REPORTAJE A JUAN MANUEL DE ROSAS
(por un comerciante inglés, William Mac Cann )
La vida de Rosas era de ininterrumpida labor: personalmente, despachaba las cuestiones de Estado más nimias y no dejaba ningún asunto a la resolución de los demás si podía resolverlo por sí mismo. Pasaba, de ordinario, las noches sentado a su mesa de trabajo; a la madrugada hacía una ligera refacción y se retiraba a descansar. Me dijo una vez doña Manuelita que sus preocupaciones más amargas, provenían del temor de que su padre se acortara la vida por su extremoso contracción a los negocios públicos.
Desciende el general Rosas de una antigua familia española; su padre era coronel de ejército y él mismo desde temprana edad se sintió inclinado a la milicia. Su natural chocarrero e inclinado a las bromas pesadas y chascos, contribuyó a darle popularidad entre la soldadesca y su influencia personal sobra las milicias se hizo entonces muy considerable, aunque no era más que un subalterno. Como hacendado supo ganarse las voluntades del paisanaje y aventajaba a todos los gauchos en alardes de prontitud y destreza, en domar potros salvajes y en tirar el lazo, acreditándose también como un excelente administrador de estancias. Durante toda su carrera se hizo notar siempre por sus cualidades de administrador y su arte especial para captarse las simpatías de los que lo rodeaban hasta obtener su confianza, así como la segura obediencia de todos aquellos que servían bajo sus órdenes.
Mi primera entrevista con el general Rosas tuvo lugar en una de las avenidas de su parque, donde a la sombra de los sauces discurrimos por algunas horas. Al anochecer me llevó bajo un emparrado y allí volvió sobre el interminable tema político. Vestía en esta ocasión una chaqueta de marino, pantalones azules y gorra; llevaba en la mano una larga vara torcida. Su rostro hermoso y rosado, su aspecto macizo (es de temperamento sanguíneo), le daban el aspecto de un gentilhombre de la campaña inglesa. Tiene cinco pies y tres pulgadas de estatura y cincuenta y nueve años de edad. Refiriéndose al lema que llevan todos los ciudadanos: " ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!" me dijo que lo había adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social pero que en momentos de excitación popular había servido para economizar muchas vidas; que era un testimonio de confraternidad, y como para afirmarlo, me dio un violento abrazo. La palabra "mueran" expresaba el deseo de que los unitarios fueran destruidos como partido político de oposición al gobierno. Era verdad que muchos unitarios habían sido ejecutados, pero solamente porque veinte gotas de sangre, derramadas a tiempo, evitaban el derramamiento de veinte mil. No deseaba, dijo, ser considerado un santo, ni tampoco que se hablara mal de él, ni buscaba ninguna clase de alabanzas. (...).
El trato de general Rosas era tan llano y familiar, que muy luego el visitante se sentía enteramente cómodo frente a él; la facilidad y tacto con que trataba los diversos asuntos, ganaban insensiblemente la confianza de su interlocutor. El extranjero más prevenido, después de apartarse de su presencia, sentía que las maneras de ese hombre eran espontáneas y agradables. Me relató varios episodios de su vida juvenil; me dio que su educación había costado a sus padres unos cien pesos, porque solamente fue a la escuela por espacio de un año. Su maestro solía decirle: "Don Juan, usted no debe hacerse mala sangre por cosas de libros, aprenda a escribir con buena letra, su vida va a pasar en una estancia, no se preocupe mucho por aprender."
Desciende el general Rosas de una antigua familia española; su padre era coronel de ejército y él mismo desde temprana edad se sintió inclinado a la milicia. Su natural chocarrero e inclinado a las bromas pesadas y chascos, contribuyó a darle popularidad entre la soldadesca y su influencia personal sobra las milicias se hizo entonces muy considerable, aunque no era más que un subalterno. Como hacendado supo ganarse las voluntades del paisanaje y aventajaba a todos los gauchos en alardes de prontitud y destreza, en domar potros salvajes y en tirar el lazo, acreditándose también como un excelente administrador de estancias. Durante toda su carrera se hizo notar siempre por sus cualidades de administrador y su arte especial para captarse las simpatías de los que lo rodeaban hasta obtener su confianza, así como la segura obediencia de todos aquellos que servían bajo sus órdenes.
Mi primera entrevista con el general Rosas tuvo lugar en una de las avenidas de su parque, donde a la sombra de los sauces discurrimos por algunas horas. Al anochecer me llevó bajo un emparrado y allí volvió sobre el interminable tema político. Vestía en esta ocasión una chaqueta de marino, pantalones azules y gorra; llevaba en la mano una larga vara torcida. Su rostro hermoso y rosado, su aspecto macizo (es de temperamento sanguíneo), le daban el aspecto de un gentilhombre de la campaña inglesa. Tiene cinco pies y tres pulgadas de estatura y cincuenta y nueve años de edad. Refiriéndose al lema que llevan todos los ciudadanos: " ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!" me dijo que lo había adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social pero que en momentos de excitación popular había servido para economizar muchas vidas; que era un testimonio de confraternidad, y como para afirmarlo, me dio un violento abrazo. La palabra "mueran" expresaba el deseo de que los unitarios fueran destruidos como partido político de oposición al gobierno. Era verdad que muchos unitarios habían sido ejecutados, pero solamente porque veinte gotas de sangre, derramadas a tiempo, evitaban el derramamiento de veinte mil. No deseaba, dijo, ser considerado un santo, ni tampoco que se hablara mal de él, ni buscaba ninguna clase de alabanzas. (...).
El trato de general Rosas era tan llano y familiar, que muy luego el visitante se sentía enteramente cómodo frente a él; la facilidad y tacto con que trataba los diversos asuntos, ganaban insensiblemente la confianza de su interlocutor. El extranjero más prevenido, después de apartarse de su presencia, sentía que las maneras de ese hombre eran espontáneas y agradables. Me relató varios episodios de su vida juvenil; me dio que su educación había costado a sus padres unos cien pesos, porque solamente fue a la escuela por espacio de un año. Su maestro solía decirle: "Don Juan, usted no debe hacerse mala sangre por cosas de libros, aprenda a escribir con buena letra, su vida va a pasar en una estancia, no se preocupe mucho por aprender."
La hija de Rosas, que posee grandes atractivos, dispone de muchos recursos para cautivar a sus visitantes y ganar su confianza.
En una de mis visitas a la casa, como su padre se encontraba ocupado, montó enseguida a caballo, y juntos nos echamos a galopar a través del bosque. Es una excelente amazona y me dejaba atrás con tanta frecuencia, que hasta se me hacía imposible espantarle los mosquitos del cuello y los brazos, como me lo ordenaba la cortesanía. Ya anochecido, se nos reunió Rosas y continuó hablando de política hasta la media noche. Mientras nos paseábamos por los corredores del patio, doña Manuelita vino corriendo hacia su padre y rodeándole el cuello con sus brazos, lo reconvino cariñosamente por haberla dejado sola y por quedarse hasta esas horas en el frío de la noche. Llamaron entonces a un empleado de la casa para que me hiciera compañía, hasta la ciudad, y antes de que yo montara a caballo, doña Manuelita corrió a buscar una capa de su padre insistiendo luego en que me la pusiera para abrigarme, porque amenazaba un viento pampero.
Fuentes:
- William Mac Cann, Viaje a caballo por las provincias argentinas, Bs. As., Hyspamérica, 1985.
- Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
Fuente: www.lagazeta.com.ar ¡Gracias!
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