LA RUBIA MIREYA
Las
heroínas están presentes en muchos títulos y letras de tangos. Algunas fueron
personajes reales y otras producto de la imaginación que luego se convirtieron
en mitos populares.
El
caso de la Rubia Mireya es pura invención, inspiración romántica del poeta,
aunque, como en otros casos se intentó darle un cuerpo, un nombre y una
trayectoria de vida.
Los
argentinos de la época, influenciados por la cultura europea y en especial la
francesa, soñaban con las noches parisinas, con la posibilidad de frecuentarse
con Mimí, Ninón, Manón, Griseta o Mireya.
Los
orígenes del nombre podemos ubicarlo en la región de Provenza, en el sur de
Francia. El poeta Frédéric Mistral (1830-1914) escribió en 1859 un largo poema
en el que retrata la vida cotidiana en la región, y coloca de personaje
principal a una mujer, cuyo nombre da título a la obra: Mirèio, en lengua
provenzal. Este nombre traducido al francés se convierte en Mireille, que al
arribar a nuestro puerto, los argentinos transforman en Mireya.
Lo
curioso del asunto es que este poeta provenzal recibió el premio Nobel de
literatura, en su tercera edición del año 1904, lo que le dio una difusión
extraordinaria.
La
primera referencia concreta sobre su utilización la comprobamos en un sainete
(breve obra teatral de argumento sencillo), El rey del cabaret, Alberto Weisbach y Manuel-Romero,
este último autor de numerosas letras de tango, argumentista y director de
cine.
La
obra estrenada el 21 de abril de 1923, tenía como protagonista femenino a
Mireya, muchacha que gustaba de las noches con champagne, bailando tangos y
conquistando corazones, con un final feliz, donde la muchacha contrae
matrimonio con un joven adinerado, de buena familia.
Dos
años más tarde, el propio Manuel-Romero escribe la letra del famoso
tango Francisco-Canaro "Tiempos-viejos”. En ella inmortaliza a la
Rubia Mireya, que a diferencia del personaje del sainete, tuvo un destino
trágico y desgraciado. Era tan linda de joven que «se formaba rueda para verla
bailar» y que al correr de los años, se transforma en «una pobre mendiga
harapienta».
Esta
misma historia fue llevada al cine, también por Manuel Romero en su
condición de director, donde la actriz Mecha Ortiz le dio su impronta
definitiva.
Es
muy probable que muchas frecuentadoras de las milongas de aquellos tiempos
hayan usado el nombre como seudónimo. Lo cierto es que ninguna fue identificada
como la auténtica Mireya inspiradora del tango.
Podemos
completar esta crónica con una curiosidad. Un periodista intentó generar una
polémica diciendo conocer a la «verdadera Mireya». Esta era uruguaya a la que
llamaban La Oriental y cuyo verdadero nombre era Margarita Verdier, una
bailarina muy admirada por sus habilidades en la danza. Esta historia nunca
pudo establecer la relación entre el autor del tango y la bailarina uruguaya.
La falta de asidero convirtió esta noticia en una mera anécdota.
Finalmente
Héctor Benedetti nos dice en su libro Las mejores letras de
tango (Editorial Seix-Barral): «La rubia Mireya motivó una abundante
literatura, que no hubiera tenido de ser un personaje real. Se le crearon
biografías y anécdotas dudosas; Julian Centeya la menciona en una
milonga, quizás al solo efecto de la rima».
Textos tomados de un artículo brillante de Néstor Pinsón
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