HÁBITOS DE SAN MARTÍN
El General Tomas Guido fué uno de los mejores amigos del General San Martín, considerado como uno de sus ideólogos y de la Revolución. Este San Martín íntimo que nos relata Guido surge de su Memoria, basada en las conversaciones sostenidas con el prócer en Saldán, Córdoba, durante la convalecencia del general.
"Se
me consentirá aquí, en gracia de tan célebre personaje, una digresión
encaminada a suministrar algunos detalles sobre su vida íntima. Era
generalmente sobria y metódica. Durante su larga permanencia en Chile, tenía
por costumbre levantarse de tres y media a cuatro de la mañana, y aunque con
frecuencia le atormentaba al ponerse de pie un ataque bilioso, causándole
fuertes nauseas, recobraba pronto sus fuerzas por el uso de bebidas
estomacales, y pasaba luego a su bufete. Comenzaba su tarea casi siempre a las
cuatro de la mañana, preparando apuntes para su secretario, obligado a
presentársele a las cinco. Hasta las diez se ocupaba de los detalles de la
administración del ejército, parque, maestranza, ambulancias, etc, suspendiendo
el trabajo a las diez y media. Desde esa hora adelante, recibía al Jefe del
estado Mayor, de quien tomaba informes y a quien daba la orden del día.
Sucesivamente concedía entrada franca a sus jefes y personas de cualquier
rango, que solicitaren su audiencia. El almuerzo general era en extremo frugal,
y a la una del día, con militar desenfado, pasaba a la cocina y pedía al cocinero
lo que le parecía más apetitoso. Se sentaba solo, a la mesa que le estaba
preparada con su cubierto, y allí se le pasaba aviso de los que solicitaban
verlo, y cuando se le anunciaban personas de su predilección y confianza, les
permitía entrar. En tal humilde sitio ventilábase toda clase de asuntos, como
si estuviera en un salón, pero con franca llaneza, frecuentemente amenizada con
agudezas geniales. Sus jefes predilectos eran los que gozaban más a menudo de
esas sabrosas pláticas. Este hábito, que revelaba en el fondo un gran despego a
toda clase de ostentación, y la sencillez republicana que lo distinguía, no era
casi nunca alterada por lo general, considerándola, -decía él en tono de
chanza- un eficaz preservativo del peligro de tomar en mesa opípara algún
alimento dañoso a la debilidad de su estómago. Más esto, que pudiera llamarse
una excentricidad, no invertía la costumbre de servirse a las cuatro de la
tarde una mesa de estado que, en ausencia del general, presidía yo, preparada
por reposteros de primera clase, dirigidos por el famoso Truche de gastronómica
memoria. Asistían a ella jefes y personas notables, invitadas o que
ocasionalmente se hallasen en palacio a la indicada hora. El general solía
concurrir a los postres, tomando en sociedad el café, y dando expansión a su
genio en conversaciones festivas. Por la tarde recibía visitas o hacía corto
ejercicio, y al anochecer regresaba a continuar su labor, imponiéndose de la
correspondencia del día, tanto interna como del exterior, hasta las diez, que se
retiraba a su aposento y se acostaba en su angosto lecho de campaña, no
habiendo querido, fiel a sus antiguos hábitos, reposar nunca en la cama lujosa
que allí le habían preparado. Más este régimen era con frecuencia interrumpido
por largas vigilias, en las que meditaba y combinaba operaciones bélicas del
más alto interés, y cuanto se relacionaba con su inmutable designio de asegurar
la independencia y organización política de Chile. A más de la dolencia casi
crónica que diariamente lo mortificaba, sufría de vez en cuando ataques
agudísimos de gota, que, entorpeciendo la articulación de la muñeca de la mano
derecha, lo inhabilitaban para el uso de la pluma. Su médico, el doctor Zapata,
lo cuidaba con incesante esmero, induciéndolo no obstante, por desgracia, a un
uso desmedido del opio, a punto de que, convirtiéndose esta droga, a juicio del
paciente, en una condición de su existencia, cerraba el oído a las instancias
de sus amigos para que abandonase el narcótico (de que muchas veces le sustraje
los pomitos que lo contenían) y se desentendía del nocivo efecto con que lenta
pero continuadamente minaba su físico y amenazaba su moral".
Tomás Guido
Fuente: Busaniche José Luis (ed). San martín visto
por sus contemporáneos. B.As. Instituto Sanmartiniano, 1995, págs. 153 a 155.
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