martes, 11 de octubre de 2011

Lealtad o pirotecnia discursiva


Un muy buen análisis 



Por Hernán Brienza
Periodista, escritor y politólogo

Regalarle títulos a la prensa hegemónica, intentar esmerilar la relación entre la presidenta y los trabajadores a menos de un mes de las elecciones no parece una política madura por parte de algunos dirigentes obreros.

(Tiempo Argentino) - Quizás el peor error de los tantos que cometió la izquierda peronista en el ’73, tras el regreso de Juan Domingo Perón, es el de haber caracterizado mal la etapa que se avecinaba en el mundo, en Latinoamérica y se cernía sobre la Argentina. Convencidos de que soplaban vientos revolucionarios y de que era posible la creación del Hombre Nuevo, se lanzó a generar las condiciones subjetivas de la revolución, sin importar lo que ocurriera con los resultados. Tensar la cuerda la llevó a perder la comunicación con el conductor, y finalmente, al desencuentro y al debilitamiento de todo el proceso de liberación nacional iniciado el 11 de marzo de ese tremebundo año.
Más allá de las caracterizaciones ideológicas que puedan hacerse teórica o abstractamente sobre el Perón del regreso –sin dudas ya era un hombre del orden más que de la Revolución–, pero era justamente él quien sabía en qué medida y con armonía se iba a llevar adelante la concreción del proyecto nacional en función de los tiempos que corrían en el globo. Fue Perón el que supo que Richard Nixon y el inefable Henry Kissinger iban a sembrar el continente de dictaduras militares. Fue Perón el que se dio cuenta y lo escribió en una carta al general chileno Carlos Prats –asesinado después por la dictadura militar– de que Estados Unidos no iba a permitir otro enclave nacional y popular: “Reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por las fuerzas democráticas de América Latina reside en no apreciar debidamente el rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de los golpes de Estado. Sus manos están manchadas con la sangre de miles y miles de latinoamericanos caídos en la lucha por la libertad y la independencia. No hay un solo país latinoamericano que no haya sufrido la intromisión descarada de los monopolios estadounidenses, verdaderos ejecutores de la política exterior de su país. Se equivocan los que afirman que respecto de los Estados Unidos estamos viviendo un período de calma. Y qué calma es esta cuando están realizando toda clase de actividades secretas, soborno de políticos y funcionarios gubernamentales, asesinatos políticos, actos de sabotaje, fomento del mercado negro y penetración en todas las esferas de la vida política, económica y social. Sobre nuestros países vuelan los aviones militares estadounidenses, mientras nuestro suelo permanece en poder de sus monopolios, con bases militares. Y a esto se añaden centenas de establecimientos menores, como estaciones meteorológicas, o sismológicas, capaces de convertirse en centros de terrorismo y agresión.” Fue Perón el que comprendió el mensaje de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, y el que comprendió las incidencias de la crisis del petróleo en las economías emergentes. La izquierda, tanto peronista como perreteísta, claro, estaban convencidos de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Hasta Fidel Castro se daba cuenta de que eran tiempos más proclives a las “lealtades” que a las “profundizaciones”. En una carta a Mario Santucho, el líder cubano le contestó unos meses más tarde, cuando Robi le pidió ayuda económica y militar: “¿Cómo es eso, chico, de una guerrilla rural en pleno gobierno democrático?”. Fue el conductor, en síntesis, quien tenía la estrategia acertada para el momento histórico que se avecinaba. La premisa era mantener el Pacto Social –el plan económico más progresista entre 1955 y 2003– y evitar un último golpe militar. ¿Por qué? Porque como él mismo respondió: “Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar, con el voto popular, los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos.”
No era la primera vez que Perón debía poner freno a los apresurados. El otro momento fue durante el polémico Congreso de la Productividad que en 1954 y 1955 lo enfrentó al Movimiento Obrero Organizado que exigía no perder posiciones en sus ganancias sectoriales. Nadie puede negar que los reclamos de la CGT no fueran justos ni tuvieran un componente social con el que cualquiera se sintiera identificado. Sin embargo, hizo patente el debilitamiento del poder del propio Perón, que intentó firmar un Pacto Social para impedir que los poderes concentrados de la Argentina no avanzaran como lo hicieron finalmente en junio-septiembre de 1955 y tras el golpe. Otra vez, el conductor miraba todas las fichas del tablero, mientras otros actores –industriales y sindicalistas– sólo defendían sus propios intereses sectoriales.
Nadie pretende que la política no sea confrontación y conflicto. Nadie en su sano juicio puede creer que sólo se trate de un dechado de buenas intenciones. Tampoco se cree que los intereses nacionales estén representados por un sector como el empresariado, que cuando tuvo oportunidades enajenó su patrimonio y se travistió en importadores o ahorró en dólares en el exterior, o aumentó brutalmente sus ganancias aprovechando el ejército de reservas que significó la desocupación en los años noventa. Seguramente, no estarán nunca a la altura histórica de liderar un proceso de integración social y nacional que lleve a la Argentina al lugar donde muchos –no sin exagerada fe y optimismo- creemos que puede llegar a estar. Pero si la conductora del movimiento nacional y popular Cristina Fernández de Kirchner considera que es tiempo de no apresurar, debería tener el voto de confianza, no sólo de ese más del 50% de la población que está dispuesto a votarla, sino también de las organizaciones sindicales. Regalarle títulos a la prensa hegemónica, intentar esmerilar la relación entre la presidenta y los trabajadores a menos de un mes de las elecciones no parece una política madura por parte de algunos dirigentes obreros.
Perón escribió en Conducción política: “En el arte de la conducción hay sólo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por los éxitos, por sus resultados. Podríamos decir nosotros: ¡Qué maravillosa conducción!, pero si fracasó, ¿de qué sirve? La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta, y si es mala, no resulta. Y es mala porque no resulta y es buena porque resulta. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son inútiles.”
¿Hay algún sector del peronismo –territorial, sindical, partidario– capaz de obtener en las próximas elecciones más del 50% de los votos y llevar a una indiscutible victoria al movimiento nacional y popular con esa legitimidad? No, ¿verdad? Bueno, entonces habrá que admitir que la estrategia utilizada por la conductora es la acertada. ¿Existe el miedo de que la presidenta vire a la “derecha”? O sea, ¿la sospecha es que la presidenta que quiso instalar la 125, que nacionalizó Aerolíneas Argentinas y las AFJP, que decretó la Asignación Universal por Hijo, que profundizó el programa de paritarias, que creó el plan Conectar Igualdad, que mejoró todos los índices sociales pueda intentar frenar la profundización del modelo nacional y popular? No sé por qué, pero me recuerda al gordo que en la platea de Boca, comiéndose una choripán colesteroloso, le grita a Riquelme “Corré, fracasado”.
Sabrán disculpar la poca elegancia que tiene este final categórico; pero en la Argentina de hoy, profundizar el modelo es ser leal a la conducción del movimiento, es decir, a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo demás, las apelaciones a la abstracción del “modelo nacional y popular” o al recuerdo lúcido de Néstor Kirchner, no es otra cosa que poco más que pirotecnia discursiva.

Lealtad o pirotecnia discursiva


Un muy buen análisis 

Por Hernán Brienza
Periodista, escritor y politólogo

Regalarle títulos a la prensa hegemónica, intentar esmerilar la relación entre la presidenta y los trabajadores a menos de un mes de las elecciones no parece una política madura por parte de algunos dirigentes obreros.

(Tiempo Argentino) - Quizás el peor error de los tantos que cometió la izquierda peronista en el ’73, tras el regreso de Juan Domingo Perón, es el de haber caracterizado mal la etapa que se avecinaba en el mundo, en Latinoamérica y se cernía sobre la Argentina. Convencidos de que soplaban vientos revolucionarios y de que era posible la creación del Hombre Nuevo, se lanzó a generar las condiciones subjetivas de la revolución, sin importar lo que ocurriera con los resultados. Tensar la cuerda la llevó a perder la comunicación con el conductor, y finalmente, al desencuentro y al debilitamiento de todo el proceso de liberación nacional iniciado el 11 de marzo de ese tremebundo año.
Más allá de las caracterizaciones ideológicas que puedan hacerse teórica o abstractamente sobre el Perón del regreso –sin dudas ya era un hombre del orden más que de la Revolución–, pero era justamente él quien sabía en qué medida y con armonía se iba a llevar adelante la concreción del proyecto nacional en función de los tiempos que corrían en el globo. Fue Perón el que supo que Richard Nixon y el inefable Henry Kissinger iban a sembrar el continente de dictaduras militares. Fue Perón el que se dio cuenta y lo escribió en una carta al general chileno Carlos Prats –asesinado después por la dictadura militar– de que Estados Unidos no iba a permitir otro enclave nacional y popular: “Reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por las fuerzas democráticas de América Latina reside en no apreciar debidamente el rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de los golpes de Estado. Sus manos están manchadas con la sangre de miles y miles de latinoamericanos caídos en la lucha por la libertad y la independencia. No hay un solo país latinoamericano que no haya sufrido la intromisión descarada de los monopolios estadounidenses, verdaderos ejecutores de la política exterior de su país. Se equivocan los que afirman que respecto de los Estados Unidos estamos viviendo un período de calma. Y qué calma es esta cuando están realizando toda clase de actividades secretas, soborno de políticos y funcionarios gubernamentales, asesinatos políticos, actos de sabotaje, fomento del mercado negro y penetración en todas las esferas de la vida política, económica y social. Sobre nuestros países vuelan los aviones militares estadounidenses, mientras nuestro suelo permanece en poder de sus monopolios, con bases militares. Y a esto se añaden centenas de establecimientos menores, como estaciones meteorológicas, o sismológicas, capaces de convertirse en centros de terrorismo y agresión.” Fue Perón el que comprendió el mensaje de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, y el que comprendió las incidencias de la crisis del petróleo en las economías emergentes. La izquierda, tanto peronista como perreteísta, claro, estaban convencidos de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Hasta Fidel Castro se daba cuenta de que eran tiempos más proclives a las “lealtades” que a las “profundizaciones”. En una carta a Mario Santucho, el líder cubano le contestó unos meses más tarde, cuando Robi le pidió ayuda económica y militar: “¿Cómo es eso, chico, de una guerrilla rural en pleno gobierno democrático?”. Fue el conductor, en síntesis, quien tenía la estrategia acertada para el momento histórico que se avecinaba. La premisa era mantener el Pacto Social –el plan económico más progresista entre 1955 y 2003– y evitar un último golpe militar. ¿Por qué? Porque como él mismo respondió: “Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar, con el voto popular, los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos.”
No era la primera vez que Perón debía poner freno a los apresurados. El otro momento fue durante el polémico Congreso de la Productividad que en 1954 y 1955 lo enfrentó al Movimiento Obrero Organizado que exigía no perder posiciones en sus ganancias sectoriales. Nadie puede negar que los reclamos de la CGT no fueran justos ni tuvieran un componente social con el que cualquiera se sintiera identificado. Sin embargo, hizo patente el debilitamiento del poder del propio Perón, que intentó firmar un Pacto Social para impedir que los poderes concentrados de la Argentina no avanzaran como lo hicieron finalmente en junio-septiembre de 1955 y tras el golpe. Otra vez, el conductor miraba todas las fichas del tablero, mientras otros actores –industriales y sindicalistas– sólo defendían sus propios intereses sectoriales.
Nadie pretende que la política no sea confrontación y conflicto. Nadie en su sano juicio puede creer que sólo se trate de un dechado de buenas intenciones. Tampoco se cree que los intereses nacionales estén representados por un sector como el empresariado, que cuando tuvo oportunidades enajenó su patrimonio y se travistió en importadores o ahorró en dólares en el exterior, o aumentó brutalmente sus ganancias aprovechando el ejército de reservas que significó la desocupación en los años noventa. Seguramente, no estarán nunca a la altura histórica de liderar un proceso de integración social y nacional que lleve a la Argentina al lugar donde muchos –no sin exagerada fe y optimismo- creemos que puede llegar a estar. Pero si la conductora del movimiento nacional y popular Cristina Fernández de Kirchner considera que es tiempo de no apresurar, debería tener el voto de confianza, no sólo de ese más del 50% de la población que está dispuesto a votarla, sino también de las organizaciones sindicales. Regalarle títulos a la prensa hegemónica, intentar esmerilar la relación entre la presidenta y los trabajadores a menos de un mes de las elecciones no parece una política madura por parte de algunos dirigentes obreros.
Perón escribió en Conducción política: “En el arte de la conducción hay sólo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por los éxitos, por sus resultados. Podríamos decir nosotros: ¡Qué maravillosa conducción!, pero si fracasó, ¿de qué sirve? La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta, y si es mala, no resulta. Y es mala porque no resulta y es buena porque resulta. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son inútiles.”
¿Hay algún sector del peronismo –territorial, sindical, partidario– capaz de obtener en las próximas elecciones más del 50% de los votos y llevar a una indiscutible victoria al movimiento nacional y popular con esa legitimidad? No, ¿verdad? Bueno, entonces habrá que admitir que la estrategia utilizada por la conductora es la acertada. ¿Existe el miedo de que la presidenta vire a la “derecha”? O sea, ¿la sospecha es que la presidenta que quiso instalar la 125, que nacionalizó Aerolíneas Argentinas y las AFJP, que decretó la Asignación Universal por Hijo, que profundizó el programa de paritarias, que creó el plan Conectar Igualdad, que mejoró todos los índices sociales pueda intentar frenar la profundización del modelo nacional y popular? No sé por qué, pero me recuerda al gordo que en la platea de Boca, comiéndose una choripán colesteroloso, le grita a Riquelme “Corré, fracasado”.
Sabrán disculpar la poca elegancia que tiene este final categórico; pero en la Argentina de hoy, profundizar el modelo es ser leal a la conducción del movimiento, es decir, a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo demás, las apelaciones a la abstracción del “modelo nacional y popular” o al recuerdo lúcido de Néstor Kirchner, no es otra cosa que poco más que pirotecnia discursiva.

viernes, 7 de octubre de 2011

GRACIAS DANIEL PAZ - RUDY

Daniel Paz & Rudy

Cuentos para el fin de semana: "Del que no se casa", por Roberto Arlt



Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. Y ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse", o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.


Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima. A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo no nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.

Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía: — Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos querido? Mi suegra, en cambio: — Usted no tiene razón de protestar; de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar. Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa: se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción de dos miradas así. Él estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.

Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo) sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto...! ¡ciento cincuenta pesos! Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes que con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente. Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más y pasaron dos años. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos.

Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se larga cuando el damnificado se encuentra ausente. Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana entre que se moría y que no se moría; luego decidió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintenario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: «Le llevaré flores». Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos. Llegó el otro aumento. Es decir. el aumento de setenta y cinco pesos. Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador: — Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento. Y cuando le iba a contestar estalló la revolución. Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O, cuando menos, que se tienen alteradas las facultades mentales. Yo no me caso. Hoy se lo he dicho: — No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si reforma la Constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido, que toda: las instituciones marchen como deben, yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante.

Cuentos para el fin de semana: "Del que no se casa", por Roberto Arlt


Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. Y ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse", o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.


Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima. A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo no nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.

Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía: — Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos querido? Mi suegra, en cambio: — Usted no tiene razón de protestar; de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar. Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa: se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción de dos miradas así. Él estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.

Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo) sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto...! ¡ciento cincuenta pesos! Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes que con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente. Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más y pasaron dos años. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos.

Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se larga cuando el damnificado se encuentra ausente. Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana entre que se moría y que no se moría; luego decidió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintenario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: «Le llevaré flores». Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos. Llegó el otro aumento. Es decir. el aumento de setenta y cinco pesos. Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador: — Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento. Y cuando le iba a contestar estalló la revolución. Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O, cuando menos, que se tienen alteradas las facultades mentales. Yo no me caso. Hoy se lo he dicho: — No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si reforma la Constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido, que toda: las instituciones marchen como deben, yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante.

jueves, 6 de octubre de 2011

Carlos Gardel le daba disgustos a su madre


Una señora muy preocupada se presentó en la División Investigaciones del Departamento de Policía, una mañana del verano de 1913. No podía dar con el paradero de su hijo y un escribiente le tomó la denuncia:
“En la Capital Federal el día 30 del mes de enero del año 1913 siendo las 10 a.m. compareció a esta oficina una persona que previo juramento que prestó en forma al solo objeto de comprobar su identidad, dijo llamarse Berta Camares Vda de Gardes, ser de nacionalidad francesa, de profesión planchadora, de estado viuda, de 47 años de edad, domiciliada calle Corrientes N° 1553 e hizo la siguiente denuncia:”
“Que se presenta a esta oficina a fin de que se dé constancia del actual paradero de su hijo Carlos Gardes, el que es francés, de 22 años, trigueño, pelo castaño oscuro, ojos marrones, tiene una cicatriz cortante debajo de la oreja derecha, es grueso y alto, viste de negro y como desde el domingo que fue a las carreras no ha vuelto al hogar, pide a esta oficina se averigüe si le ha ocurrido un accidente o si estuviera detenido, que de lo ocurrido no dio cuenta a seccional, con lo que terminó el presente acto. Leído que le fue, se ratificó y firmó”.
El mencionado documento, lleva la firma de Berta Gardes.
Carlitos llevaba cuatro días sin aparecer por su casa. Ese mismo jueves 30, Berta Gardés regresó a la Policía donde manifestó en nueva declaración:
“En la fecha compareció nuevamente la interesada solicitando se deje sin efecto el pedidio formulado, en razón de haber aparecido el causante [es decir, Carlitos], con lo que terminó el acto y leído, firmó, de que certifico: Berta Gardes”.
Lo que nos autoriza a decir (o cantar): ¡Pobre madre de Gardel querida, cuántos disgustos le ha dado!
 Otra historia inesperada de Daniel Balmaceda: ¡Gracias!

Cuando Palleros se suicidó en la Quinta de Olivos

Daniel Balmaceda acercó esta "historia inesperada"

Gracias al paciente trabajo de Jorge “Coco” André Lavalle en el Archivo Histórico Municipal de San Isidro, rescatamos este documento de 1844. Allí se informa sobre el suicidio del vecino Ramón Palleros en los terrenos de la actual Quinta Presidencial de Olivos, que en ese tiempo pertenecía a la sucesión de Miguel de Azcuénaga, el vocal de la Primera Junta. La fotografía que ilustra la nota (publicada en Caras y caretas) muestra la Quinta de Olivos en 1898, a más de cincuenta años de los hechos narrados.
Se respeta la ortografía del documento original:
Viba la Confederación Argentina
¡Mueran los Salbajes Unitarios!
Suysidio de Ramon Palleros
Sor. Jues de Paz y Comisario de Sn. Isidro
A conseguencia de la Comision berbal qe. el Sor. Comisario y Jues de Paz de Sn. Isidro me ordenó hoy dia quatro sobre el reconocimiento del cadáber encontrado en la quinta de Dn. Miguel Asguenegua pase ha hella en compaña de Dn. Florensio Romero comisionado por el Sor. Espeleta para el reconocimiento del cadáber llamado Ramon Palleros Besino del Quartel del Alcde. Dn. Francisco Asebedo y en presencia del Sor. Romero, el Teniente Alcde. Dn. Sinforoso Arballo y el besino Dn. Tomas Garsia procedimos á llevar la comision y hencontramos colgado ha Ramon Palleros hen un hombú de la quinta de dho. Asguenegua.
Estaba el suisida Palleros el cuello aorcado con su misma faja y colguado de un guajo de ombu en camisa y calsonsillo habiendo dicho difunto tomado la precausion pa. suysidarse de doblar su chiripa y colgarlo sobre otro guajo procedimos ha bajarlo y hecha esta operasión se reconocio el cadáber y no sele ha encontrado lesion ninguna sino la faja señida hen la parte superior de cuello, la qe. ha producido la muerte.
Prendas hencontradas de dicho difunto
Camisa que lleba puesta
Calsonsillos y chaleco, y sombrero
Chiripa de poncho
Cuchillo
Lomillo de suela
Carona de baca
Cojinillo
Sobre sincha
un ps. papel moneda hallado en el chaleguo 
y por ser verdad lo firmamos
Dios gue. á U. ms. añs.
Quartel de Ibañes Marso 4 de 1844
Fdo. J. Florencio Romero        Jose Manl. Montero
Teniente Alcde.                            Alcde. dho.
Sinforoso Arballo