Honor, y los vencedores en ese día, distinguidos con el título de
Beneméritos á la pátria en grado heroico y en escudo de paño celeste al brazo
izquierdo, que en medio de un círculo de palma y laurel bordado de hilo de oro
se leía lo siguiente: La pátria á sus defensores el 24 de Setiembre del año de
1812 en Tucumán.
El enemigo aprovechando los momentos de un cierto
desórden, consiguiente á aquellos instantes, en que nuestro ejército al romper
por varias partes la línea enemiga, todo lo envolvió con denuedo, ocasionando
una sangrienta baraunda casi inentendible: en estos momentos pues, que la
victoria se decide en pro de los unos y en contra de los otros, pudo el enemigo
reunir sus acuchillados restos á la reserva y permanecer algun tiempo sobre su
mismo sepulcro, tirando de tarde en tarde un cañonazo á la plaza; entre los
conflictos de su situación tomó el partido de intimar rendición, recibió por
contestación, una burla, un desprecio y una amenaza que le hizo entender qué
conociamos que, nuestra posición no era de recibir intimaciones, sino de
intimar; bien convencido estaba el enemigo de su pérdida y solo buscaba los
medios de poder salvar lo que le había quedado: permaneció algunas horas más
manifestando deseos de tratar, hasta que llegó la noche y al abrigo de ella
emprendió una retirada, que si la nuestra de Jujuy á Tucumán fué honrosa, la dé
ellos de Tucumán á Salta no fué menos.
La retirada del enemigo de Tucumán a Salta fué tan honrosa
como la nuestra de Jujuy a Tucumán
El general Belgrano alistó con la brevedad posible y
destacó en persecución de ellos, una ligera fuerza a las ordenes del fogoso é
infatigable Diaz Velez. Muy poco pudo andar el enemigo sin recibir por la
espalda, las salutaciones de los que íbamos en su alcance; nos recibió con todo
aquel valor necesario para resistir los furiosos ataques que frecuentemente
hacíamos sobre ellos, de diversos modos y á distintas horas; nuestra
persecución llegó á ser tan cruel hasta cierto punto, llevada en represalia por
un camino que poco antes lo habíamos andado en retirada perseguidos por ellos
con igual rigor.
Sin caballería que protegiera á la infantería, por
caminos desconocidos, sin baqueanos, sin agua ni viveres y sin poder tomar un
día de descanso, pasando muchas veces por larguísimas jornadas donde no
encontraban mas que pencas de tuna para chupar y aplacar la sed, despues de
vencidos en una batalla, sin haber tenido tiempo de refrescar, se resistían
increiblemente como quien dice: muerto si, prisionero no; pero los que llegaron
á caer en nuestras manos, eran tan bien tratados que muy luego de estar con
nosotros, nos pedian con la misma franqueza que á unos hermanos, todo lo que
necesitaban, especialmente carne asada para comer y caballos para montar. Tal
fué el modo como el enemigo se retiró con sus restos hasta que pudo ganar la
plaza de Salta.
Tan luego que pudieron acercarse á la ciudad, tomaron con
prontitud medidas para asegurarse de la ocupación de ella y descansar, ganaron
con presteza todos los puntos donde podrían hacerse fuertes y evitar que
entrásemos tras de ellos á la ciudad. Salta á la llegada de ellos y la nuestra,
fué saludada con un diluvio de balas que en fuego activo se cambiaban como en
despedida, descargas de fusil contestaban á los adioses de nuestros
carabineros. El enemigo logró atrincherarse en la plaza y nosotros aparentando
permanecer en el sitio, establecimos una línea de destacamentos desde el
Portezuelo hasta el río de Arias, cubriendo el campo de Castañares con pequeños
grupos de gauchos que hacían el papel de sitiadores por aquella parte;
permanecimos poco mas ó menos hasta las doce de la noche del siguiente día, y
dejando mas de trescientas fogatas encendidas, levantamos nuestro campo con
dirección á Tucumán por el camino de las cuestas.
Al regreso de esta campaña ascendí á Alferez de compañía.
Nos preparamos para la campaña de Salta
En los meses de octubre, noviembre y diciembre, Belgrano
se ocupó en recoger los frutos de la victoria obtenida en setiembre, reorganizó
el ejército, aumentando considerablemente su número con los contingentes
venidos de los pueblos, y los batallones números primero y ocho de Buenos
Aires; lo equipó completamente y arreglando con mayor esmero el parque, la
artillería el convoy de hospital y víveres, quedó espedito en el espacio de
cien días para abrir una nueva campaña.
Estábamos en el año 13 y casi á fines de enero, el
ejército emprendió sus marchas sobre Salta, depreciando aguas, soles y ríos crecidos,
y al pasar por el de las Piedras el General hizo alto como de descanso por un
día y como quien pasa una ligera revista, mandó formar poco más ó menos en el
mismo lugar donde poco antes, las circunstancias nos habían obligado á una
acción forzosa.
Belgrano en el campo de sus primeras glorias, arengó
recordando el triunfo de aquella vez en ese día; «La sangre de los que murieron
aquí, ha sido vengada en Tucumán, y la de los que han muerto allí, será vengada
en Salta» — dijo, y concluyó encargando á todos la subordinación, y disciplina,
unión, valor, constancia, amor á la Patria y á las glorias.
Ratificamos nuestro Juramento a la bandera blanca y
celeste á orillas del río Pasaje, al que llamamos Río del Juramento (13 de
febrero, 1813)
Llegamos al río del Pasaje, punto de reunión general para
el ejército, y aqui se recuerda un acto solemne, digno de la historia. Habiendo
el ejército formado en parada conforme á la orden general, se presentó en el
cuadro, Belgrano con una bandera blanca y celeste en la mano que la colocó con
mucha circunpección y reverencia en un altar situado en medio del cuadro;
proclamó enérgica y alusivamente y concluyó diciendo, "Este será el color
de la nueva divisa con que marcharán á la lid los nuevos campeones de la Pátria."
Esta es pues, la bandera que por primera vez flameando en
el suelo Patrio, á las márgenes de un río memorable, improvisada por el genio y
enarbolada por la libertad, como dice el cantor insigne, en el Nuevo Mundo
renovó de la pátria el antiguo esplendor, y llevada luego en triunfo por el
héroe Belgrano en la cima del Potosí tremolando, los huesos conmovió del Inca
en sus tumbas; ella es tambien la que traspasando los Andes con San Martin,
atravesando las dulces y salados mares, arribó triunfante hasta el Chimborazo y
el libertador Bolivar la saludó reverente; ella es finalmente la que flameando
siglos enteros en el suelo Argentino, recordará á los hombres, mil pasados
tiempos de gloriosa ventura, grabados en la historia por hechos que eternizan
el nombre Argentino.
¡Oh Bandera de mi Patria guerrera! ¡Signo precioso de la
libertad, inmortal divisa de la noble igualdad; yo tambien en ese día, acaso el
más joven de todos los guerreros de ese tiempo, en medio de todo un ejército
que desfilaba por delante de tí, á tus pies, juré por la Patria, en cien
batallas vencer ó morir!
El ejército ratificó su juramento besando una cruz que
formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente sobre el asta de la
bandera; con este ceremonial concluyó el acto y el ejército quedó dispuesto
para la primera señal de partida.
A distancia de cien pasos del paso del río, sobre la
ribera que gira al oeste, á la altura de un notable barranco, había un árbol
que por su magnitud se distinguia sobre todos los de sus cercanías; limpiando
una parte de su corteza, hácia media altura de un hombre, en medio de un
círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco del árbol se grabó una
inscripción que decía, "Río del Juramento", y más abajo la siguiente
estrofa:
«Triunfaréis de los tiranos
Y á la pátria daréis gloria
Si, fieles americanos
Jurais obtener victoria.»
La batalla de Salta en el campo de Castañares, una
victoria completa (20 de febrero, 1813)
Esforzando el ejército las marchas de día y de noche en
los días 15 y 16 de febrero, atravesó los campos del Pasaje avanzando
rápidamente hasta el Algarrobal, y dejando aquí á un lado, todos los caminos
reales, el 17 por la noche atravesó las sierras de la Lagunilla y trastornando
las cumbres que se encadenan desde la caldera hasta el cerro de San Bernardo,
descendió con todo su tren, y á la vista del enemigo, hácia las ocho de la
mañana del 18 al paso del río Baquero, donde pasó el día y la noche, cortando
la retirada á los de Salta y la comunicación á los de Jujuy; el 19 arreando de
frente todos los obstáculos que el enemigo pudo presentar, ocupó Castañares, y
el 20, hácia las cuatro de la tarde, fuimos del todo victoriosos, despues de
una sangrienta batalla que duró desde las diez, poco más ó menos de la mañana.
Reconcentrando el enemigo sus destrozados restos bajo las trincheras de la
plaza, pidió una capitulación y el 21 puso en nuestras manos todos los despojos
consiguientes del triunfo y los tratados, rindiendo armas y banderas, bajo las
garantias de las leyes de la guerra, jurando no volverlas á tomar contra la
pátria. Todo quedó en nuestro poder, y Salta cubierta de laureles, depositaria
de mil trofeos gloriosos, cantó la victoria á la par del ejército.
Los vencedores en ese día, fueron premiados con un grado
más sobre el que tenían y un escudo de oro en el brazo izquierdo, en cuya
grabadura de relieve se leía Honor al benemérito de la pátria en grado heróico,
vencedor en Salta el 20 de Febrero de 1813.
Mis lectores habrán visto ya y tal vez formado alguna idea
de lo muy poco que me he ocupado en minuciosas descripciones, en detalles de
nuestras marchas, combates, batallas, etc., dejando á un lado pequeños
incidentes que me han parecido puerilidades, sobre los buenos ó malos hechos de
oficiales subalternos, que casi todos los del ejército, se puede decir, eran
valientes y buenos: en la batalla de Salta no se puede esceptuar ninguno porque
con generalidad se portaron todos bien con igual valor y empeño; pero hay un
hecho sobresaliente en aquel campo de batalla que es preciso descubrirlo:
cuando nuestros batallones y escuadrones entraban por su turno á la línea de
batalla, el mayor general don Eustaquio Diaz Velez los colocaba en su
respectivo lugar, y con este objeto recorria la línea á gran galope con sus ayudantes;
no se si un batallón de los nuestros entendió mal una voz de mando ó el enemigo
quiso pegar primero para pegar dos veces; generalmente se decia que el batallón
nuestro presentó sus armas para dar mayor lucimiento al despliegue que acababa
de hacer y que un batallón enemigo que se hallaba al frente quiso imitar el
movimiento, el hecho es que antes de la seña de ataque uno y otro batallón
hicieron á un tiempo la descarga que llenó de humo el espacio de entre ambas
líneas; casualmente Diaz Velez se encontró medio á medio de la escena y cayó
herido juntamente con su ayudante don Gregorio Lamadrid.
En estos mismos instantes el comandante don Manuel
Dorrego, con su pequeño batallón de cazadores había hecho un avance y el
momentáneo favor de un pequeño buen suceso, lo indujo á que se adelantara mas
allá de lo regular. El batallón Real de Lima que se hallaba á su frente, hizo
un movimiento análogo que alucina á Dorrego y avanza mas, y cuando nuestros
cazadores llegan á cierta altura, el Real de Lima lo envuelve por ambos flancos
y se interpolan; el teniente coronel don Cornelio Zelaya que á la sazon entraba
con sus Dragones, en formación sobre ese costado, lo advierte, toma un
escuadron, se lanza como el rayo sobre aquella interpolación y la desenvuelve,
los golpes de la caballería favorecen á los que en situación crítica y aislada
iban á ceder á la desigualdad del combate, Dorrego y sus cazadores se salvan,
se rehacen y vuelven á la línea á paso de escape; Zelaya con sus dragones cubre
la retaguardia de los que acaba de salvar y vuelve tambien á la línea á paso
regular, con la serenidad de ánimo, la satisfacción del triunfo y la inequivoca
idea de que ningún peligro de los que pudieran sobrevenir en el curso de la
batalla, podia ser mayor que el que acababa de superar en ese venturoso lance,
donde su deber lo condujo para hacerlo dueño del triunfo; bien se puede
asegurar que este hecho debió influir no muy en poco á la decisión favorable
que puso en nuestras manos el triunfo completo en ese día.
Los muertos en la batalla, asi los del enemigo como los
nuestros, fueron enterrados en un mismo lugar que queda señalado con una cruz
de madera, que desde una distancia se deja ver; al pié de ella había una
tablilla con la inscripción siguiente: Memorable día 20 de Febrero de 1813 — Hé
aquí el sepulcro donde yacen juntos vencidos y vencedores. Los jefes y
oficiales muertos de una y otra parte fueron enterrados en los cementerios de
las iglesias.
Fuentes:
- Coronel Lorenzo Lugones; "RECUERDOS HISTÓRICOS.
Sobre las campañas del Ejército Auxiliar del Perú en la Guerra de la
Independencia". Publicación Oficial. Autorizada por el Gobierno de la
Provincia de Santiago del Estero. Bs. As., 1896 (Arch. Fundación "Dr.
RAMÓN CARRILLO")
- Gentileza de la presidente de la Fundacion, Teresita
Carrillo
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
Leonardo Castagnino
Copyright © La Gazeta Federal