jueves, 29 de abril de 2010

BATALLA NAVAL GANADA POR LA CABALLERIA - 12 de agosto de 1806

Día grande fue para Buenos Aires aquel 12 de agosto! Quizá uno de los más gloriosos de su historia. Día en que la ciudad se encontró a sí misma y en que, con su hazaña, pudo medir la estatura del régimen pigmeo y caduco que la sojuzgaba y la de un enemigo colosal que un día pudiera darle un zarpazo de la traición. Doce de agosto de 1806. Día de la Reconquista.




Es una jornada gris, neblinosa y fría. Pero ya no llueve y ha calmado el temporal de días pasados. Los caminos de acceso a la ciudad han quedado intransitables: el de la costa, que viene de las Conchas; el del Alto, que trae de los corrales de Miserere; el de la Chacarita, de los Colegiales. ¿Y las calles? No obstante su elemental empedrado - o por su causa, quizá - son verdaderos pantanos. La ciudad, chata y triste, está encenagada.



Por todas las rúas confluentes a la Plaza Mayor son cauces por donde circula pesadamente una muchedumbre, armada a medias, pero poseída de un ímpetu contagioso y heroico. La encabezaban los obuses de los Miñones - hasta ayer no más pacíficos tenderos catalanes - y la artillería volante de Agustini. Detrás avanzan por las aceras y en fila india, los marineros franceses del corsario Mordeille y los de la escuadrilla de Montevideo. Y, por las calzadas, el turbión de las caballerías gauchas de los milicianos de Pueyrredón, de los dragones de Buenos Aires y La Colonia, de los Blandengues de la Frontera. Y civiles armados con cuchillos y añosos mosquetes y partasanas, exhumados de vaya a saber que desván familiar. Y chinas bravías que, cantando, pelean a la par de los hombres con sus navajas andaluzas o se dedican a volver a cargar los fusiles a los varones. Y burgueses, señorones, quinteros de Perdriel, reseros de Miserere colegiales, viejos y niños. Niños que, cuando no lanzan contra el enemigo cantos rodados con sus hondas cabreras, se deslizan agazapados por entre los heridos y muertos, vaciando sus cartucheras para reaprovisionar de proyectiles a sus padres y hermanos.







No hay obstáculos. Si los baches son profundos, aparecen vecinos que los colman con ladrillos sacados de sus propias casas. Los cañones son desencajados a la cincha de los redomones de los milicianos. Y si los caballos no pueden, ahí están cien brazos robustos que los arrastrarán.



Las casas, cerradas a cal y canto, enrejadas, hoscas, parecen casamatas. Unicamente abren sus puertas, de cuando en cuando, para dejar paso a algún herido o dar agua a los reconquistadores que, empapados de lodo, negros de pólvora y por sobre los cadáveres de sus amigos y adversarios, marchan hacia su destino.



Crepitan los fusilazos y el coraje. Tabletean las descargas cerradas. Truenan los cañones. Se suceden, clamorosas y agrias, las cargas a la bayoneta y los aludes de caballería. Ruge el pueblo en armas alentando a los heridos y remisos y desafiando al enemigo.



Por fin los chaquetillas rojas se retiran hacia el Fuerte. Nada ha podido contener el empuje avasallador de los reconquistadores. Ni los poderosos cañones de marina, ni los fusileros de Santa Helena, ni la fama del invencible Nº 71 de Highlanders, que ahora cede terreno, paso a paso, de espaldas a la Plaza en que entrara triunfante hace meses, al son de las gaitas nativas, bajo la lluvia y entre las miradas torvas de un pueblo humillado por una rendición sin pugna.



Y en pos del enemigo que recula, allá va el turbión porteño, entre estampidos, gritos, chasquidos y retumbos, mientras repican a rebato, como enloquecidas por un júbilo feroz, la campana del Cabildo ilustre y las de todas las iglesias de la ciudad. Es todo un pueblo que marcha peleando, cantando y jadeando, en pos del desquite de la vergüenza con que lo enfrentara el extranjero por la cobardía y la inepcia de un vejete ridículo, de dos o tres militares de sainete y de algunos pelucones ávidos que le hacían la corte. Doce de agosto, día lustral, bautismo de gloria. Día de anunciación.



En tanto avanza el pueblo victorioso, en la ribera del Plata tiene lugar un episodio extraordinario, sin duda el más característico de aquella jornada memorable.



En las primeras horas de la mañana, a poco de iniciar los reconquistadores, en el Retiro, su marcha hacia la Plaza Mayor, algunos barcos ingleses cañonearon, desde el río inmediato, a la columna que avanzaba por el camino del Bajo y calle del Santo Cristo hacia las barbacanas del Fuerte. Pero, como está visto que Dios es criollo, a consecuencias del huracanado viento de días anteriores, sobrevino una bajante extraordinaria de las aguas del Plata, con lo que las naves de Popham, que no pudieron retirarse a tiempo río adentro, vinieron a quedar en seco y varias de ellas debieron ser apuntaladas para no volcar.



Pero, si bien los cañones enemigos ya no eran de temer, podía esperarse un desembarco de los de la escuadra inerme, para proteger o reforzar a los británicos que se defendían en tierra.



- Alférez: Tome veinte paisanos de los míos y patrulle la costa. Si nota algún amago de desembarco, corra a avisarme.



- ¡Está bien, señor comandante Pueyrredón!



El oficial elige su pelotón. Son gauchos de las quintas: pañuelos atando las crenchas, chiripás y botas de potro. Lanzas de tacuaras con cuchillos por moharras. Algunos tienen sables o tercerolas. Pero todos, lazos, boleadoras y facón al cinto. Son de los vencidos de Perdriel, de los milicianos de Arze. De los que lloraron de rabia cuando, sin llegar a distinguir el color de la bandera enemiga, fueron entregados por sus jefes, reumáticos de piernas y baldados de coraje.



Los jinetes, a su vez, examinan a quien los ha de conducir: ¡Hum!



Un oficial de infantes, de ese Regimiento Fijo de militarcitos de palacio. Un jovencito de unos veintiún años con tan brillante uniforme que parece ir a un baile del Fuerte. Pero es cierto que es un hermoso pueblero de piel blanca, ojos profundos y cabello renegrido que se muestra bien plantado en un tordillo de mi flor. Insolente en su gesto y ambicioso en su ademán. Dicen que es de una familia principal de tierra adentro: de Salta. Habrá que verse qué tal se porta este lechuguino...



- ¡En marcha!



La patrulla pone sus cabalgaduras al paso y avanza escudriñando entre la espesa niebla que cubre la ribera. No se ve más allá de las narices. ¡Pero sí! ¡Hacia aquel rumbo que distingue la masa oscura de un buque!



Es cierto: a unas brazas de los juncales de la orilla se percibe un casco inmóvil: es el de la goleta “Justina”, que los ingleses arrimaran a la costa para hostilizar a los reconquistadores con los fuegos de sus veintiséis cañones, de sus cien fusileros de marina y de los veinte marineros de su dotación. La bajante la ha dejado en seco y ha quedado fuertemente escorada y por tanto, en imposibilidad de usar de su andanada.



Pero nada de eso saben los de la patrulla criolla. ¿Será una fragata? ¿O quizá un lanchón? ¿Tendrá muchos cañones? ¿Y cuántos soldados y tripulantes?



- ¡Qué importa todo esto, paisanos! Pero, por si a alguno le interesase saberlo, ¡lo iremos a averiguar sobre la cubierta misma del buque gringo!



Este razonamiento del alférez gusta a los gauchos. ¡Así hablan los hombres, qué caray!



El oficial desenvaina. Da una orden y traza un relámpago en el aire con su espada. Y el pelotón gaucho, sable o cuchillo en la diestra, se mete con sus caballos en el río.



Hostigados por los alaridos indios e improperios bien criollos, las bestias chapotean el agua que no les llega al encuentro. Los fusileros de la “Justina” rompen fuego graneado. Algunos asaltantes caen y sus pingos caracolean espumando el agua, pero sin abandonar al amo. Y el grupo continúa su avance a galope de carga.



Ya están junto al barco varado. Y entonces, aquellos paisanos que jamás han visto una nave de cerca, que se criaron en la pampa terrosa y seca, reciben la orden absurda, aunque esperada:



- Paisanos: ¡al abordaje!



Y la hazaña se cumple. Algunos de pie sobre el pingo. Otro, colgado de algún cable. Quien, gateando el casco y haciendo pie con el dedo gordo en los ojos de buey o en las junturas de la tablazón. Y todos trepando a la cubierta. Los ingleses deben dejar el fusil, por inútil, y tomar el hacha, el chuzo o el sable.



Los asaltantes están ya sobre la “Justina”. Se multiplican los duelos cuerpo a cuerpo en que los aceros se sacan chispas. Salen a relucir las boleadoras que machacan cráneos y manean defensores. Corre la sangre sajona que venciera en Trafalgar y la sangre nuestra, que rebulle por la hazaña primera.



Acosados por el ímpetu de aquellos locos, los ingleses pronuncian una palabra:



¡Rendición!



Marineros y fusileros son maniatados cuidadosamente con los lazos de los abordadores. El rojo pabellón arriado y reemplazado por el español. Los veintiséis cañones, clavados.



Y mientras algún criollo queda de guardia en la goleta apresada, el resto de la columna emprende gozoso su fluir hacia la Plaza, llevando en ancas a sus heridos y arreando en ristra, como salchichones, a sus ciento y tantos prisioneros, precedidos por el capitán inglés, su contramaestre y el condestable.



El alférez ha mostrado su pasta. Sus gauchos ahora le miran con respeto y algunos más indisciplinado y audaz le palmea y grita a sus compañeros:



- ¡Viva el salteñito! ¡Viva el rubilingo macho, paisanos!



Es que al gaucho siempre le han placido el valor desesperado, el ataque disparatado y la guapeada absurda.



Y en el día memorable, al caer el sol, cuando ya los marineros de Mordeille han recibido la espada de Beresford, el grupo de paisanos de Perdriel llega a la Plaza encharcada y jubilosa – en la que algunos gritan “¡Viva el Rey!” y muchos el entre amenazador y subversivo “¡Viva la Patria !” – con su alférez a la cabeza, llevando en el brazo el pabellón de la goleta cautiva y, detrás, la larga fila de prisioneros, confusos aún por aquel inconcebible abordaje a caballo de que han sido víctimas.



Liniers, radiante, bajo las arcadas del Cabildo, rodeado de sus jefes y de los graves regidores y miembros de la Audiencia, ve llegar a la extraña caravana. Y tras de escuchar el parte del alférez captor de la “ Justina”, le palmea diciéndole con tono entre ejemplarizador, justiciero y profético:



- Le felicito, “subteniente” Martín de Güemes: ¡usted llegará lejos!



Así fue el bautismo de fuego de un pueblo y de un hombre que habrían de obrar milagros.



Argüero, Luis Eduardo; Cielo al Tope; Historias Marineras



Ver artículos relacionados:



- Robo durante las invasiones inglesas.

- Reconquista: Capitulación de un general desgraciado.

- Batalla naval ganada por al caballería

- "Los ingleses de los ingleses"

- Las 12 invasiones inglesas.

- Homenaje al bicentenario de la reconquista



Fuente: www.lagazeta.com.ar

miércoles, 28 de abril de 2010

La Mosca de Buenos Ayres

La Mosca de Buenos Ayres fue una goleta corsaria de Buenos Aires durante las invasiones inglesas, cuyo propietario fue Mariano Renovales, el capitán Juan Bautista Azopardo y su armador Don Anselmo Saénz Valiente. Con patente de corso emitida el 17 de noviembre de 1806 por Liniers, tenia como misión la vigilancia de la escuadra británica en Río de la Plata al mando de Popham que esperaba refuerzo de Inglaterra. Artillada con 4 cañones y tripulada por 60 marinos. Su pantente venció el 23 de enero de 18071 .

El alistamiento


Tras la reconquista de Buenos Aires el 12 de agosto de 1806, en la que participaron parte de la tripulación de la fragata corsaria “Dromedario”, dirigidos por su Capitán Mordeille y el segundo comandante Azopardo, este último se queda en la Buenos Aires, no retornando a Montevideo donde estaba su nave.

Juan Bautista Azopardo solicita a Liniers una patente de corso para hostigar a la escuadra de Popham, naves mercantes de bandera británica y contrabandistas (en su mayoría de aquella bandera).

La estrategia de Azopardo, consistía en alistar un navío de poco calado para poder tener como vía de movilidad sin riesgos la costa sur del río que era de casi imposible transitarla por las naves británicas.

Entre el tipo de nave que fuera la elegida tenemos diferentes versiones entre las obras más destacadas del tema así Mercedes Azopardo en 1961 en la biografía de su bisabuelo refiere a la misma como una goleta 2 mismo tipo que emplean Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. en 1996 en su obra sobre el Corso Rioplatense 3 , siendo Lauracio Destéfani4 quien pone una suposición en obra sobre que podría haber sido una balandra o sumaca. La tripulación fue constituida por 60 marinos y el armamento 2 cañones de 8 y 2 de 4.

Combate en el Río de la Plata

En una de la salidas de la Mosca, el bergantín HMS Protector y una goleta británica, no identificada a la fecha, entablan combate con la nave corsaria. Dada la inferioridad de fuego Azopardo decide fijar rumbo a la costa sur del río con dirección a Quilmes, donde queda varado intentando salvar el navío. Las naves británicas para evitar encallar en esa zona traicionera del río, deciden bajar cuatro embarcaciones para asaltar al corsario.

Las embarcaciones izaron ´´Bandera Negra’’, la primera embarcación se logra capturar con un oficial y cinco marineros, y las tres embarcaciones decidieron volver a sus respectivos buques que estaban fondeados fuera del alcance de los cañones de la Mosca de Buenos Aires.

Azopardo organizó en tierra una posición defensiva, una batería, ante un posible contra golpe británico. Cuando volvió la crecida pudieron salir de estar varados y volver a balizas. Los prisioneros fueron remitidos a Buenos Aires y las bajas totales del navío corsario computaron tres marinos. 5

Captura de la Fragata María

El 5 de noviembre de 1806, tras acciones de botes y diálogo entre los capitanes, Azopardo decide tomar como presa a la fragata anglosamericano María de Filadelfia6 .

Bibliografía

• Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

• Destéfani, Laurio H., Los Marinos en las Invasiones Inglesas, Serie B Historia Naval Argentina Nº15. Comando General de la Armada, Secretaria General Naval, Departamento de Estudios Históricos Navales. (1975).

• Roberts, Carlos (2000). Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independencia y organización de las provincias del Río de la Plata. Emecé. ISBN 950-04-2021-X

• Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

Referencias

1. ↑ Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Libro I. Nociones Acerca de la Guerra de Corso Previas a 1810. Capítulo 3. La Guerra de Corso en el Río de la Plata con anterioridad a 1810. 3.1 El Corso Español desde Buenos Aires, Montevideo y la Colonia. pag. 38. Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

2. ↑ Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. pag.20-21 .Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

3. ↑ Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Libro I. Capítulo 3. La Guerra de Corso en el Río de la Plata con anterioridad a 1810. 3.1 El Corso Español desde Buenos Aires, Montevideo y la Colonia.Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

4. ↑ Destéfani, Laurio H., Los Marinos en las Invasiones Inglesas, Serie B Historia Naval Argentina Nº15. Comando General de la Armada, Secretaria General Naval, Departamento de Estudios Históricos Navales. (1975). Capítulo VI. Después de la Reconquista y la ocupación de la Banda Oriental. pag. 238

5. ↑ Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. pag.20-21 .Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

6. ↑ Diario de Buenos Aires 1806-1807. Alberto M. Salas. (1981) Pág 341

o A.G.N., IX, 1-2-5 y 49-3-3, f. 34-35

Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Mosca_de_Buenos_Aires"

martes, 27 de abril de 2010

Sobre nacionalización de la banca Por Arturo Jauretche

Extractos de una nota de Arturo Jauretche publicada en Santo y Seña, el 9 de febrero de 1960.




(...) voy a entrar en un tema que es fundamental para la ejecución de una política nacional: la nacionalización de la banca. Impedirla ha sido uno de los objetivos fundamentales del acceso al poder de los vendepatrias. No sólo se han derogado las disposiciones que tendían a hacerla efectiva, sino que se siguen creando las condiciones destructivas.

Y uno de los medios más eficaces es desprestigiar los instrumentos bancarios del Estado. Estamos ahora en una campaña de desprestigio de los mismos, igual a la que se hizo enseguida de 1955. Es que el que maneja el crédito y lo orienta, maneja a la economía del país con mucha más eficacia que el gobierno, con todos sus instrumentos (...).

El que maneja el crédito maneja más la moneda que el que la emite.

El que maneja el crédito maneja más el comercio de exportación e importación que el que compra y el que vende. El que maneja el crédito estimula determinadas formas de producción y debilita otras; el que maneja el crédito establece qué es lo que se ha de producir y qué es lo que no; determina lo que puede y lo que no puede llegar al mercado con facilidades de venta y maneja por consecuencia el consumo.

El que maneja el crédito crea moneda de pago y poder adquisitivo.

El que maneja el crédito decide qué se produce en el país y qué no se produce, quién lo produce, cómo lo produce, cómo lo vende y cómo lo acapara; adónde lo exporta y en qué condiciones: determina las condiciones de la plaza, incide en la bolsa, todo, en una palabra.



El secreto de la prosperidad o la decadencia, del desarrollo o del atraso, está en gran manera en los bancos. Las disposiciones jurídicas, las leyes de promoción, la organización de los negocios, no son más que la anatomía de la sociedad económica (...). Pero el dinero es la fisiología de una sociedad comercialista. Es la sangre que circula dentro de ella, y el precio del dinero, su abundancia o escasez, está determinado por el sistema bancario.



LOS BANCOS DAN DINERO

El dinero de los Bancos no es de los Bancos. Es de la sociedad toda que allí lo deposita, y de allí sale multiplicado en forma de préstamos. Los Bancos crean dinero a través del crédito, porque los depósitos convertidos en crédito se multiplican varias veces; así la abundancia o escasez de dinero contante y sonante en circulación, por su imagen repetida varias veces en el múltiple espejo del crédito bancario. Así, crear moneda es una función del Estado, que éste debe vigilar cuidadosamente para adecuarlo a las necesidades del mercado, sin que falte porque entonces caemos en la tiranía del dinero, y sin que sobre que es lo que llaman inflación.



LOS CIPAYOS Y LA BANCA PRIVADA

Destruir la nacionalización de la banca fue y es un objeto fundamental de los cipayos: retornar al sistema anterior a la misma. Los Bancos al margen del Estado.



Pero los propietarios de los bancos privados no son los depositantes, sino un grupo de financieros que controla su capital accionario, recoge los ahorros de los depositantes y los dirige hacia fines que interesen a ese grupo financiero; así cuando ese grupo financiero está ligado con determinadas industrias, al desarrollo de esas industrias dirige la banca, teniendo en cuenta, no el tipo de desarrollo industrial que interesa al país, sino el que le interesa a su grupo.



Cuando el banco es extranjero o está ligado a los intereses de la exportación o de la importación, dirigirá su política a beneficiar a exportadores e importadores, en una economía que ya ha sido puesta a disposición del interés comprador y vendedor extranjero.



Esto es elemental, pero se objeta que el banco privado está mejor manejado y hace mejores inversiones. Lo de mejores inversiones es un concepto también relativo, porque un negocio puede ser muy bueno para el negociante e inconveniente para la colectividad.

También se dice que los fondos son mejor manejados. Pero en la corta experiencia que llevamos desde 1955, varios bancos provados han puesto en evidencia que su ética está muy por debajo que la de los bancos oficiales que se intenta desacreditar. También se dice que en el caso hipotético, si los bancos son oficiales, el que paga las consecuencias es el país, pero en lo que va del siglo el país sólo ha pagado las consecuencias de los malos negocios de la banca privada, como en el caso del Instituto Movilizador de la Década Infame, en que los pasivos incobrables de la banca privada fueron transferidos a la colectividad, que se hizo cargo de s! us malos negocios y se sus entronques con la oligarquía y los intereses financieros.



Además, una banca nacionalizada está en condiciones de controlar una crisis, graduando sus reclamos, administrando sus recursos, según las condiciones de solvencia de una plaza y nunca provocará deliberadamente un "crack"; con una dirección única concentrará todos sus esfuerzos en evitarla.

Una banca privada puede provocar una crisis deliberadamente, con que varios de los bancos se pongan de acuerdo, o puede hacerlo dejándose arrastrar por el pánico y por el sálvese quien pueda (...).



Fuente: www.margen.org

miércoles, 21 de abril de 2010

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON

Antes de proclamarse la fórmula laborista, Juan Domingo Perón y Alfredo L. Palacios se entrevistaron en una casona de una isla del Tigre.
Ya antes, después del 17 de octubre, Antonio López, dirigente sindical socia¬lista devenido en peronista, tuvo con Palacios una reunión preparatoria. López 41 años y Alfredo 67 años. El más joven había sido y era obrero. El más viejo abogado y docente universitario.


Y aunque el más joven había entrado al Partido Socialista cuando el más viejo ya había sido expulsado, tenían muchas cosas en común.

Se vieron en la casa de un amigo de ambos, en el barrio porteño de Palermo.

-Doctor, se están definiendo cosas muy graves para la Nación -le dijo Antonio López cuando quedaron solos-, estos son tiempos históricos.

-De lo que aquí y ahora hagamos, y de lo que aquí y ahora dejemos de hacer, daremos cuenta a la historia.

-No tengo dudas, López, de eso no tengo dudas.

-Usted sabe, hace meses que he dejado el Partido

-Doctor, los hombres que rodeamos al coronel Perón queremos mantener y profundizar las conquistas obreras por las que usted luchó como nadie.

Alfredo L. lo miró sin un solo gesto.

-¿Todos?

-¿Cómo?

- ¿Todos los hombres que rodean al coronel Perón quieren mantener y profundizar las conquistas obreras?

-Todos, aunque cada uno a su manera mintió

-Algunos, estimado compañero, de manera poco obrera.

-No puedo negárselo.

Alfredo L. también tomo un sorbo de café y le soltó, sin anestesia alguna: ¿Cuánto de fascismo hay entre ustedes? López sintió que le transpiraban las manos, quizá no era él la persona más adecuada para conseguir lo que había venido a buscar.

Hacia una semana le había dicho a Perón que era necesario hablar con Palacios, el coronel se había mostrado de acuerdo y, a su manera calma, cuando se despidieron el coronel le dijo:

-López, Palacios es capaz de ponernos en el poder, él llega a quien nosotros no llegamos, tiene en su mochila al electorado que está en contra de nosotros. Sí, Palacios es capaz de ponemos en el poder.

Ya había abierto la puerta de la oficina cuando escuchó:

-Confío en usted, López, Jugará la rnitad de nuestras esperanzas.

Y allí estaba ahora, delante del socialista más carismático y respetado, acaso el único dirigente socialista que podía entenderlos. Allí estaba, pidiéndole a Palacios que rompiese con el Partido Socialista.

Dr. Palacios, detrás del coronel Perón no se encolumna un partido tradicional, detrás de él están, desordenadas y confundidas, todas las corrientes nacionales, o. todos aquellos que entienden la causa nacional y que pronuncian la palabra patria sin vergüenza.

Que triunfe un pensamiento obrero depende de nosotros, no de él.

Se desconoce si hubo alguna otra reunión entre López y Palacios antes de la fi¬nal, que, con la presencia del coronel Perón, se desarrolló en la casona del Tigre.

Es lógico suponer que la hubo, pero en ese caso habrá sido como la aquí narrada, sin testigos, ya que Alfredo había puesto como condición para cualquier encuentro que éste se mantuviese secreto.

No era para menos, en manos de sus enemigos, aquello era un arma capaz de destruirlo.

La reunión entre Alfredo Palacios y Juan Perón fue breve. Perón por intermedio de López lo había invitado a entrar al peronismo y, según parece, puso a su disposición la candidatura que él quisiera, es decir la formula Perón-Palacios.

El dueño de casa les dejó café y les preguntó si querían un licor, ninguno bebía. Cuando se estaba yendo, le dijo a Antonio López por lo bajo:

-¡Que dios proteja a nuestro país, está en manos de abstemios!

Antonio López sonrió y acercó las sillas.

-Doctor Palacios, los que estamos con la causa nacional -dijo el coronel- debemos estar juntos. Después de décadas de entrega ahora estamos en condiciones de llevar adelante una política de emancipación.

Perón se levantó y sirvió él mismo los cafés.

-Y éste es así doctor, porque ahora el movimiento obrero esta participando de la causa nacional. Por eso he querido verlo, porque usted es su mejor representante político.

Antonio López no dejaba de sorprenderse con ese coronel, tan militar a veces, tan poco militar otras.

-Como ya le ha dicho, López, ponemos a su disposición cualquier candidatura. Hizo silencio. Esperó la respuesta.

-Coronel, yo no he venido en busca de candidaturas, vea usted la causa nacional requiere de tres columnas: independencia económica, justicia social y democracia. Sé que uds. tienen claras las primeras dos, coronel, si quiere que luchemos juntos lo que yo reclamo es democracia.

-Estamos de acuerdo.

-No estoy seguro, coronel, de que democracia signifique lo mismo para usted que para mí.

Alfredo L. le extendió a Perón un papel, era una lista de personas cuya participación en un futuro gobierno era incompatible con la democracia y la libertad, y por ende incompatible con él. Esa fue la única vez que Perón y Palacios se vieron privadamente. La lista, aunque acertada y prudente, fue para el coronel del todo inaceptable.

El 24 de febrero de 1946, cuando se cerraron los comicios, los diarios informaron lo increíble: el Partido Laborista obtuvo 1.487.886 votos y la Unión Democrática 1.207.080.

El gran perdedor de las elecciones fue el Partido Socialista, que, por primera vez desde 1912, no logró ni una sola banca. La clase obrera le había da do la espalda.

Alfredo L. Palacios murió a las seis y diez de la tarde del 20 de abril de 1965, siendo senador de la Nación. Sus restos fueron velados en el Congreso de la Nación y una muchedumbre acompañó al líder socialista.





Bibliografía: Sorín, Daniel "Palacios: un caballero socialista. Buenos Aires", Sudamericana, 2004



Autor Gustavo Galland (*)

(*) Diputado Nacional (MC) y Dirigente Socialista p/afense. fs el actual Defensor Ciudadano de La Plata





Publicado en el Diario Hoy de La Plata el viernes 20 de abril de 2007

lunes, 19 de abril de 2010

Peron y El Equipo de Locos

La Historia de un Loco cuerdo




Como casi toda historia, la mía tiene una prehistoria.

Es esta. A principios de los '50, me convertí de la noche a la mañana, o para mejor decir, de un domingo al otro, en el basquetbolista favorito del entonces Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón. Por aquel entonces, los Harlem Globetrotters visitaban la Argentina y actuaban en el Luna Park que era elúnico estadio con capacidad para hacer frente, por la capacidad, a la erogación que significaba su contratación. Era muy común también que, quienes vivíamos en la Capital Federal, practicábamos básquet y teníamos la suerte de poder verlos, al día siguiente (y durante unos cuantos días mas), nos convertíamos en malabaristas circunstanciales. Fue así como un domingo, en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que quedaba en Republiquetas 1050 de Núñez (donde ahora esta el CENARD), nos juntamos un grupo de amigos y como estábamos prácticamente solos en el gimnasio cubierto, nos pusimos a imitar a los "Globe" haciendo un sinnúmero de payasadas mientras jugábamos.

Tan concentrados estábamos en ese divertimento que no advertimos la entrada de Perón a las instalaciones, hasta que después de pasar por el sector dedicado a la esgrima, llegó a uno de los laterales de la cancha. Quedamos todos tan impresionados por su presencia, que cortamos la exhibición de

destrezas, para jugar "normalmente". Pero a poco de ponernos serios, el primer mandatario nos llamó y pidió que siguiéramos jugando como lo estábamos haciendo antes de que el llegara a sentarse en el pequeño palco presidencial preparado para la comitiva en forma permanente. Con beneplácito y la "obediencia debida", continuamos con la diversión deportiva por una larga media hora mas, hasta que nos anunció que se iba de regreso a la quinta presidencial de Olivos, saludándonos a uno por uno.

Exactamente una semana después, volvió a aparecerse en el gimnasio donde disfrutábamos el deporte dominguero y justamente yo estaba en posesión del balón cuando hizo su entrada. Volvimos a quedar "petrificados" y por una cuestión de respeto, además de poder saludarlo, paré el juego señalando la

llegada del primer mandatario. Fue cuando me dijo-"Seguí jugando Ibañez, que yo me siento a verlos desde el palco". No lo podía creer. Cuando escuche de su boca mi apellido, sentí como si las medias se me metían dentro de las zapatillas y los pelitos de las piernas me hacían cosquillas en las rodillas. Me sentí tan impactado que debo haber jugado mejor que nunca, ya que cuando estaba por irse, se acercó para charlar conmigo. Me dijo si me animaba a formar un "equipo de locos" que imitara a los Globetrotters en una fiesta para estudiantes. Le dije que si, que nos pusiera un Entrenador y nos diera un lugar para ensayar, que todo era cuestión de intentarlo. Así nacieron los "Uestrotters". Entrenamos casi 60 días entre 6 y 8 horas diarias, las distintas rutinas del "círculo mágico" con que hacen su presentación, en un salón con espejos y sin tableros ni canastos, en la UES masculina. Perón nos facilitó el microcine de la quinta de Olivos, donde vimos cientos de veces el primer rollo de la película "Campeones de Ébano" que cuenta la historia de los "Globe" y en el cual hacen el famoso círculo. Fue un domingo por la mañana que compartimos con los auténticos Globetrotters la cancha abierta de la Quinta (por entonces sede de la UES

femenina) y allí los negros nos enseñaron algunos trucos, nos regalaron el vinilo de The Brothers Bones con el tema "Sweet Georgia Brown", que es el "himno" de los trotamundos de Harlem hasta el presente. Pintados de negros por uno de los mejores maquilladores del cine argentino (Cesar de Combi o algo así, se llamaba), con pelucas simulando motas y una vestimenta de raso con colores celeste, blanco y rojo combinados y con la musica de "Dulce Georgia Brown" grabada por el clarinetista argentino Marito Cosentino, actuamos ante un Luna Park repleto (habían quedado mas de tres mil personas sin poder entrar) haciendo primero el circulo mágico con luz negra y repitiéndolo dos veces mas con toda la iluminación a pleno, a pedido de la multitud de estudiantes secundarios que festejaba ese 21 de Setiembre de 1954.



Cuando Perón fue derrocado en el 55, recibí ofertas de muchos clubes para seguir mi carrera y me decidí -a pesar de tener chances de fichar en primera- por una Institución que militaba en tercera de ascenso de la

Asociación Porteña de Básquetbol: Deportivo San Andrés. Tanto tiempo imitando a los Globe hizo que fuera muy dura la primera parte de mi carrera. Los adversarios ponían mas postura defensiva de boxeo que de básquet para marcarme, porque mi manera de jugar les hacia pensar que los estaba "cargando". Sin embargo en dos años estábamos en Primera División y comencé a ser respetado cuando todos advirtieron que "esa era mi manera de sentir el básquetbol". Claro que a mis habilidades agregaba una buena cantidad de puntos por partido que me convertían en el goleador del equipo.



Ya los medios me daban como "el globetrotter blanco", Mandrake (antes que el apodo fuera a parar al inigualable Alberto Cabrera), el malabarista, el mago y un montón de otros calificativos. Eso hizo que mi juego fuera disfrutado -muy especialmente- por una gran cantidad de chicos que gozaban con mis "locuras" y se reían de mis "bermudas" El paso previo. En 1960, por una cuestión de diferencias económicas, dejé Deportivo San Andrés y me fui a Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque a hacer dupla con Ricardo Alix, a quien considero el mejor jugador argentino de todos los tiempos. Hicimos un dúo que sacó chispas aquí y en varios países de Sudamérica durante esa temporada. Pero mi corazón seguía estando en San Andrés. Al año siguiente regresé y puse como condición dirigir una categoría formativa para tener una mayor retribución. En realidad los dirigentes aceptaron porque me querían como jugador; ninguno de ellos pensaba que duraría mucho en esa función y mucho menos que lograría algo. Me inicié con la que hoy es la categoría Cadetes y por aquel entonces se denominaba "Menores"; 15 y 16 años. Me picó tanto el bichito que hice reclutamiento personal en las calles de San Andrés, Malaver y Villa Ballester del Gran Buenos Aires. Ese año fuimos subcampeones de la APB, habiendo perdido un solo juego y por un punto (con Comunicaciones, que fue el campeón). La reglamentación "amateurista" de esos años impedía que un jugador en actividad dirigiera otro club que no sea en el que jugaba, porque si lo hacia lo declaraban "profesional" y no podía jugar mas en el país. Por suerte, con aquella campaña de los Cadetes y el "arrastre" que tenía como jugador recibí el respaldo para hacerme cargo de todas las formativas del "Depor". Época en que los menores de 12, no entraban en los planes de los directivos del básquetbol argentino. Los chicos me abrumaban pidiéndome que también los entrenara a ellos. Recuerdo que en una oportunidad, vinieron en "patota" y me exigieron que les de bolilla. Eran tantos que, para sacármelos de encima les prometí que "el sábado a la 4 de la tarde" los entrenaría. Mi salida con una noviecita ocasional hizo que ese día ni siquiera pusiera los pies en el Club para juntarme con amigos: olvidé por completo el "compromiso". Cosa que no perdonaron mis diminutos "fans" al Lunes

siguiente cuando llegué a los entrenamientos de la tarde. El grupo me trató de "falluto", chanta, mentiroso y otras cosas por el estilo. Los noté tan contrariados que les mentí una enfermedad de "mi vieja" que vivía conmigo en el barrio porteño de San Telmo. Hubo casi un juramento para el sábado

posterior y el "no te vayas a olvidar" repetido hasta el cansancio los cinco días previos a la cita. Si me hubiera olvidado, la historia del Mini en la Argentina hubiera tenido otro camino.


Se sube el telón




Hice mi aparición en el Deportivo San Andrés manejando la Siambretta que me había regalado Perón cuando ganamos el Argentino de estudiantes secundarios en el 55, a las 4 de la tarde. El "Depor" todavía tenía cancha abierta y los pibes estaban todos protegiéndose del sol, sentados en el piso y apoyando

sus espaldas en el paredoncito que daba a la confitería. Griterío, carrera y cimbronazos de mi humanidad ante el efusivo recibimiento del que fui objeto por los casi 20 pibes que me aguardaban. Había solo un par de pelotas chicas con la que jugaban los Infantiles, marca Pintier de cuero, con unos gramos mas de la que usaban oficialmente los futbolistas profesionales. Ese era el material de entrenamiento y con el hicimos el primer ensayo. Fue impactante ver como obedecían cada indicación que les daba. Con ellos aprendí a ser Entrenador; fueron esos pibes los que me enseñaron más que los libros, las películas y los videos. El "feeling" de ida y vuelta era tan intenso que nunca mas les falle, ni en los entrenamientos, ni en sus conflictos personales. Ya a las dos semanas querían jugar partidos y los entendía; ni mil entrenamientos reemplazan a un partido. Pero como esa categoría, a la que le inventamos el nombre de

"Pulguitas", no existía, debimos comenzar a "investigar" quien tenía equipo de niños menores de 12. El "Scouting" nos llevo a saber por boca del Delegado del Club de Villa Pueyrredon, que ellos tenían un grupito de pibes de esa edad y debutaron como visitantes contra el equipo en el que jugaba Miguel Mateos (hoy roquero famoso) y su hermanito Alejandro, baterista de Zas. Los "nuestros" usaron una musculosa blanca con un escudito del "Depor", ya que ni siquiera teñíamos camisetas. Esos "pulguitas" jugaron posteriormente en Morón, Ituzaingó, Caseros y otros clubes del Gran Buenos Aires e hicieron "fama" porque ganaban y deleitaban con su estilo rápido, vistoso y eficaz. La euforia contagió a padres y directivos y a principios del 63 ya se guardaban en la utilería los más de 6 equipos completos de camisetas y pantaloncitos que se recibieron de diferentes donaciones. En un cuadrangular en el cual intervenía San Lorenzo (de la Asociación Buenos Aires, que nucleaba a la mayoría de los clubes de fútbol) perdieron el invicto frente a los azulgranas.



Jamás había visto llorar a tantos con semejante sufrimiento por una derrota, como aquella noche en el vestuario de San Andrés. Yo (que también desparramé un par de lágrimas y las escondí antes de entrar al vestuario) les explique por primera vez como debían afrontar el sinsabor de la derrota, que es parte de la labor docente que deben profesar quienes conducen el mini o cualquier actividad de chicos. Rápidamente llegó la revancha en la final de ese mismo cuadrangular. En aquel partido hubo un solo "santo" y no

precisamente fue "Lorenzo". El resultado a favor de San Andrés fue tan abultado, que nadie hubiera podido imaginar que ese mismo equipo lo había derrotado 48 horas antes. En los corrillos del ambiente basquetbolero se hablaba de los "Pulguitas de San Andrés" y llegó a trascender tanto, que se instaló en la cúpula de la Asociación Porteña de Básquetbol, cuyo Secretario, Manuel Solaguren, tenía un hijo integrando el equipo.



Comienza la historia "oficial"del Mini



Una noche de no me acuerdo que mes del segundo semestre del 63, recibí una invitación por parte del Presidente de la APB, Juan Esteban Della Valle, para una reunión. En ella, se me pidió que redactara un reglamento para chicos de hasta doce años, para oficializar la competencia. Junto con el dirigente Pedrero (no recuerdo su nombre) y Della Valle (el mejor dirigente deportivo que conocí en mi vida) basándonos en las reglas que inventó Jay Archer en 1950 (lo bautizó "Biddy (Pollito) Basket" copiando el seudónimo de su pequeña hija), en las que había distribuido la Pepsi Cola en Perú y otras latitudes, confeccionamos el Primer Reglamento Oficial y "bautizamos" a la categoría con el nombre de "Niños". Como punto importante, recuerdo que en las reglas originales limitaban la estatura de los participantes a 1.70

metros, cosa que hice modificar, basándome en la dificultad que tenemos en nuestro país para conseguir jugadores grandes. Me pareció que cerrarle la puerta a los "lunguitos" era como "hacer un pacto a favor del enemigo". ¡Salvemos a nuestros altos!. La primera competencia que se llevó a cabo en el país fue organizada en 1964 por la APB e intervinieron cerca de 30 clubes, siendo ganada por Deportivo San Andrés. Al respecto transcribo textualmente unos párrafos del libro "Minibásquetbol y su Proyección al

Básquetbol" (1994) del Entrenador Jorge Gutiérrez que con el subtitulo de El Minibásquetbol en la Argentina, en su página 22 dice: "El objeto primordial de esta gestión es lograr hombres de bien, por medio de deportistas aptos.

(-) Con estos conceptos, la APB presentaba su Reglamento y Normas Generales para la disputa de los partidos de Biddy Básquetbol; que tuvieron a Oscar Ibañez a uno de los integrantes de la Comisión de Reglamento junto a Esteban Della Valle y Pedrero. Se hicieron lectura de otros reglamentos como la

Peruana y Española y con modificaciones que se asemejaban en características y necesidades, se puso en vigencia el Reglamento de Juego. Oscar Ibáñez dirigía a los chicos del Deportivo San Andrés, con los cuales obtuvo los torneos de los años 1964/65/66 y 67, sin perder un solo partido en las cuatro temporadas". (Nota: Los integrantes de ese plantel -Norberto Tanghe, Eduardo Cadillac, Daniel Pace, Claudio Villanueva, Jorge Godnic y Jorge Kojdamanian- entre otros, ganaron los torneos oficiales de las categorías Infantiles, Cadetes y Juveniles, perdiendo solo 4 partidos en 8 años y siendo la base del seleccionado de Capital Federal -Campeón Argentino 1970 en Neuquén- y del equipo nacional que obtuvo el Campeonato Sudamericano de Juveniles en Santiago de Chile, en 1972) La cantidad de participantes se acrecentó en forma geométrica y la explosión se desparramó vertiginosamente por toda la República. A principios de los '70 los españoles creando un Comité Internacional también internacionalizaron el nombre de "Minibásquetbol" y en el 71 se hizo en Catamarca un campeonato nacional, al que me negué a concurrir habiendo sido nombrado Director Técnico de la selección de Capital Federal, argumentando que no debía sobredimensionarse la competencia en esa etapa del minideporte.

La historia me dio la razón ya que por la desmesurada apetencia por el triunfo hubo equipos que en forma fraudulenta incluyeron a niños con edades superiores a las fijadas por las reglamentaciones. Un bochorno. En Julio 1973 se hizo el primer "Jamboree" (palabra utilizada por los "boy-scouts"

para identificar a reuniones campamentiles con chicos de distintas provincias y/o países que confraternizan y comparten actividades en conjunto) en el cual participaron chicos argentinos y de paises limítrofes y con posterioridad -en la segunda mitad de los '70- se adoptó el sistema de Encuentros, que es mas adecuado para frenar la desmedida competitividad de algunos Entrenadores, Instructores y/o Monitores exitistas en demasía



Creo que en la actualidad esta sobredimensionado el tema del Minibásquet y son mayoría los "profesores" que aceleran etapas de la enseñanza de los fundamentos para introducirlos en la táctica y la estrategia, obstaculizando la libertad que necesita el niño para expresarse humana y deportivamente. Es hora que en este milenio, la controversia sobre si debe haber competencia o no. sea sepultada por Entrenadores y Dirigentes que antepongan a su hambre figurativa, la sana premisa de enseñar equilibradamente las formas de actuar ante las dos únicas posibilidades que da este juego; el triunfo y la derrota. Como en la vida

OSCAR DELFOR IBÁÑEZ



PUBLICADA por Tiempo muerto para Entrenadores

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miércoles, 14 de abril de 2010

Cambio de circulación en las calles de Buenos Aires

El 4 de octubre de 1944 se dictó el decreto por el cual se disponía que, a partir del 10 de junio de 1945, la circulación en el país de topo tipo de vehículo, debía realizarse por la mano derecha, en lugar de la izquierda, tal cual era el sistema imperante en ese momento; quedando expresamente exceptuados los trenes y el tranvía que unía la estación Federico Lacroze con Campo de Mayo. Se encomendó a la Administración General de Vialidad Nacional, instrumentar las medidas necesarias para cumplir con la citada disposición.


Como consecuencia de ello, se montó un amplio operativo de divulgación y se tomaron las medidas conducentes a posibilitar el cambio ordenado del sentido de circulación del parque vehícular. Se debió cambiar la señalización existente en las rutas nacionales y caminos provinciales y dictar clases explicativas para peatones y conductores de todo tipo de vehículo. Se establecieron velocidades máximas más reducidas que las vigentes y se dispuso el uso obligatorio en todos los medios de transporte, de una placa – ubicada en su parte trasera - en la cual debía verse claramente una flecha con su punta orientada hacía la izquierda, para así indicar el lugar por donde debía adelantarse cualquier vehículo que circulara detrás. La Administración General de Vialidad editó un folleto donde se especificaban las medidas que los conductores y los peatones debían respetar. A los transeúntes se les prohibía cruzar las calles a mitad de cuadra y les recordaba que deberían hacerlo por las esquinas “mirando hacía ambos lados”. En otro párrafo se dirigía a la “mujer madre” , a las maestras, preceptoras o niñeras” pidiéndoles instruir a los niños, acerca de la nueva modalidad del transito vehícular.

En Buenos Aires se debió cambiar el sentido de circulación de muchas calles y por ende el cambio de recorridos de tranvías , ómnibus y colectivos. Todo esto significó que debieron cambiarse la señalización en uso y adecuar algunos empalmes y vías de tranvía. El domingo 10 de junio de 1945 todo estaba preparado para el cambio. Los subterráneos comenzaron a funcionar a la hora cuatro, en tanto que para el resto de los vehículos la medida comenzó a a aplicarse a partir de la hora seis. La Dirección de Tránsito de la Municipalidad de Buenos Aires, entonces ubicada en en la calle Parera 119 , habilitó ese día varias líneas telefónicas para atender consultas de la gente y dispuso además que los inspectores uniformados de la repartición (entonces conocidos como “zorros grises”) , controlaran el acatamiento a la nueva medida y sancionaran a quienes así no lo hicieran. Algunas empresas comerciales se asociaron a la campaña publicitaria liderara por el gobierno nacional y en sus avisos incluyeron frases que recordaban a la población, la puesta en vigor de la nueva norma; tal el caso de Columbia Seguros, Boquillas Crisol, Casa Escasany, Cinzano y Alpargatas, la que para entonces publicitaba su “brin sanforizado” con el slogan de “No Se Achique Don Enrique”. Más allá de la puesta en marcha del nuevo ordenamiento de tránsito, el 10 de junio de 1945 fue un domingo en que Buenos Aires no alteró su ritmo normal. Otro tanto sucedió en el resto del país. En futbol, Boca enfrentó a Vélez Sársfiel, Rosario Central a River y en el Hipódromo de San Isidro la yegua Quelinda, conducida por el maestro Ireneo Leguizamo, se adjudicó el Clásico Juarez Celman.





Gracias José Pedro Aresi

viernes, 9 de abril de 2010

Fusilamiento de Martiniano Chilavert

Casi al finalizar la batalla de Caseros, los únicos federales que mantenían su posición a toda costa, eran los infantes Pedro Díaz y la artillería del Cnl. Martiniano Chilavert. Escondidos tras nubes de humo negro, disparaban con todo lo que tenían. Al acabárseles las balas y la metralla, cargaron piedras y cascotes del palomar que se caía a pedazos. Cuando los cañones se pusieron al rojo vivo, les arrojaron baldazos de agua. Y cuando faltó el agua, los soldados se turnaron para orinar sobre las moles humeantes. La infantería seguía repeliendo el ataque, pero paso a paso las fuerzas de Urquiza iban concentrándose sobre estos valientes, haciendo imposible toda resistencia. Sin municiones ni esperanzas, los artilleros comenzaron a huir a medida que los infantes de Díaz retrocedían.
Una polvareda indicaba el retorno de Lamadrid, que en el fragor de la carga se había desviado como una legua de su blanco. Ahora volvía al campo de batalla cuando poco podía hacer. Chilavert continuó disparando hasta que no tuvo absolutamente nada más que arrojarle al enemigo. “Mierda” dijo el coronel. “Una y mil veces mierda”.




Con la última bala que le quedaba, apuntó personalmente hacia los imperiales que avanzaban sobre su posición.



Solo, sin hombres, ni balas, ni ganas de seguir peleando, el coronel Chilavert volvió a colocarse la guerrera azul con vivos rojos, sobre su camisa negra de humo y sudor. Despidió al sargento Aguilar y encendió un cigarrillo con la brasa de los fogones.



El coronel se sentó a esperar la muerte que se avecinaba, cuando de pronto el capitán Alamán se acercó apuntándole con su revolver: “Ríndase oficial. Usted es mi prisionero”.



El capitán no tenía la menor idea de con quien estaba hablando. Chilavert se puso de pie con infinito cansancio. Sacó su pistola del cinto y le dijo al capitán con su voz de cañones, mientras le apuntaba: “Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es a un oficial superior para entregar mis armas”.



Alamán, intimado por la firmeza de la actitud, mandó a buscar al coronel Virasoro. Sin soltar el arma, Chilavert se quedó en silencio pitando su cigarro. Cientos de soldados se acercaron para ver el espectáculo. El prisionero amenazaba al oficial que lo intimaba a rendirse. Mudos esperaron el desenlace. A poco llegó Virasoro, deteniendo su overo a poca distancia de Chilavert.



-Aquí estoy, coronel –anunció sin apearse del caballo-. Soy el coronel Virasoro.



Chilavert se acercó y le extendió su pistola y su sable: – Señor coronel, aquí me tiene a su disposición. Le aclaro que no puedo caminar. Si me quita el caballo, prefiero que use esa arma para pegarme cuatro tiros acá mismo.



No tema usted, coronel Chilavert.



-¿Cómo sabe mi nombre? –dijo asombrado.



-Quién no conoce su fama, coronel….



Chilavert le devolvió una ligera reverencia. Venciendo el dolor, montó a un caballo que le acercaron.



-Ahora lléveme con su general, coronel.



-A la orden –dijo Virasoro, marcando el camino hacia Palermo.



El coronel Martiniano Chilavert fue conducido a Palermo, donde Urquiza había organizado su Estado mayor y el gobierno provisorio de la ciudad. Permaneció sentado sobre uno de los bancos del jardín. Aunque Virasoro había dado la orden de permitirle montar a caballo, Chilavert debió caminar las últimas cuadras hasta Palermo, entre dolores brutales y el cansancio. Mientras se recuperaba, veía como oficiales y edecanes entraban y salían de las habitaciones, llevando y trayendo muebles. Entre ellos le llamó la atención un hombre de unos cuarenta y cinco, quizás cincuenta años, pelado y con bigote unitario, vestido con un uniforme exuberante, a la moda del ejército francés. Chilavert, que había pasado casi toda su vida entre los ejércitos nacionales, no conocía, ni había escuchado hablar de semejante personaje. Curioso, detuvo a uno de los oficiales que lo había apresado.




- Perdóneme la pregunta, pero podría usted decirme quien es ése de quepis azul.



-¿Cuál? –preguntó el oficial.



-Ese de uniforme azul con galones…. Ese con plumas de general.



-Ah, ése….. El de las plumas. Es el boletinero del ejército.



-¿Hasta tienen boletinero? –se asombró Chilavert, ya que en cuarenta años de guerra, pocas veces había servido en ejército alguno que contara con semejante lujo.



-Si es uno de los nuevos amigos del general. Creo que se llama Sarmiento, Domingo Sarmiento, y me parece que anda medio chiflado.



El nombre le sonaba a Chilavert. Era uno de esos unitarios que, desde Chile, descargaban su pluma contra el régimen de Rosas. Vaya forma de conocerlo.



El coronel anduvo por horas sentado, esperando. Pensaba en su esposa, en su hijo. Pensaba en el día en que lo conoció a San Martín. Pensaba en su padre. En las batallas que ganó y en las que perdió. Pensaba en Lavalle y en Oribe, en Rivera y en Paz. En esas horas más de una vez tuvo ocasión de escaparse. El desorden era absoluto. Pero no quiso. Aceptaba su condición mansamente.



Como oficial y caballero, él era un prisionero de guerra que no iba a aprovecharse de las ventajas que el enemigo le daba. Una cosa era una batalla. Otra era asumir su papel de oficial prisionero. El mismo se había entregado y no iba a faltar a su palabra. Así permaneció hasta que una voz sonó a sus espaldas. Un soldado con pechera blanca sobre su blusa punzó estaba parado a su lado.



-Usted es el coronel Chilavert?



-Para servirle – Contestó



-El general Urquiza desea hablarle.



-Y yo también quiero hablar con su general –se levantó. Vamos pues.



En el camino Chilavert se abrochó la guerrera y pasó sus manos por el cabello desordenado. De poco sirvió, pero tampoco era cuestión de presentarse ante Urquiza como un reo, aunque lo fuera. Llegaron hasta la habitación que le había servido de escritorio a Rosas. Recordó sus paredes, los muebles espartanos, la lámpara de aceite, los pocos libros dispersos en la biblioteca. El soldado golpeó la puerta. Una voz grave ordenó que pasara. Chilavert entró solo al cuarto. Allí estaba el generalísimo Justo José de Urquiza, Comandante en Jefe del Ejército Grande, gobernador de Entre Ríos y nuevo amo de la Confederación, la República, la dictadura o el orden que él quisiese imponer para manejar los asuntos de la Argentina por los próximos años.



No era alto, aunque sí de aspecto vigoroso, algo entrado en carnes. Tras esos ojos castaños se adivinaba al demonio, evasivo, sensual. Al entrar Chilavert, se puso de pie tras un escritorio lleno de papeles y carpetas en desorden.



-Pase usted, coronel Chilavert. Tome asiento –dijo Urquiza en tono amable, señalando una silla.



-Estoy bien así, general –contestó Chilavert, manteniéndose de pie.



-Por fin nos conocemos, coronel. Me han hablado mucho de usted –dijo Urquiza con un dejo de ironía, mientras encendía un puro.



-Supongo lo que sus nuevos amigos le habrán dicho de mi.



-Cosas buenas y cosas malas coronel. Pero lo importante del caso es que usted se equivocó de tiempo y lugar…



-No hace mucho, ambos estábamos del mismo lado, general.



-La diferencia, coronel, es que no ha sabido adaptarse a estos tiempos que corren. Sabe bien usted, que de persistir con la política de Rosas, el país seguiría en este desorden, en estas miserias sujetas a la voluntad del hombre fuerte de turno. Sin constitución, coronel, jamás podremos organizarnos…



-Eso no le da derecho a que un ejército extranjero invada nuestro país –dijo Chilavert desafiante-. La constitución nos la podemos dar nosotros, sin esos brasileros esclavistas que tanto dinero le han prestado.



-Y usted. ¿quién es para decirme qué es bueno o malo para este país? –contestó Urquiza poniéndose de pie.



-Un soldado que lleva cuarenta años peleando por su país y que de ninguna manera aceptará que fuerza extranjera alguna pise ésta, mi patria, aunque traigan constitución, emperador y todo el oro del mundo… Mil veces he de morir, antes de sufrir el oprobio de vender mi patria –Chilavert gritó estas últimas palabras.



Urquiza se sentó nuevamente. Hacía calor en la habitación. Las ventanas abiertas no alcanzaban a atenuar la pesadez del clima. Menos aún este coronel insolente y testarudo. Por un instante miró al coronel Martiniano Chilavert de pie, desafiante aun en la desgracia. Indomable, irreductible, así se lo habían descrito. No tenía ni ganas ni tiempo para discutir con este hombre. Llamó al soldado que esperaba afuera.



-Soldado, acompañe al coronel –y mirándolo le dijo con voz cansada: -Vaya usted, nomás, coronel.



Chilavert giró sobre sus talones y marcando el paso salió de la habitación.



Urquiza se quedó pensando por unos minutos. “Mil veces he de morir. Mil veces…”. Llamó a uno de sus edecanes. Le iba a dar el gusto al coronel. “Al coronel Chilavert me lo fusilan por la espalda, como a un traidor”.



Una sensación de paz invadió el espíritu del coronel, mientras era escoltado por el soldado, desandando los senderos de Palermo. Nuevamente lo dejaron en el jardín. Ahora el soldado se quedó cerca. A poco de estar allí, pensando en todo lo que hubiese querido decirle a Urquiza sobre sus socios y alcahuetes, se le acercó un oficial, alto y delgado, con la casaca azul cerrada hasta el cuello a pesar del calor que no cedía.



-Coronel Chilavert, soy el mayor Modesto Rolón – dijo impostando la voz mientras hacía la venia. Chilavert no contestó- Debe acompañarme, coronel.



Sin decir palabra lo siguió. El guardia caminaba tras ellos, a distancia prudencial. Caminaron los senderos del jardín que rodeaba la residencia de Palermo, hasta una de las casas donde se guardaban los elementos de labranza. Seis soldados lo esperaban. Fue entonces cuando Rolón, con tono desprovisto de toda emoción, le comunicó que el general Urquiza, comandante en Jefe del Ejército Grande, gobernador de la provincia de Entre Ríos y encargado de los destinos de la Confederación Argentina, lo condenaba a ser fusilado en forma sumaria. El coronel recibió con calma la noticia que de ninguna forma lo sorprendía. Pidió unos minutos para reconciliarse con el Señor. Se apartó unos metros y lo escucharon rezar un padrenuestro en voz baja.



-Estoy pronto –dijo al fin.



Lo condujeron hasta el paredón.



Allí el coronel le entregó su reloj al mayor Rolón.



-Le pido un favor, mayor, entréguele este recuerdo a mi hijo que vive en la calle Victoria –El mayor asintió. El coronel Virasoro, que hasta ese momento había permanecido ajeno al trámite final, se acercó al pelotón. Chilavert se sacó el tirador y lo arrojó al piso.



-Esto es para ustedes –dijo, dirigiéndose a los soldados-, hay algo de dinero y unos cigarros. Repártanselos. Solo les pido que apunten al pecho.



Sabía que era bueno congraciarse con los verdugos, hacen la muerte más rápida. Con resignada valentía se puso contra la pared. Fue entonces cuando el oficial encargado del pelotón, se acercó a Chilavert y le ofreció un pañuelo para vendarse los ojos. El coronel lo rechazó. Había visto tantas veces la muerte ajena que no le molestaba ver la propia. Casi en un susurro, el mayor Rolón le dijo:



-De espaldas, coronel.



Chilavert lo miró sin entender.



-De espaldas –repitió el oficial-. De espaldas, como un traidor.



Un golpe feroz dio en la cara de Rolón, que cayó unos metros más atrás.



-De espaldas, no. Como un traidor, no. –Se acercaron dos soldados para contenerlo. Sufrieron la misma suerte.



-Como un traidor no, como un traidor, jamás. –Se acercaron los otros soldados del pelotón para contenerlo. Como un puma herido enfrentó a todos. –Tiren acá –decía-. Tiren al pecho, al pecho, que yo no soy un traidor. Traidores son los que venden a esta patria. Tiren al pecho. –Un facón brilló entre los golpes y empujones-. Al pecho, al pecho. Traidores son los que se entregan a un imperio de esclavos por unas monedas. –El filo cayó sobre la espalda del coronel, que ni así dejó de gritar: “al pecho, tiren al pecho”, Otro filo dibujó su trayecto mortal contra el cuerpo del coronel. “Tiren acá”, y peleaba contra todos. Su camisa se tiño de sangre. Una y otra vez los facones y bayonetas se bañaron en esa sangre de valiente, que no dejaba de gritar, mientras se le iba la vida. “¡No soy traidor, no soy traidor!”. Un sable le abrió un tajo en la cabeza. Fue entonces cuando cayó al piso. Virasoro sacó el revolver y descargó sus balas sobre el hombre que todavía no se resignaba a ser fusilado como un traidor. En una convulsión final se señaló el pecho. Con un hilo de voz, murmuró por última vez “como un traidor, no”.



Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Omar López Mato – Caseros, las vísperas del fin – Pasión y muerte del coronel Martiniano Chilavert. Buenos Aires (2006).



Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

jueves, 8 de abril de 2010

La Madre de la Patria

Se llamó MARIA REMEDIOS DEL VALLE, más conocida como “La Capitana”. Hacia 1.827 se encontraba en Buenos Aires, mendigando en las iglesias y comiendo las sobras de los conventos. Decía que era capitana de los


ejércitos nombrada por el General Belgrano ”en los tiempos de la Patria”, y “que hoy no hay Patria, ya no se pelea por ella como antes” mostrando cicatrices de heridas en brazos y piernas producto de la Guerra de la Independencia.



La gente la juzgaba loca y delirante por la vejez y la miseria. Tal como lo consigna Carlos Ibarguren en su relato de 1932.



Un día el general Viamonte la reconoció, “Si es ella, “ La Capitana” , La Madre de la Patria, la que nos acompañó al Alto Perú” y conociendo su desvalimiento, conmovido solicitó el amparo de una pensión por parte del Estado.



La petición tuvo entrada favorable en la Sala de Representantes, el 11 de 0ctubre de 1.827 se lee el siguiente despacho:



“La Comisión de Peticiones ha examinado la solicitud de Doña María Remedios del Valle, conocida con el título de Capitana del Ejército, en que refiriendo los importantes servicios que ha rendido a la patria y acompañando el expediente que los justifica, pide alguna remuneración por ellos, pues no tiene absolutamente de qué subsistir. La Comisión se ha penetrado de la justicia de este reclamo y en mérito de ella ha tenido a bien aconsejar a la Sala, el adjunto proyecto de decreto:



Proyecto de decreto: Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo el Poder Ejecutivo tenga esta resolución su debido

cumplimiento”. 1 de Octubre de 1.827.



Hasta el año 1.828 no logró ser tratado en la Sala de Representantes, cuando el 18 de julio de ese año y ante la objeción de algunos diputados sobre el significado de la pensión alegando que la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires no tenía facultad para dar un premio por servicios prestados a la Nación, el general Viamonte salió en su defensa:” Yo conocí a esta mujer en la campaña al Alto Perú y la conozco aquí; ella ahora pide limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1.810. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida

porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos, y no se le debe dejar pedir limosna como la hace”.



Atestiguó luego el Dr. Tomás M. de Anchorena: “ Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando ésta mujer estaba en el ejército, y no había acción en que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército . Ella en medio de este valor tenía una virtud a toda prueba. El general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitía que siguiese ninguna mujer al ejército; y ésta María Remedios del Valle, era la única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas , sin el menor interés, de jefes y oficiales. Yo he oído a todos, hacer elogios de esta mujer por su caridad en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias, y ella estaba allí para asistir y socorrer a todos los heridos. Una mujer singular que debe ser objeto de admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debe ser recibida en brazos y auxiliada con la preferencia de un general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase con respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda”.



Fue aprobada su pensión y fue nombrada una comisión encargada de 1) componer una biografía de Maria Remedios del Valle y de si publicación en los periódicos; 2) presentar el diseño y presupuesto de un monumento en su honor.



Demás está decir que nunca pudo cobrar la honrosa pensión, la burocracia del Poder Ejecutivo no pudo ser vencida y la Madre de la Patria siguió pidiendo limosna hasta morir en la indigencia y el olvido.



A raíz del artículo de Carlos Ibarguren se le dio su nombre a una escuela y se la confinó, una vez más, al más oscuro de los olvidos.-



He aquí la Madre de la Patria.