FUSILAMIENTO EN PLAZA FLORES
Quien, de
mañana o de tarde, pretenda sentarse en un banco de la plaza Pueyrredón del
barrio porteño de Flores, aunque más no sea para despejarse un rato o,
simplemente, para observar el incesante movimiento de la gente, piense por un
momento que allí mismo, el 28 de abril de 1832, tuvo lugar un numeroso
fusilamiento que involucró a 16 infelices.
Este
espectáculo –en el sentido extraordinario y asombroso del término- aconteció
cuando Flores era pueblo de campaña y cuando su máxima autoridad era ejercida
por el Juez de Paz, Don Martín Farías.
Existen, al
menos, dos fuentes de donde rescatamos pormenores de este fusilamiento ocurrido
en la época de Rosas. El más contemporáneo, por así decirlo, es la obra San José de Flores, bosquejo
histórico, del eximio Rómulo Carbia, un siempre enamorado del barrio en el
cual habitó y que hoy lo cobija en su camposanto, donde tiene su bóveda. Este
libro que data de 1906, fue el primero con rigor “científico” que se escribió
respecto a Flores, pues, hasta entonces, sólo existían de dicho lugar vagas
referencias superficiales en donde no había la conciencia de un trabajo serio y
documentado.
Carbia, como
nos lo dice Arturo Jauretche (1), no perteneció a lo que comúnmente denominamos Revisionismo Histórico, a
pesar de que sí fue el primer historiador en ponerle un alto a la “Leyenda Negra” de la Conquista española en América,
contradiciendo a liberales y marxistas por igual. Su independencia respecto del
revisionismo, hizo que en las numerosas aclaraciones referidas al pueblo de
Flores en la etapa federal estén llenas de aquellos epítetos con que el
unitarismo maltrató la figura del Restaurador.
Es así que,
partiendo de esta premisa, Rómulo Carbia condena lo actuado por orden de Rosas
en la aplicación de la pena capital acontecida en Flores en abril de 1832.
Cuando escribió el libro en 1906, todavía vivía Pedro Pablo Roberts, el galés
que trazó los míticos pasajes que hoy se ubican a ambos costados de la Iglesia
(Salala, Gral. Espejo y Pescadores). Sobre él, escribió Carbia: “Don Pedro Pablo Roberts, cuyas
canas ostentan el rigor de 94 inviernos, recuerda perfectamente este hecho (el
fusilamiento)”. (2)
El
acontecimiento ocurrió el sábado 28 de abril de 1832 a las diez de la mañana,
nos aclara la crónica de El Lucero en su edición del 30 del mismo mes y año. Y
da un detalle de los desgraciados, que se llamaban “José y Luis Acosta,
Dionisio Lavallén, Manuel Zamudio, Escolástico, Francisco y Pascual Miranda,
Martín Báez, José María Melo, Inocencio Cufré, José Quirós, Damián Martínez,
José Reyes, Macedonio Campos, José Ignacio Serrano y Toribio Ledesma”, puede leerse en el Libro II de
Defunciones de la Parroquia, Foja 167 Frente. (3)
Carbia se
encarga de decir que los dieciséis fusilados eran “desgraciadas víctimas”, pero en las hojas de El Lucero
dice que se trataba, en verdad, de forajidos desalmados que no podían dejar el
mundo del hampa. Dice en una parte, que “los
reos Dionisio Lavallen (4), Luis Acosta y Manuel Zamudio (…) fueron presos el
20 de Enero del año próximo pasado de 1831”, y que “La causa que se les ha seguido
los presenta convictos y confesos de ladrones de gavilla (5), y salteadores de
los caminos públicos”. Por
su parte, los Miranda (Escolástico, Francisco y Pascual), Martín Báez y José
María Melo ya “existían
presos en la cárcel pública desde el mes de Octubre del año de 1830”, en razón de que sus nombres
eran oídos, con alarmante temor, “en
los partidos de Navarro y Lobos”donde estaban sindicados de ladrones,
asesinos y asaltantes.
Otros que
también “fueron asegurados a
mediados del año de 1830”, eran
Inocencio Cufré y José Quirós. ¿Los cargos? Eran“autores de robo con asalto
y a viva fuerza: son los únicos que con Mariano Monge (sic) pudieron ser
aprendidos de la gavilla a que pertenecían”, dice la crónica. En 1831, otros
dos fusilados en San José de Flores –José Acosta y Damián Martínez- “fueron indultados de la vida y
puestos en libertad, por haber ofrecido descubrir a todos los ladrones (de) sus
compañeros; pero su incorregibilidad los trajo nuevamente a prisión. Sus robos
y otros delitos han tenido que espiarlos con la vida”, concluye El Lucero del 30 de
abril de 1832.
Algo que llama
la atención del detalle ofrecido, es que uno de los que también recibieron la
pena máxima se trataba de José Reyes,“celador de la partida de policía de
la sección de la Matanza” quien “abusando de la confianza en él
depositada, se manchó concurriendo a algunos robos en la campaña, de que está
convicto y confeso en la causa que se le ha seguido”. Es decir, el
Restaurador Rosas no tenía contemplación para con los delincuentes que
infringían la ley, sean éstos civiles o integrantes de cualquier fuerza de
seguridad. Asesinos contumaces eran, por su parte, José Ignacio Serrano y
Toribio Ledesma, mientras que Macedonio Campos era un “ladrón sin enmienda, y desertor
reincidente”. (6)
El encargado
de hacer cumplir la pena capital fue el coronel Antonio “Macana” Ramírez, hombre de rigurosa autoridad,
manifiesta probanza federal y futuro jefe del Regimiento de Patricios durante
la Campaña al Desierto de 1833/34.
Después de la
descarga de fusilería que su voz de mando hizo rugir, y al pie de los cuerpos
inertes que yacían sin vida en la actual plaza Pueyrredón, el coronel Ramírez
pronunció ante el pueblo congregado las siguientes palabras:
“PAISANOS Y
AMIGOS:
Acabáis de ver
ejecutados con la última pena a estos individuos, que la habían provocado por
sus repetidos crímenes.
La mayor parte
de ellos fue indultada después de sus primeros descarríos, por que se contaba
con su arrepentimiento; pero abusaron de la generosidad del Gobierno, y
volvieron a perpetrar otros y más inauditos atentados.
La justicia
reclamaba una venganza, y la sociedad no debía quedar más tiempo expuesta a los
amagos de estos malhechores. Contempladlos; y nunca olvidéis este espectáculo,
para acostumbraros a respetar las leyes.” (7)
Punto entonces.
Por
Gabriel O. Turone
Referencias
(1 )Jauretche, Arturo. “Política Nacional y Revisionismo Histórico”, A. Peña Lillo editor, Argentina, Octubre 1973.
(2 )Carbia, Rómulo D. “San José de Flores, bosquejo histórico”, Arnoldo Mobn y Hno., Buenos Aires 1906, Página 49.
(3) Op. cit., Página 49.
(4) Momentos antes de su ejecución, Lavallen afirmó que guardaba en casa de un amigo que vivía en Cañada de la Paja “algunas onzas de oro, producto de su infame comercio”.
(5) Según la RAE (Real Academia Española), se entiende por gavilla a un conjunto de personas despreciables o mal consideradas.
(6) “El Lucero”, Nº 758, Lunes 30 de abril de 1832, páginas 2 y 3.
(7) Op. cit., Página 3.
(1 )Jauretche, Arturo. “Política Nacional y Revisionismo Histórico”, A. Peña Lillo editor, Argentina, Octubre 1973.
(2 )Carbia, Rómulo D. “San José de Flores, bosquejo histórico”, Arnoldo Mobn y Hno., Buenos Aires 1906, Página 49.
(3) Op. cit., Página 49.
(4) Momentos antes de su ejecución, Lavallen afirmó que guardaba en casa de un amigo que vivía en Cañada de la Paja “algunas onzas de oro, producto de su infame comercio”.
(5) Según la RAE (Real Academia Española), se entiende por gavilla a un conjunto de personas despreciables o mal consideradas.
(6) “El Lucero”, Nº 758, Lunes 30 de abril de 1832, páginas 2 y 3.
(7) Op. cit., Página 3.
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