LA ÉPOCA PREVIA A LA REVOLUCION DE
MAYO RELATADA POR UN PARTÍCIPE
LINEA DIVISORIA
ENTRE CRIOLLOS Y PENINSULARES
La preponderancia que
adquirió el regimiento de Patricios de Buenos Aires, el 1° de enero de 1809,
sobre los tercios españoles, bajo la dirección de don Martín de Álzaga,
decididos a deponer al pueblo de Buenos Aires la existencia de un poder que
hasta entonces no había tenido ocasión de ensayar, y la autoridad del virrey
vino a quedar bajo la única salvaguarda de los batallones nacionales.
Resuelto así el tema que
pendiera de este hecho, empezaron a trabajar más desahogadamente, aunque en
reuniones secretas, los pocos ciudadanos preocupados de la idea grandiosa de la
emancipación de su patria. La casa del señor Vieytes en la calle Venezuela, y
la de don Nicolás Rodríguez Peña, en la calle piedad tras de la iglesia de San
Miguel, servían frecuentemente de punto de reunión de los iniciados en el
pensamiento de formar un gobierno independiente de la antigua metrópoli. Se
inventaban excursiones al campo y partidas de caza para disfrazar el verdadero
intento de este figurado pasatiempo.
Los concurrentes a esos
memorables paseos, apenas se encontraban reunidos, sea bajo de los árboles ó al
abrigo de una choza campestre, se ocupaban exclusivamente de combinar los
medios de llevar a buen término la obra de sus sueños y de sus esperanzas.
"El pueblo, decían
ellos, no está preparado para un cambio violento en la administración. La masa
de los proletariados que constituye la fuerza de la provincia, consagra una
especie de culto al general Liniers, en quien no ven el odioso instrumento del
absolutismo peninsular, sino al libertador de Buenos Aires, al triunfador de la
última invasión extranjera; atacar esta autoridad, sería concitar contra
nosotros una fuerza invencible".
No carecían tampoco del
sentimiento de la gratitud, los hombres generosos dedicados a la libertad de su
patria. En sus combinaciones íntimas, en sus expansiones recíprocas, no asomó
jamás, ni el rencor, ni la ambición, ni la venganza. Una sola pasión les
dominaba: la de la independencia de su país; y a ella sacrificaban sin reserva
su vida y su fortuna.
Pero ¿cómo procurarse
prosélitos para derribar el poder español, sin aventurar el sigilo, y arriesgar
sin fruto la propia existencia de los confabulados, una vez que llegase a
descubrirse por la autoridad el designio secreto de sus trabajos? ¿Cómo iniciar
en el misterio al corones don Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de
Patricios, sin cuyo concurso fuera inútil y temeraria toda tentativa cuando
tenía de su parte el favor de Liniers y cuando blasonaba de su lealtad probada,
sosteniéndole contra las intrigas de los españoles?
La desacordada política de
la corte de España se encargó de sacar a los patriotas de este amargo
conflicto. El general Liniers, de origen francés, denunciado subrepticiamente a
la corte por el cabildo de Buenos Aires, como conivente con el emperador de los
franceses, y acusado de haberse entendido con su comisario imperial, para
traicionar la causa del rey, fue depuesto súbitamente y sustituido del mando
del virreynato por el general de marina don Baltazar Hidalgo de Cisneros. Esta
medida inconsiderada del gobierno de España vino a satisfacer de cierto modo a
los magnates españoles, derrotados en la asonada del 1º de enero, pero
descontentó al mismo tiempo a los Patricios, lastimó su lealtad, y desairó a
los que fieles a sus deberes militares, habían sostenido al virrey, atacados
por aquellos mismos a quienes más importaba la conservación de la autoridad
peninsular.
Por otra parte la vida
entera del general Liniers, sus eminentes servicios a la corona de España, su
índole caballeresca y noble, protestaban contra la calumnia de que era víctima,
y despertaba en los hijos del país, aversiones y desprecio a los instigadores y
sostenedores de una intriga. El mismo gobierno español tan débil para
contemporizar en América, con las preocupaciones bastardas de los enemigos de
su fiel servidor, hubo de limitarse empero, á exonerar al virrey sin
destituirlo de su rango en la marina de guerra.
Demarcóse, pues,
fácilmente la línea divisora entre los naturales y los españoles, siquiera no
fuese para la generalidad sino el resultado de rivalidades locales, no habiendo
aun cundido entre el pueblo las ideas que agitaban a los promovedores de la
revolución de Mayo. De un lado está el número y la confianza en las propias
fuerzas: del otro lado los peninsulares enardecidos contra el agresor de la
España, y engreídos de la aquiescencia de la metrópoli a un cambio personal en
la administración del virreynato.
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