El pensamiento vivo de Américo Barrios
En un extenso diálogo con Siete Días, el veterano y controvertido periodista se definió sobre diversos aspectos del momento. "Los ovnis existen, Perón no es infalible y yo si empre lucharé por la justicia social", afirmó entre otras cosas. Además, aseguró ser "el tipo más optimista del mundo"
En el periodismo argentino existen ciertos personajes, discutidos o respetados, profundos o superficiales, que aparecen como inevitables, casi lógicos, como si hubieran existido siempre. Tal es el caso de Américo Barrios —Luis María Albamonte—, quien desde sus primeros artículos se convirtió en uno de esos "inefables" hombres de prensa. Su edad es un misterio. Cuesta mucho definirla y él mismo se encarga de mantener la incógnita: "Diga simplemente que soy de este siglo", se excusa. Sin embargo, hay algunos datos significativos, que permiten arriesgar cifras al respecto. Por ejemplo, todas las anécdotas acuñadas en torno a su figura, allá por la década del 30, ya lo muestran como periodista experto, de densa trayectoria. Y es justamente esa dilatada carrera la que confiere mayor riqueza a su personalidad. Fue publicista, escribió reportajes humorísticos en Patoruzú y notas deportivas en Mundo Argentino y en el periódico El Sol, de Natalio Botana. Dirigió los diarios Democracia y El Laborista. Desde su adolescencia fue escritor, logrando en 1951 el Premio Nacional de Literatura. Muchas veces alcanzó la cima de la popularidad y otras tantas cayó en oscuros abismos profesionales. En la actualidad se desempeña como director de la edición matutina del diario Crónica, una actividad que no le impide frecuentar los estudios de radio y televisión, en calidad de comentarista. Justamente, semanas atrás se hizo acreedor al Martín Fierro 1973, otorgado por APTRA al mejor periodista de TV.
Sin embargo, en Luis María Albamonte existen otras facetas que delinean su personalidad con tanta o más fuerza que su vida literaria o periodística: su pasión por el estudio de los ovnis y, fundamentalmente, su militancia peronista. En ambos campos llegó a destacarse, aunque, sin duda, su actuación política le ha deparado mayor trascendencia. Le tocó acompañar a Juan Domingo Perón en los primeros, difíciles, años de exilio, desempeñándose como su delegado personal y apoderado general del Partido Justicialista, entre los años 1961 y 1963.
Su escritorio, con amplia vista al Río de la Plata, en el quinto piso del moderno edificio de Crónica, es su verdadero cuartel general. Está repleto de cartas. En una esquina, una pila de libros. El primero, Vidas Paralelas, de Plutarco. "Es mi libro de cabecera, mi biblia. Lo consulto y releo constantemente. Es una obra admirable", se justifica.
—Usted dirige un diario, escribe y dice comentarios, pensamientos sobre distintos temas de actualidad, varias veces al día y a todo el país. ¿Cuál es el mensaje que intenta dar a través de sus notas?
—Entiendo que el valor más alto de cualquier país es el hombre. Siempre hice de mi vocación periodística el instrumento para la defensa de la dignidad humana. Yo estoy siempre con la solidaridad social. Quiero el bienestar del pueblo, la grandeza de la nación y lo que puedo escribir en el diario, decir por la radio o la televisión, será siempre en defensa de la dignidad humana. Ese es el motor de Américo Barrios. Yo me he convertido en vocero de la gente que no tiene acceso a los medios de comunicación. Quiero ser el que trasmita a la nación las esperanzas y frustraciones de quienes se tendrían que contentar con una charla en una mesa de café.
—¿A usted le parece que relatando casos individuales se puede mejorar la situación de la gente? ¿No hacen falta soluciones de conjunto?
—Se necesitan las dos cosas. El caso individual, casi siempre se puede solucionar, pero carece de trascendencia social. Los problemas de fondo, en cambio, requieren soluciones de fondo. Y he observado con alegría que después de algunas de mis charlas se han tomado soluciones generales. De todas maneras, nunca me quedaría contento si teniendo la posibilidad de lograr alguna solución, aunque fuera episódica o anecdótica, no lo hiciera.
—Y si no pudiera expresar sus deseos de justicia social a través del periodismo ¿qué otro camino elegirá? ¿Sería político, asistente social, filántropo, guerrillero, sacerdote?
—No. Lucharía para poder hacerlo a través del periodismo. El guerrillero actúa en un medio muy restringido. El medio que yo utilizo es más amplio. Cada palabra mía llega por lo menos a un millón ochocientas mil personas. Mire: yo no soy Alain Delon, yo no ofrezco absolutamente nada, pero no doy abasto con la lectura de mi correspondencia. Y nadie me escribe para pedirme dinero: todos me plantean un problema social.
AB saca una carta de una enorme pila puesta sobre su escritorio. La abre despaciosamente y lee en voz alta. Se trata de alguien que protesta por las colas que hay que hacer para pagar los impuestos. Dice la carta que se suma un doble sacrificio: el de los bolsillos y el físico, al tener que soportar los contribuyentes largas horas de pie para aumentar las arcas del Estado.
—¿Se da cuenta? Es una del montón. Son todas por el estilo. Me llama poderosamente la atención la gran cantidad de niños que me escuchan y me escriben cotidianamente. Estos son cuatro, que me piden que les cuente algunos casos de comprobación de vida extraterrestre.
—¿Cómo nació su pasión por el estudio de los ovnis?
—Yo creo que me pasó lo que le hubiera pasado a usted. Pensando que era un tema que interesaba, me propuse hacer una serie de notas. Y de la misma manera que habría hecho usted, antes de escribir traté de informarme y estudié el tema a fondo. Escribí 120 notas en esa serie. Estaba redactando una de esas notas cuando recordé que Plutarco cuenta una batalla en la que entre los dos ejércitos se interpuso una gran bola de fuego. Entonces me puse a pensar y recordé otros libros, muchos de ellos de arte, en los que había datos significativos. Así descubrí el Templo de las Campanas, en Java. Son tres círculos concéntricos con un determinado número de campanas cada uno. La primera advertencia que tuve es que se parecen muchísimo a las descripciones que hacen quienes vieron alguna vez platillos voladores. Pero, para sorpresa general, en el interior de cada una de las campanas aparece la figura de Buda con un traje indudablemente de astronauta. Creo que el trabajo mío fue de importancia, porque aún hoy me siguen llegando cartas de todo el mundo.
—¿Nunca antes le había interesado la vida extraterrestre?
—La verdad, sí. La denominación de platos voladores recién se dio en 1947 y cobraron gran notoriedad cuando un capitán de la aviación de Estados Unidos observó un plato volador. Recibió la orden de seguirlo con su caza y cuando se estaba acercando fue pulverizado. El Pentágono, preocupado, le encargó la investigación del caso a Donald Keyhoe, de la marina de USA. Este llegó a la conclusión de que se trataba de un plato volador extraterrestre. Las autoridades decidieron mantener en secreto esa Información, lo que indignó al marino, quien publicó un libro contando todo el asunto. Terminaba 1948 y yo era director de El Laborista. Sin pensarlo dos veces, compré los derechos de publicación del libro para mi diario, que lo sacó en capítulos.
—¿Usted cree en la existencia de los platos voladores?
—Categóricamente, sí. Y para demostrárselo usaré solamente un criterio de humildad: ¿cómo puede ser tan petulante el hombre de creer que es el único ser pensante entre tantos miles de millones de planetas y de galaxias que hay en todo el universo?
HUMOR, DINERO Y POLITICA
La voz de Américo Barrios, su entonación, su particular forma de dejar caer casi cansinamente las palabras, se mantiene invariable, aunque él esté tranquilo o excitado. La expresión de su estado de ánimo la pone en sus pausas, sus movimientos, sus gestos. Pocas veces ríe. A lo sumo pliega los labios, irónicamente.
—¿Se considera un hombre con humor?
—Sí, tengo mucho humor. Soy el tipo más optimista del mundo. ¡Y las he pasado todas! Yo he resucitado civilmente por lo menos tres veces. Mi abuela, al morir, nos dejó 60 casas. Una verdadera fortuna. Y sin embargo, después de eso tuve que vivir en un conventillo que la municipalidad cerró por inhabitable. Para dormir tranquilo
tenía que sujetar algunos ladrillos del techo con una caña, porque si no, me caían de noche sobre la cabeza. Lo que pasó fue que toda mi familia quiso quedarse con la mayor parte de la herencia de mi abuela. Era un espectáculo lamentable. El dinero se había convertido en un elemento de rapiña. Deprimido, rompí los lazos con mi familia y abandoné todo. Como ésa, tuve varias muertes civiles. Sólo con mucho humor se pueden sobrellevar trances semejantes.
—Sin embargo, a pesar de esas situaciones angustiosas por las que pasó, se dice que hoy es un hombre adinerado...
—Si eso fuera cierto, ¿sabe lo que sería yo?: ¡un boludo! ¿Se piensa que estaría escribiendo 16 horas por día? Cuando cayó Perón tuve que trabajar de peón en la fábrica textil de Francisco David, en Asunción del Paraguay, porque nunca procuré enriquecerme. Es cierto, yo gané mucho dinero, pero siempre fui un seco. Después de haber pasado 10 años de destierro con todas las de la ley y 10 meses escondido en un sótano lleno de ratas, si tuviera plata, por lo menos ahora disfrutaría y no me pasaría el día trabajando.
—¿Dónde vive actualmente?
—¿Ve? Ahí tiene otro ejemplo: vivo en Villa Urquiza, en un departamento. Queda tan lejos que muchas veces, cuando estoy muy cansado, me quedo a dormir en algún hotel del centro, para no tener que viajar tanto.
—¿Qué opina de la situación actual del país?
—Yo creo que éste es un momento muy delicado. O todos los argentinos nos unimos para sacar el país adelante o no lo saca nadie. Cuando oigo hablar de planes de estabilización me parece una barbaridad. Tenemos que estabilizar en un nivel de bienestar y no de angustia, de miseria. También ha llegado el tiempo de la intrepidez. Se avecina una realidad que avanza con todas sus fuerzas. Pero también se mueven los intereses caducos que no quieren sucumbir. Son ellos los explotadores del hombre, los que crearon las injusticias sociales, los que se escudan en el régimen de la prepotencia de los más fuertes, los representantes del capital explotador.
—Noto algo raro: usted es peronista y, sin embargo, al hacer un análisis de la situación actual del país no nombra a Perón, ni siquiera entre las soluciones ...
—Es porque todo lo que yo dije lo dice Perón. No se olvide que yo fui delegado de él y que como tal tuve que dar la orden de votar en las elecciones de 1962, cuando ganó Framini. A partir de allí cambió el signo de la lucha del peronismo. La gente estaba cansada de votos en blanco.
—¿Por qué dejó de ser delegado de Perón?
—Renuncié. Fui uno de los pocos que se fue por las suyas. Al resto lo echaron. Ya le había dicho a Perón: Yo no soy político. Aclaro, además, que fui uno de los pocos delegados que no se enriqueció con el puesto. Terminé pobre como una rata. En esos días de carencias había veces que sólo comía un tomate o un plato de arroz en 24 horas. Compartí con Perón un duro peregrinaje y un largo destierro. Ese es mi grito de orgullo.
—¿Conoció al resto de los delegados?
—Por supuesto. De la mayoría soy amigo personal.
—¿Y qué opina de ellos?
—Yo prefiero opinar de Perón.
—Entonces, ¿qué opina de Perón?
—No creo que se pueda decir que es infalible, pero comparado con el resto de los políticos, está a varios años luz de distancia. Está lleno de sentido común. La corriente de la historia siempre va para adelante; nunca para atrás. Entonces, él acompaña la corriente histórica. Por eso Perón siempre tiene razón. En cambio, el resto de los políticos lucha para que la corriente histórica los siga a ellos. Y se equivocan y se quedan solos. Hoy en día nadie puede pretender que se vuelva a la época de los faraones o algo por el estilo. Yo estoy de acuerdo con quienes afirman que los enemigos son los que más han trabajado en favor de Perón. Además, Perón tiene muchas fórmulas de vida, que usa permanentemente. Si hay conflictos entre varias tendencias, les responde: "Cada lechón en su teta es el modo de mamar". Y él ha mamado mucho el Martín Fierro . . .
—¿Con qué tendencia dentro del peronismo está Luis María Albamonte?
—Yo estaré siempre con los hombres y con los métodos que lleven a la justicia social, a la independencia económica y a la soberanía política.
—Pero, justamente, un sector acusa a otro de no luchar por esos ideales.
—Mire, voy a ser claro: estoy ciento por ciento con la juventud por su pureza, por su idealismo y por su abnegación.
—Se dice que todo escritor que ingresa al periodismo deja de serlo a corto o largo plazo. ¿Qué le pasó a usted?
—Yo soy un escritor depuesto, porque cayó Perón y me borraron del panorama de la literatura argentina. Y eso que soy un precursor de la literatura fantástica en la Argentina. Además, en la actualidad, para ser escritor hay que ser representativo de una clase social. Por ejemplo, Jorge Luis Borges, de quien tengo la peor opinión, representa a una clase oligárquica y extranjerizante. El va a tener siempre los bombos y platines de la clase que él representa. Pablo Neruda, un poeta de marca mayor, siempre tendrá una plataforma a nivel mundial porque representa al comunismo . . .
—¿Y Américo Barrios no podría representar al peronismo?
—Podría ser, pero el peronismo recién se está tratando de consolidar en el país.
—¿Qué hace en un día de descanso?
—Duermo. Me pongo al día con el descanso. Luego me baño, me afeito y salgo. A veces visito a un amigo. Leo, voy al cine. En fin ... Es un día de descanso como cualquiera. ¡Ah!, debo confesar que también vengo al diario. Es irremediable: tengo que venir aunque tenga vacaciones.
—¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
—Bueno, ya le nombré a Plutarco. Leo muchos libros de historia. Soy revisionista. Ahora me interesa también la arqueología, aunque en realidad el último libro que leí es Los orígenes de la tragedia griega, de Nietzsche, que plantea la superioridad de lo estético sobre lo moral.
—¿Por qué eligió ese seudónimo?
—Cuando tuve que firmar mis notas deportivas en El Sol, no quise usar mi nombre, que quiere decir Montaña Blanca. Entonces sinteticé los que había usado hasta ese entonces, que eran Américo Lobos y Juan de los Barrios, y quedó Américo Barrios.
—¿Qué fue lo más importante que hizo en su vida?
—Lo mejor creo que fue la organización de los Campeonatos Infantiles Evita. No porque los pibes jugaran al fútbol y porque de ellos hayan surgido Sívori, Maschio o Angelillo, sino porque allí cuidábamos la salud de toda una generación. Se sacaban radiografías y se detectaban y solucionaban los problemas de la salud.
—¿Qué significa a esta altura de su carrera haber ganado el Martín Fierro?
—Es la primera vez que se otorga a un periodista. Yo tengo muchos premios, de todo tipo, pero uno no se endurece. Cada premio es sentido y no se puede evitar la emoción. Sobre todo si fes como éste, otorgado por los propios colegas. No voy a ser hipócrita y decir que no lo merezco. Sí, lo merezco, y voy a hacer todo lo posible como para merecerlo todos los años.
—Si tuviera que elegir su epitafio, ¿qué escribiría?
—Yo siempre fui leal, aunque tuve que pagar muy alto precio. Quiero que se sepa que mantuve hasta mi muerte la lealtad al amigo, a la mina, a Perón, al jefe. Por eso, simplemente, pondría: Fue leal.
Otelo Borroni
Fotos: Eduardo Comesaña
Revista Siete Días Ilustrados
30.09.1973
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/nacion/americo-barrios.html
En un extenso diálogo con Siete Días, el veterano y controvertido periodista se definió sobre diversos aspectos del momento. "Los ovnis existen, Perón no es infalible y yo si empre lucharé por la justicia social", afirmó entre otras cosas. Además, aseguró ser "el tipo más optimista del mundo"
En el periodismo argentino existen ciertos personajes, discutidos o respetados, profundos o superficiales, que aparecen como inevitables, casi lógicos, como si hubieran existido siempre. Tal es el caso de Américo Barrios —Luis María Albamonte—, quien desde sus primeros artículos se convirtió en uno de esos "inefables" hombres de prensa. Su edad es un misterio. Cuesta mucho definirla y él mismo se encarga de mantener la incógnita: "Diga simplemente que soy de este siglo", se excusa. Sin embargo, hay algunos datos significativos, que permiten arriesgar cifras al respecto. Por ejemplo, todas las anécdotas acuñadas en torno a su figura, allá por la década del 30, ya lo muestran como periodista experto, de densa trayectoria. Y es justamente esa dilatada carrera la que confiere mayor riqueza a su personalidad. Fue publicista, escribió reportajes humorísticos en Patoruzú y notas deportivas en Mundo Argentino y en el periódico El Sol, de Natalio Botana. Dirigió los diarios Democracia y El Laborista. Desde su adolescencia fue escritor, logrando en 1951 el Premio Nacional de Literatura. Muchas veces alcanzó la cima de la popularidad y otras tantas cayó en oscuros abismos profesionales. En la actualidad se desempeña como director de la edición matutina del diario Crónica, una actividad que no le impide frecuentar los estudios de radio y televisión, en calidad de comentarista. Justamente, semanas atrás se hizo acreedor al Martín Fierro 1973, otorgado por APTRA al mejor periodista de TV.
Sin embargo, en Luis María Albamonte existen otras facetas que delinean su personalidad con tanta o más fuerza que su vida literaria o periodística: su pasión por el estudio de los ovnis y, fundamentalmente, su militancia peronista. En ambos campos llegó a destacarse, aunque, sin duda, su actuación política le ha deparado mayor trascendencia. Le tocó acompañar a Juan Domingo Perón en los primeros, difíciles, años de exilio, desempeñándose como su delegado personal y apoderado general del Partido Justicialista, entre los años 1961 y 1963.
Su escritorio, con amplia vista al Río de la Plata, en el quinto piso del moderno edificio de Crónica, es su verdadero cuartel general. Está repleto de cartas. En una esquina, una pila de libros. El primero, Vidas Paralelas, de Plutarco. "Es mi libro de cabecera, mi biblia. Lo consulto y releo constantemente. Es una obra admirable", se justifica.
—Usted dirige un diario, escribe y dice comentarios, pensamientos sobre distintos temas de actualidad, varias veces al día y a todo el país. ¿Cuál es el mensaje que intenta dar a través de sus notas?
—Entiendo que el valor más alto de cualquier país es el hombre. Siempre hice de mi vocación periodística el instrumento para la defensa de la dignidad humana. Yo estoy siempre con la solidaridad social. Quiero el bienestar del pueblo, la grandeza de la nación y lo que puedo escribir en el diario, decir por la radio o la televisión, será siempre en defensa de la dignidad humana. Ese es el motor de Américo Barrios. Yo me he convertido en vocero de la gente que no tiene acceso a los medios de comunicación. Quiero ser el que trasmita a la nación las esperanzas y frustraciones de quienes se tendrían que contentar con una charla en una mesa de café.
—¿A usted le parece que relatando casos individuales se puede mejorar la situación de la gente? ¿No hacen falta soluciones de conjunto?
—Se necesitan las dos cosas. El caso individual, casi siempre se puede solucionar, pero carece de trascendencia social. Los problemas de fondo, en cambio, requieren soluciones de fondo. Y he observado con alegría que después de algunas de mis charlas se han tomado soluciones generales. De todas maneras, nunca me quedaría contento si teniendo la posibilidad de lograr alguna solución, aunque fuera episódica o anecdótica, no lo hiciera.
—Y si no pudiera expresar sus deseos de justicia social a través del periodismo ¿qué otro camino elegirá? ¿Sería político, asistente social, filántropo, guerrillero, sacerdote?
—No. Lucharía para poder hacerlo a través del periodismo. El guerrillero actúa en un medio muy restringido. El medio que yo utilizo es más amplio. Cada palabra mía llega por lo menos a un millón ochocientas mil personas. Mire: yo no soy Alain Delon, yo no ofrezco absolutamente nada, pero no doy abasto con la lectura de mi correspondencia. Y nadie me escribe para pedirme dinero: todos me plantean un problema social.
AB saca una carta de una enorme pila puesta sobre su escritorio. La abre despaciosamente y lee en voz alta. Se trata de alguien que protesta por las colas que hay que hacer para pagar los impuestos. Dice la carta que se suma un doble sacrificio: el de los bolsillos y el físico, al tener que soportar los contribuyentes largas horas de pie para aumentar las arcas del Estado.
—¿Se da cuenta? Es una del montón. Son todas por el estilo. Me llama poderosamente la atención la gran cantidad de niños que me escuchan y me escriben cotidianamente. Estos son cuatro, que me piden que les cuente algunos casos de comprobación de vida extraterrestre.
—¿Cómo nació su pasión por el estudio de los ovnis?
—Yo creo que me pasó lo que le hubiera pasado a usted. Pensando que era un tema que interesaba, me propuse hacer una serie de notas. Y de la misma manera que habría hecho usted, antes de escribir traté de informarme y estudié el tema a fondo. Escribí 120 notas en esa serie. Estaba redactando una de esas notas cuando recordé que Plutarco cuenta una batalla en la que entre los dos ejércitos se interpuso una gran bola de fuego. Entonces me puse a pensar y recordé otros libros, muchos de ellos de arte, en los que había datos significativos. Así descubrí el Templo de las Campanas, en Java. Son tres círculos concéntricos con un determinado número de campanas cada uno. La primera advertencia que tuve es que se parecen muchísimo a las descripciones que hacen quienes vieron alguna vez platillos voladores. Pero, para sorpresa general, en el interior de cada una de las campanas aparece la figura de Buda con un traje indudablemente de astronauta. Creo que el trabajo mío fue de importancia, porque aún hoy me siguen llegando cartas de todo el mundo.
—¿Nunca antes le había interesado la vida extraterrestre?
—La verdad, sí. La denominación de platos voladores recién se dio en 1947 y cobraron gran notoriedad cuando un capitán de la aviación de Estados Unidos observó un plato volador. Recibió la orden de seguirlo con su caza y cuando se estaba acercando fue pulverizado. El Pentágono, preocupado, le encargó la investigación del caso a Donald Keyhoe, de la marina de USA. Este llegó a la conclusión de que se trataba de un plato volador extraterrestre. Las autoridades decidieron mantener en secreto esa Información, lo que indignó al marino, quien publicó un libro contando todo el asunto. Terminaba 1948 y yo era director de El Laborista. Sin pensarlo dos veces, compré los derechos de publicación del libro para mi diario, que lo sacó en capítulos.
—¿Usted cree en la existencia de los platos voladores?
—Categóricamente, sí. Y para demostrárselo usaré solamente un criterio de humildad: ¿cómo puede ser tan petulante el hombre de creer que es el único ser pensante entre tantos miles de millones de planetas y de galaxias que hay en todo el universo?
HUMOR, DINERO Y POLITICA
La voz de Américo Barrios, su entonación, su particular forma de dejar caer casi cansinamente las palabras, se mantiene invariable, aunque él esté tranquilo o excitado. La expresión de su estado de ánimo la pone en sus pausas, sus movimientos, sus gestos. Pocas veces ríe. A lo sumo pliega los labios, irónicamente.
—¿Se considera un hombre con humor?
—Sí, tengo mucho humor. Soy el tipo más optimista del mundo. ¡Y las he pasado todas! Yo he resucitado civilmente por lo menos tres veces. Mi abuela, al morir, nos dejó 60 casas. Una verdadera fortuna. Y sin embargo, después de eso tuve que vivir en un conventillo que la municipalidad cerró por inhabitable. Para dormir tranquilo
tenía que sujetar algunos ladrillos del techo con una caña, porque si no, me caían de noche sobre la cabeza. Lo que pasó fue que toda mi familia quiso quedarse con la mayor parte de la herencia de mi abuela. Era un espectáculo lamentable. El dinero se había convertido en un elemento de rapiña. Deprimido, rompí los lazos con mi familia y abandoné todo. Como ésa, tuve varias muertes civiles. Sólo con mucho humor se pueden sobrellevar trances semejantes.
—Sin embargo, a pesar de esas situaciones angustiosas por las que pasó, se dice que hoy es un hombre adinerado...
—Si eso fuera cierto, ¿sabe lo que sería yo?: ¡un boludo! ¿Se piensa que estaría escribiendo 16 horas por día? Cuando cayó Perón tuve que trabajar de peón en la fábrica textil de Francisco David, en Asunción del Paraguay, porque nunca procuré enriquecerme. Es cierto, yo gané mucho dinero, pero siempre fui un seco. Después de haber pasado 10 años de destierro con todas las de la ley y 10 meses escondido en un sótano lleno de ratas, si tuviera plata, por lo menos ahora disfrutaría y no me pasaría el día trabajando.
—¿Dónde vive actualmente?
—¿Ve? Ahí tiene otro ejemplo: vivo en Villa Urquiza, en un departamento. Queda tan lejos que muchas veces, cuando estoy muy cansado, me quedo a dormir en algún hotel del centro, para no tener que viajar tanto.
—¿Qué opina de la situación actual del país?
—Yo creo que éste es un momento muy delicado. O todos los argentinos nos unimos para sacar el país adelante o no lo saca nadie. Cuando oigo hablar de planes de estabilización me parece una barbaridad. Tenemos que estabilizar en un nivel de bienestar y no de angustia, de miseria. También ha llegado el tiempo de la intrepidez. Se avecina una realidad que avanza con todas sus fuerzas. Pero también se mueven los intereses caducos que no quieren sucumbir. Son ellos los explotadores del hombre, los que crearon las injusticias sociales, los que se escudan en el régimen de la prepotencia de los más fuertes, los representantes del capital explotador.
—Noto algo raro: usted es peronista y, sin embargo, al hacer un análisis de la situación actual del país no nombra a Perón, ni siquiera entre las soluciones ...
—Es porque todo lo que yo dije lo dice Perón. No se olvide que yo fui delegado de él y que como tal tuve que dar la orden de votar en las elecciones de 1962, cuando ganó Framini. A partir de allí cambió el signo de la lucha del peronismo. La gente estaba cansada de votos en blanco.
—¿Por qué dejó de ser delegado de Perón?
—Renuncié. Fui uno de los pocos que se fue por las suyas. Al resto lo echaron. Ya le había dicho a Perón: Yo no soy político. Aclaro, además, que fui uno de los pocos delegados que no se enriqueció con el puesto. Terminé pobre como una rata. En esos días de carencias había veces que sólo comía un tomate o un plato de arroz en 24 horas. Compartí con Perón un duro peregrinaje y un largo destierro. Ese es mi grito de orgullo.
—¿Conoció al resto de los delegados?
—Por supuesto. De la mayoría soy amigo personal.
—¿Y qué opina de ellos?
—Yo prefiero opinar de Perón.
—Entonces, ¿qué opina de Perón?
—No creo que se pueda decir que es infalible, pero comparado con el resto de los políticos, está a varios años luz de distancia. Está lleno de sentido común. La corriente de la historia siempre va para adelante; nunca para atrás. Entonces, él acompaña la corriente histórica. Por eso Perón siempre tiene razón. En cambio, el resto de los políticos lucha para que la corriente histórica los siga a ellos. Y se equivocan y se quedan solos. Hoy en día nadie puede pretender que se vuelva a la época de los faraones o algo por el estilo. Yo estoy de acuerdo con quienes afirman que los enemigos son los que más han trabajado en favor de Perón. Además, Perón tiene muchas fórmulas de vida, que usa permanentemente. Si hay conflictos entre varias tendencias, les responde: "Cada lechón en su teta es el modo de mamar". Y él ha mamado mucho el Martín Fierro . . .
—¿Con qué tendencia dentro del peronismo está Luis María Albamonte?
—Yo estaré siempre con los hombres y con los métodos que lleven a la justicia social, a la independencia económica y a la soberanía política.
—Pero, justamente, un sector acusa a otro de no luchar por esos ideales.
—Mire, voy a ser claro: estoy ciento por ciento con la juventud por su pureza, por su idealismo y por su abnegación.
—Se dice que todo escritor que ingresa al periodismo deja de serlo a corto o largo plazo. ¿Qué le pasó a usted?
—Yo soy un escritor depuesto, porque cayó Perón y me borraron del panorama de la literatura argentina. Y eso que soy un precursor de la literatura fantástica en la Argentina. Además, en la actualidad, para ser escritor hay que ser representativo de una clase social. Por ejemplo, Jorge Luis Borges, de quien tengo la peor opinión, representa a una clase oligárquica y extranjerizante. El va a tener siempre los bombos y platines de la clase que él representa. Pablo Neruda, un poeta de marca mayor, siempre tendrá una plataforma a nivel mundial porque representa al comunismo . . .
—¿Y Américo Barrios no podría representar al peronismo?
—Podría ser, pero el peronismo recién se está tratando de consolidar en el país.
—¿Qué hace en un día de descanso?
—Duermo. Me pongo al día con el descanso. Luego me baño, me afeito y salgo. A veces visito a un amigo. Leo, voy al cine. En fin ... Es un día de descanso como cualquiera. ¡Ah!, debo confesar que también vengo al diario. Es irremediable: tengo que venir aunque tenga vacaciones.
—¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
—Bueno, ya le nombré a Plutarco. Leo muchos libros de historia. Soy revisionista. Ahora me interesa también la arqueología, aunque en realidad el último libro que leí es Los orígenes de la tragedia griega, de Nietzsche, que plantea la superioridad de lo estético sobre lo moral.
—¿Por qué eligió ese seudónimo?
—Cuando tuve que firmar mis notas deportivas en El Sol, no quise usar mi nombre, que quiere decir Montaña Blanca. Entonces sinteticé los que había usado hasta ese entonces, que eran Américo Lobos y Juan de los Barrios, y quedó Américo Barrios.
—¿Qué fue lo más importante que hizo en su vida?
—Lo mejor creo que fue la organización de los Campeonatos Infantiles Evita. No porque los pibes jugaran al fútbol y porque de ellos hayan surgido Sívori, Maschio o Angelillo, sino porque allí cuidábamos la salud de toda una generación. Se sacaban radiografías y se detectaban y solucionaban los problemas de la salud.
—¿Qué significa a esta altura de su carrera haber ganado el Martín Fierro?
—Es la primera vez que se otorga a un periodista. Yo tengo muchos premios, de todo tipo, pero uno no se endurece. Cada premio es sentido y no se puede evitar la emoción. Sobre todo si fes como éste, otorgado por los propios colegas. No voy a ser hipócrita y decir que no lo merezco. Sí, lo merezco, y voy a hacer todo lo posible como para merecerlo todos los años.
—Si tuviera que elegir su epitafio, ¿qué escribiría?
—Yo siempre fui leal, aunque tuve que pagar muy alto precio. Quiero que se sepa que mantuve hasta mi muerte la lealtad al amigo, a la mina, a Perón, al jefe. Por eso, simplemente, pondría: Fue leal.
Otelo Borroni
Fotos: Eduardo Comesaña
Revista Siete Días Ilustrados
30.09.1973
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/nacion/americo-barrios.html
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