martes, 1 de noviembre de 2016

EL EMPERADOR DE ESTADOS UNIDOS

EL EMPERADOR DE ESTADOS UNIDOS

EL EMPERADOR DE ESTADOS UNIDOS

El director del San Francisco Bulletin fue el primero en enterarse. El menesteroso que le aguardaba, vestido con un uniforme azul y oro de coronel, le dijo con la mayor naturalidad: «Soy el emperador de los Estados Unidos.» La declaración divirtió al periodista, que aceptó publicar la declaración de su visitante en primera página. Así se inició el fabuloso reinado de Joshua Abraham Norton, reinado que duraría veinte años.
En otros tiempos, Norton había estado a la cabeza de un importante imperio comercial. Nacido en Londres en 1819, dos años más tarde fue llevado por su familia a África del Sur, donde su padre trabajaba como granjero y comerciante de efectos navales.
Al morir su progenitor en 1848, Norton vendió las propiedades heredadas y se marchó al Brasil. Por aquel entonces acababa de descubrirse oro en California.
En noviembre de 1849 Norton llegaba a San Francisco con 40.000 dólares. Pensó que se podía ganar más dinero explotando la propia ciudad que lavando las arenas auríferas, por lo que abrió unos grandes almacenes e invirtió dinero en terrenos.
Acaparador de arroz
Hacia el año 1853 había reunido 250.000 dólares. Pero se tornó ambicioso: decidió acaparar arroz comprando todos los cargamentos. El precio subió de 5 a 50 centavos, pero se negaba a vender. De repente llegó toda una flota de América del Sur cargada de arroz y los precios se derrumbaron.
Norton quedó arruinado. Dos años más tarde se declaraba en quiebra.
Así seguía cuando lanzó su primera proclama en septiembre de 1859. Una semana más tarde, un segundo decreto hacía saber que a causa de la corrupción en las altas esferas el Presidente era destituido y disuelto el Congreso. A partir de aquel momento gobernaría él personalmente.
Todo San Francisco estaba regocijado
Norton se había convertido en el «personaje» favorito.
Cuando Washington hizo caso omiso de su segundo decreto, el emperador Norton ordenó al comandante en jefe del Ejército que «al mando de las fuerzas necesarias desalojase las salas del Congreso».
Todos los estados de la Unión recibieron orden de enviar delegados al Palacio de la Música de San Francisco para rendir homenaje «e introducir los cambios necesarios en la ley».
No tardó en seguir a este decreto otro en el que se decía que, siendo evidentemente incapaces los mexicanos de regir sus propios asuntos, el emperador asumía el pape1 de «Protector de México».
El emperador Norton tenía su corte en un edificio gris de habitaciones de alquiler, con retratos de Napoleón y la Reina Victoria colgados de la pared. Por las tardes se paseaba por las calles seguido de dos perros mestizos, correspondiendo con toda seriedad a las reverencias de sus súbditos, inspeccionando las alcantarillas y comprobando los horarios de los autobuses. Iba a una iglesia diferente cada domingo, a fin de evitar celos entre las diversas sectas.
Butaca reservada en los teatros
Los teatros le tenían reservada una butaca especial y el público se levantaba con respetuoso silencio cuando entraba. En cierta ocasión un joven policía, en un exceso de celo, le detuvo por vagabundo y toda la ciudad se indignó. El director de policía fue personalmente a ponerle en libertad deshaciéndose en excusas. Una delegación de concejales fue a visitarle y él accedió graciosamente a «borrar el incidente de la memoria».
Al estallar la guerra civil en 1861 si guió el curso de la contienda con «profunda preocupación». Convocó a San Francisco al Presidente Lincoln y a Jefferson Davis, Presidente de la Confederación, para mediar entre ellos. Viendo que no comparecía ninguno y que ni siquiera le contestaban, ordenó un alto el fuego hasta que él «tomara su imperial decisión».
Durante todo este tiempo Norton era mantenido por los vecinos de San Francisco. Se le concedió alojamiento gratuito, alimentación gratuita y transportes gratuitos.
En cierta ocasión «abolió» la compañía de ferrocarriles Central Pacific por haberle negado comida gratis en el vagón restaurante, y sólo se aplacó su indignación cuando se le entregó un pase vitalicio y se le dio pública satisfacción.
Pero siempre andaba mal de dinero, por lo que implantó un sistema de impuestos: 25 a 50 centavos semanales los tenderos y tres dólares semanales los bancos. San Francisco se rió... pero la mayoría pagó.
 Una desgracia nacional
Cuando su uniforme estuvo deslucido y harapiento, Norton dictó una proclama: «Sabed que yo, Norton I, tengo varias quejas contra mis vasallos, considerando que mi imperial guardarropa constituye una desgracia nacional». Al día siguiente el ayuntamiento aprobó una subvención para equiparlo de nuevo.
Los habitantes de San Francisco fueron leales y fieles súbditos. Cuando murió, el 8 de enero de 1880, diez mil ciudadanos desfilaron durante dos días ante su ataúd para rendirle tributo póstumo.
En 1934 se colocó una lápida de mármol sobre su tumba con esta simple inscripción: «Norton I, Emperador de los Estados Unidos, Protector de México, 1819-1880.»
La verdadera causa de la simpatía que inspiró Joshua Norton supo describirla un diario de San Francisco al publicar su necrológica: «El Emperador Norton no mató a nadie, no robó a nadie, no se apoderó de la patria de nadie. De la mayoría de sus colegas no se puede decir lo mismo.» Y así era. El pintoresco monarca de San Francisco supo gobernar a sus súbditos con mano suave.


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