HOTELES, CAFÉS Y CASAS DE COMIDA EN LA BUENOS AIRES DE 1820 A 1825
DESCRIPCIÓN DE UN INGLES EN EL LIBRO Cinco años en Buenos Aires 1820-1825
Hay dos hoteles ingleses en Buenos Aires: el de Faunch y el Keen. El
primero es excelente; se sirven muy buenas cenas en nuestras fiestas patrias
—San Jorge y San Andrés— además de numerosas comidas privadas a ingleses,
norteamericanos, criollos, etc. Está situado cerca del Fuerte. Faunch, el
propietario, y su mujer, han tenido una vasta experiencia de su profesión en
Londres; al punto de que no creo se coma allá mucho mejor. El cumpleaños de Su
Majestad Británica es celebrado con gran brillo: el local se adorna con
banderas de diversas naciones y hay cantos y músicas. De setenta a ochenta
personas participan en la fiesta; entre ellas se hallan siempre los ministros
del país, especialmente invitados. Ese día el gobierno retribuye el
cumplimiento haciendo izar la bandera inglesa en el Fuerte.
Una
viuda norteamericana, Mrs. Thorn, tiene a su cargo otro hotel muy concurrido
por sus compatriotas.
En
los hoteles mencionados cobran cuarenta pesos mensuales por alojante y pensión
y se hace rebaja a quienes desean quedarse por cierto tiempo. Una comida,
incluyendo el vino, cuesta un peso; el desayuno, el té o la cena oscilan entre
dos y cuatro reales; la cama por la noche cuesta cuatro reales. En el puerto
cerca del Fuerte, hay una casa de comidas llamada «Hotel Comercial». El dueño
es español, pero la mayor parte de los sirvientes y camareros son franceses:
hay también un mucamo inglés. Se come allí bien por el mismo precio que en
otros sitios. El comedor, grande y arreglado con gusto, tiene capacidad para
ochenta personas. Cuelgan de las paredes cuadros que representan la batalla de
Alejandría, el asalto de Seringapatán, retratos de Bertrand, Drouet, Foy, etc.,
así como vistas de París y otras ciudades.
El
«Café de la Victoria», en Buenos Aires, es espléndido y no tenemos en Londres
nada parecido; aunque quizá sea inferior al «Mille Colonnes» y otros cafés
parisinos. Dignos de mención son el «San Marcos», el «Catalán» y el «Café de
Martín». Todos ellos tienen patios tan amplios como no podría darse en Londres,
donde el terreno es tan caro. En verano están estos patios cubiertos de toldos,
ofreciendo un placentero refugio contra el calor del sol y tienen aljibes con
agua potable. Nunca falta en estos cafés una mesa de billar siempre concurrida
—juego muy apreciado por los criollos— y las mesas están siempre rodeadas de
gente. Las paredes de los salones están cubiertas de vistoso papel francés con
escenas de la India o Tahití, y también episodios de Don Quijote y de la
historia greco-romana.
En
diciembre de 1824 fue inaugurado un nuevo café cerca de la iglesia de San
Miguel. La música, iluminaciones y fuegos de artificios frente al edificio, en
la noche de la apertura, atrajeron mucho público.
A
unas cuatro millas de la ciudad se encuentra una posada llamada «El Hotel de
York», propiedad de un nativo. Los contramaestres criollos y gentes de a bordo
suelen llegar allí en caballos alquilados a razón de un peso la tarde; y tan
habituados están los animales al trayecto que difícilmente se logra llevarlos
más lejos.
Los
precios en los cafés son muy moderados: un vaso de licor o brandy o cualquier
bebida, té, café, y pan importan medio real; con brindis, un real. Los mozos no
esperan propina, como en Inglaterra; un «maître» dirige el servicio en el
establecimiento.[3]
En
el arreglo y decoración de los cafés nos superan franceses y españoles. En
efecto: no somos hombres de pasar tiempo en esos lugares. Ese tiempo transcurre
para el inglés en medio de su familia o mientras está dedicado a los negocios.
Muchos ingleses que llegan al país por primera vez paran en casas de familias
criollas con el propósito de aprender el idioma; el precio es el de siempre
(cuarenta pesos mensuales). Las casas de las señoras Casamayor y Rubio aceptan
pensionistas; estas familias son altamente respetables y las niñas muy
atractivas y de trato amable, pero la cocina española, con sus grasas y su ajo,
disgusta tanto a paladares ingleses como a franceses.
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