miércoles, 19 de octubre de 2011

SOY CAROLINA Y QUERÍA HABLARTE RICARDO...


Gracias Eva Row por acercarlo

Decime si vos no querías contestarle a Ricardo lo mismo que Carolina. Si querés suscribir, hacelo en un comentario

http://www.youtube.com/watch?v=MHx7QBTwA-k&feature=share

Manifiesto de las vacas (¡Gracias Horacio Fontova!)

NESTOR KIRCHNER INTIMO


 A poco de cumplirse el primer aniversario de la muerte del ex presidente, el periodista Daniel Míguez presentó su libro. Anécdotas que permiten conocer al político, al militante, al amigo, al compañero, pero sobre todo, al hombre.
Por Daniel Míguez 
http://www.elargentino.com/nota-161997-Nestor-intimo.html

"Che, Majestad"
No sólo era el traje con mocasines y el saco desabrochado, o la birome Bic negra en lugar de una elegante lapicera. A Kirchner le chocaba la formalidad. El ceremonial y el protocolo eran para él rituales absurdos y vetustos. Basta recordar cuando Eduardo Duhalde le entregó el bastón de mando, las piruetas que hizo con él en la mano. Los pasos de minué de la diplomacia lo fastidiaban tanto que apenas llegaba a un evento de esas características lo único que quería hacer era irse, salvo cuando a la ocasión podía sacarle algún provecho político.

La primera prueba de fuego verdadera en su relación con el protocolo la afrontó a menos de seis meses de haber asumido la Presidencia, cuando el 12 de noviembre de 2003 tuvo su debut con gente de la realeza. En los días previos, la visita estelar de los reyes de España tenía en vilo al personal de ceremonial de la Casa Rosada. Y aún más nerviosos se sentían ante un Kirchner que no les prestaba la más mínima atención cuando querían instruirlo sobre reglas de urbanidad en el mundo de la monarquía. "Sí, sí", les decía sin escucharlos.

Hasta que llegó el momento de recibir a los reyes Juan Carlos y Sofía. A los presidentes podía llamarlos simplemente "Presidente" o, si tenía confianza, por su nombre de pila, pero al rey no le podía decir rey, ni Juan Carlos. Tenía que dirigirse a él como Su Majestad, algo que incomodaba especialmente a Kirchner, que estaba bastante lejos de sentirse súbdito de nadie.

Los reyes de España habían llegado el martes 11 de noviembre de 2003 a la noche en medio de una tormenta tremenda y vivieron una experiencia dramática. El avión casi se estrella contra la pista del Aeroparque Jorge Newbery si no fuera por la increíble pericia del piloto real, según comentaban todos, incluido Kirchner, al día siguiente. "El avión parecía un papelito en el viento. No sé cómo hizo el tipo para ponerlo en la pista", le contó al Presidente un experimentado piloto de la Fuerza Aérea Argentina que había presenciado el aterrizaje. Kirchner se fue a dormir un poco abrumado por lo que pudo haber ocurrido y afortunadamente no sucedió.

La primera actividad al otro día era una visita al Glaciar Perito Moreno, en El Calafate. Allí, Kirchner y Cristina recibieron a los reyes. En el paseo, primero en catamarán y luego en una caminata por la boscosa costa del Lago Argentino, Néstor, con la concentración de quien está haciendo los deberes, había desplegado un par de veces el ensayado Su Majestad. Pero en un momento de repentización, en el que se apuró para mostrarle una vista del paisaje al rey, que iba dos pasos delante de él, le tocó el brazo y lo llamó: "Che, Majestad…" No quedó claro si el Rey entendió bien la apelación, pero hizo un leve gesto entre risueño y sorprendido al darse vuelta.

Al día siguiente, en la cena de gala en el Palacio San Martín de la Cancillería, Kirchner, sentado al lado del rey Juan Carlos, volvió a nombrarlo según el protocolo, aunque a veces le decía Majestad a secas. Hasta que cortó por lo sano y le confesó al Rey su incomodidad:

—La verdad, me cuesta llamarlo Su Majestad.

—¡Pero, hombre! ¡Llámame Juanito! —fue la rápida respuesta de Juan Carlos entre risas.

Néstor también rió y lo abrazó apoyando su cabeza en el pecho del Rey, lo que se transformó en una recordada foto que por esos días dio la vuelta al mundo.


« Un nazi en la Patagonia» 
Como tantas tardes, estaba sentado en la antesala del despacho presidencial esperando que Kirchner se hiciera un espacio en la agenda para atenderme. Era el primer día de julio de 2003 y el zarandeo que le imponía al gobierno que comandaba desde hacía 36 días también mantenía en vilo al justicialismo, por lo que el 29° aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón pasaba casi inadvertido.

Mi puesto en esa sala de espera era estratégico para hablar con ministros, gobernadores, intendentes o cualquiera que estuviera esperando para ser atendido por Kirchner y conseguir así noticias para el diario en el que trabajaba.

El gesto automático de mirar raudamente hacia la puerta que llevaba a la oficina presidencial tras escuchar el ruido del picaporte se transformaba en una atención desvanecida al ver salir, la mayoría de las veces, a un mozo, un empleado, algún funcionario… hasta que al fin, sí, salía el que estaba en audiencia con el Presidente. Y esa vez el que salió, de traje impecable y con un sobretodo color camello prolijamente doblado sobre su brazo izquierdo, fue el doctor Eugenio Raúl Zaffaroni. Lo saludé formalmente y él me miró sonriente, un gesto del que se siente descubierto aunque sin preocupación. No pude más que estrecharle la mano, porque el secretario ya me estaba anunciando que era mi turno.

El tema de la renovación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación estaba todos los días en los títulos de los diarios, desde el 4 de junio, cuando Kirchner había pedido al Congreso la destitución del presidente del Tribunal, Julio Nazareno, símbolo de la llamada "mayoría automática" durante el menemismo. No había que ser un iluminado para sospechar los motivos de la presencia de Zaffaroni allí.

Cuando saludé al Presidente le comenté presumiendo inocencia:

—Lo vi salir a Zaffaroni.

—Sí, le dije que iba proponerlo para la Corte y aceptó. Él y el Bebe (Esteban) Righi son los mejores penalistas del país, pero Righi está con nosotros y yo quiero mostrar claramente que la Corte va a ser independiente —me explicó Kirchner.

—Zaffaroni estuvo en el gobierno de De la Rúa, en el INADI —respondí, como refrendando la independencia del juez postulado respecto de su gobierno.

—No sólo eso. Vení, mirá… —me dijo con ese entusiasmo que lo desbordaba cuando tenía un as en la manga.

—Mirá esto —repitió mientras caminaba rápido hacia su escritorio.

Abrió el cajón superior derecho y quedó a la vista el recorte de un diario santacruceño. El título era: "Un nazi en la Patagonia" y se refería a un artículo escrito por Zaffaroni sobre la gobernación de Kirchner en Santa Cruz, cuyo título original era "La República de Weimar".

—Nadie va a poder decir que lo propongo porque es mi amigo, ¿no? Sin embargo, el periodismo argentino ya empezaba a darle a Kirchner insospechadas sorpresas. Al formalizarse el anuncio, La Nación opinó en su editorial del 13 de julio: "Es decididamente desalentador que el titular del Poder Ejecutivo haya propuesto en primer lugar para integrar el máximo tribunal de la República a un candidato amigo".


«¡Corré, Chango, corré!» 
Era el líbero del equipo. Ordenaba, daba indicaciones. Cuando la tenían los suyos pedía: "Toquen, toquen". Cuando avanzaba un rival con pelota dominada gritaba: "¡Bajalo, bajalo!" Si el delantero llegaba a sus narices, lo volteaba; y si la falta no era muy alevosa, invariablemente se defendía: "Fuimos los dos a la pelota, chocamos, no fue foul".

Kirchner no sólo ejercía el liderazgo y la jefatura en el Gobierno. También lo hacía en el potrero cuando jugaba al fútbol, un rol que no era el ideal para los que integraban su equipo, y mucho menos para los kirchneristas que formaban el equipo rival. Siempre vestido con la camiseta de Racing y con pantalones deportivos largos metidos dentro de las medias, Kirchner desplegaba su andar desgarbado, más cerca en el estilo del voluntarioso Mostaza Merlo que de la técnica refinada de Fernando Redondo.

Él armaba los equipos, el propio y el rival y, aunque sin hacerlo muy ostensible, se reservaba a los mejores, como el secretario privado de Cristina, Isidro Bounine, para que jugaran de su lado. También hacía indicaciones tácticas. Es decir que, además de jugador, era director técnico. Pero no sólo eso. Lo peor es que también era el árbitro y aunque no actuaba con excesivo despotismo, en cada fallo dividido los rivales terminaban acatando su opinión.

Los únicos que le discutían o protestaban a Kirchner eran su hijo Máximo y su secretario privado y amigo Daniel Muñoz, quien habitualmente atajaba para el equipo rival y sobre quien Kirchner ponía especial empeño en hacerle goles y cargarlo después. Tanto que una vez en Río Gallegos después de una goleada que yo había presenciado, Néstor me pidió casi al oído: "Daniel, ¿en esa sección de chismes que tienen ustedes podés poner la goleada que se comió el Gordo? ¡Cuando lo lea en el diario se va a querer morir!" El Gordo, por supuesto, era Muñoz.

Kirchner también tenía veleidades de crack. Trataba de poner pases largos y si la pelota llegaba a destino se ufanaba: "Miráaaaaa… a lo Capria". Muchos de los pases iban dirigidos al delantero Héctor "Chango" Icazuriaga, y buena parte de las veces la pelota iba a parar lejos del destinatario, que siempre se esforzaba por alcanzarla. Invariablemente, ante cada pase mal dado, en vez de un pedido de disculpas se escuchaba el grito de Kirchner: "¡Corré, Chango, corré!"

lunes, 17 de octubre de 2011

Gracias Nik

¡Qué visionaria Critica!

DÍA DE LA LEALTAD




"Nació en los surcos, en las fábricas y en los talleres. Surge de lo más noble de la actividad nacional. Fue concebido por los trabajadores en el trabajo y su desarrollo contempla sus aspiraciones también en el trabajo.

"Soy peronista por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo, vivificado y actuante otra vez por el renacimiento de sus valores espirituales y la capacidad realizadora de su Jefe, el General Perón. Esta es la definición de un peronismo auténtico, que tiene su raíz en la mística revolucionaria. Esta es la definición del peronismo del 17 de octubre de 1945, sin otro interés, sin otro cálculo, sin otra proyección que el bienestar de la Patria traducido en el bienestar de los trabajadores en sus múltiples actividades.

"Yo invito al pueblo a meditar sobre el significado, sobre la honda proyección del 17 de octubre. Es la única, la auténtica, la definitiva revolución popular que se opera en nuestro pueblo. Una revolución histórica se justifica cuando sus causas sociales, políticas y económicas las determinan. Y ahí está la justificación de la revolución histórica del 17 de octubre. Fue determinada por causas sociales, políticas y económicas. En lo social, el abandono total de la justicia, con el enquistamiento de los privilegiados y la explotación del trabajador. En lo político, con la sistematización del fraude en favor de los partidos que se turnaban en el Gobierno o se quitaban mutuamente según el menor o mayor apoyo de los intereses en juego y en lo económico, el entreguismo y la venta del país, surgidos de sus reyertas. "Contra ello, y para destruir este estado de cosas, el pueblo rescató a su Líder y lo ubicó en este balcón el 17 de octubre de 1945."

Eva Perón, Discurso del 17 de octubre de 1949.





"Eran tiempos "falaces y descreídos" en el gobierno y abajo, tiempos de cálculo pequeño, con banderines de cantina y posturas de compromiso. No había en la política en qué creer y la necesidad de fe buscó otros derroteros y fue así que los héroes del deporte fueron los "Héroes".

En la angustia desesperada de los que buscaban la regeneración del país, se empezó a descreer en el pueblo, y hubo momento en que las voces clamantes del desierto parecían apagarse ganadas por un escepticismo angustiado que hacía paralelo al escepticismo gozoso de los que mandaban.

Y, sin embargo, esto tenía que ser así. Así ha sido siempre en la historia. En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere, y una fe que nace, la frivolidad pone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen solo una llamita incipiente, que no alumbra aún el camino de las oscuras catacumbas donde fermenta el futuro.

Frívolas fueron en París las vísperas del 89. Frívolas en Petrogrado las vísperas del 17. María Antonieta jugaba a los pastores en Versailles, cuando alguien en los suburbios de París, afilaba guillotinas. Y en la corte del Zar nadie presentía tras las barbas de Rasputín, el rostro lampiño de los adolescentes de la marinería de Kronstand.

Aquí también la multitud se puso de pronto en movimiento. Comenzó a mirar hacia otro lado que el verde de las canchas, cuando en la mañana del 4 de junio vio avanzar, por Blandengues al centro, la columna militar. Y fue mirando, mirando, y creyendo, creyendo. El 17 de octubre ya tenía una fe y se volcó en la calle, a la carrera. Como si bajara los tablones y los escalones de cemento. Y porque ya tenía una fe, se quedó en la calle de guardia al lado del "héroe", que acababa de encontrar. Y sigue estando en la calle, rumorosa en el mitin, silenciosa en el sufragio, pero siempre al lado de la fe encontrada.

Es el Pueblo de la Revolución que ha vuelto al foro y que hoy estará presente en la Plaza de la República.

Pueblo de la Revolución. ¡Salud!"


Arturo Jauretche, reproducido en Mano a Mano entre nosotros, Juárez Editor, Buenos Aires, 1969.



"Al caer la tarde el sector céntrico de la ciudad es irreconocible. La pequeña burguesía, los estudiantes, los abogados, las gentes bien vestidas, el 'público culto' que había dominado hacía pocas horas las calles desaparecen. Algunos raleados grupos 'democráticos' desde las veredas, observan perplejos el inusitado espectáculo.

"Algunos en camiseta, muchos en camisa, otros montados en caballos, aquellos agrupados en camiones, trepados al techo de tranvías, amontonados en colectivos que perentoriamente debieron cambiar su ruta y conducirlos a la Plaza de Mayo, las mujeres obreras con sus niños en brazos, otros con pantalones arremangados hasta la rodilla, munidos de palos o de latas para agregar estrépito a su desfile, lanzando burlas soeces a los caballeros bien vestidos que miraban las manifestaciones en silencio, llevando carteles improvisados, o botellas vacías, bebiendo refrescos, comiendo un trozo de pan, enronquecidos y desafiantes, profiriendo ironías gruesas o epítetos agresivos, esa gigantesca concentración obrera inauguraba el 17 de octubre un nuevo capítulo en la historia argentina.

"La noche había caído sobre la ciudad y seguían llegando grupos exaltados a la Plaza de Mayo. Jamás se había visto cosa igual excepto cuando los montoneros de López y Ramírez, de bombacha y cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del año 20. Ni en el entierro de Yrigoyen una manifestación cívica había logrado congregar masas de tal magnitud. Cómo —se preguntaban los figurones de la oligarquía azorados y ensombrecidos— ¿pero es que los obreros no eran estos gremialistas juiciosos que Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas de comprar porotos en las cooperativas? ¿De qué abismo surgía esta bestia rugiente, sudorosa, brutal, realista y unánime que hacía temblar a la ciudad? Con el diario La Prensa retorcido a guisa de antorchas, aquella noche inolvidable, el proletariado iluminó con una llama viva la trama de la conspiración oligárquica. Miles de antorchas rodearon de una aureola ardiente, la mole espectral de la Casa de Gobierno."

Jorge Abelardo Ramos, Perón, Historia de su triunfo y su derrota, 1959.
"Pasaban los días y la inacción aletargada y sin sobresaltos parecía justificar a los escépticos de siempre. El desaliento húmedo y rastrero caía sobre nosotros como un ahogo de pesadilla. Los incrédulos se jactaban de su acierto. Ellos habían dicho que la política de apoyo al humilde estaba destinada al fracaso, porque nuestro pueblo era de suyo cicatero, desagradecido y rutinario. La inconmovible confianza en las fuerzas espirituales del pueblo de mi tierra que me había sostenido en todo el transcurso de mi vida, se disgregaba ante el rudo empellón de la realidad.

"Pensaba con honda tristeza en esas cosas en esa tarde del 17 de octubre de 1945. El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pingües, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir.

"Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y el trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. El río cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su enorme masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajidos y cilancos con meandros improvisados sobre la arena en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmos que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal.

"Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón."

Raúl Scalabrini Ortíz, Hechos e Ideas, febrero 1946.

"Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de la calle Rivadavia. De pronto, me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y en seguida su letra:«Yo te daré, / te daré, Patria hermosa, / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P, / Perooón». Y aquel «Perón» resonaba periódicamente como un cañonazo.

"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina «invisible» que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista."

Leopoldo Marechal, Palabras con Leopoldo Marechal, por Alfredo Andrés, 1968.




viernes, 14 de octubre de 2011