jueves, 17 de diciembre de 2015

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS


muerte de solis

En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.
En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.
La exploración
Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.
Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.
No fueron los charrúas
No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.
Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso sin Solís
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes


Diana de Poitiers

La más bella favorita real de Francia, la bella entre las bellas, reflejo del tránsito entre el amor cortés medieval y el amor carnal del Renacimiento.
Posiblemente, sea una de las mujeres de anatomía más admirada, retratada y conocida. Símbolo del culto a la belleza que representa el Renacimiento.
Diana nació en 1499, hija de un alto noble francés, siendo ya de muy joven admirada por su belleza y porte natural. Sin embargo, para desilusión de sus adversarios, su vida hasta los 40 años transcurrió en la más completa oscuridad, sin escándalos ni sucesos extraños. Se casó muy joven y se mantuvo fiel casi con total seguridad hasta la muerte de su anciano esposo.
Sin embargo, con ello no queremos decir que nadie se hubiera fijado en ella, de hecho, su posición en la corte ya había despertado la admiración del monarca Francisco I, el cual se confesaba admirador secreto de Diana.
Pero el destino quiso que no fuera Francisco quien encumbrara a Diana hasta los más altos puestos del poder, sino su hijo Enrique, el cual con apenas 10 años ya había fijado su corazón y su alma en ella.
Por aquel entonces Diana estaba "felizmente " casada y tenía 20 años más que el futuro rey.
Los hechos se precipitaron con la muerte de su esposo, el rey Francisco veía a su hijo triste y abatido (de hecho le llamaban "el bello tenebroso"), y le sugirió a Diana que le animara. Ella, aunque aún dolida, consintió a hacerlo su galán, dentro de la amplia tradición medieval del amor cortés, permitiendo el enamoramiento, pero no las relaciones físicas.
Así, el futuro Enrique II quedó completamente enamorado de ella, a pesar de que por razones de estado, llevaba casado unos años con Catalina de Médicis, conocida como "la hocico -Médicis".
Mientras Francisco I vivió, la situación no pasó a más, sin embrago, a su muerte Diana decidió dar un paso más y acceder a una relación carnal con Enrique, aunque ya contaba con casi 40 años.
El joven rey apenas podía creerlo, su diosa consentía ser su amante. La joven reina Catalina no estaba dispuesta a consentirlo, oponiéndose a Diana. Ésta aguantó pacientemente, hasta que empezó a sospecharse la esterilidad de la reina. Entonces, gran conocedora de la naturaleza de la mujer, envió a sus médicos a la reina, los cuales consiguieron que diera a luz no uno, sino 10 hijos en los años siguientes.
Catalina, en deuda con la amante de su marido, no pudo sino resignarse e intentar convivir, no sin mantener una prudencial distancia que la mantuviera a ella por encima. Poco a poco, Diana alcanza la cima de su poder, sin perder nunca su belleza. Es consejera permanente del rey, consigue beneficios, cargos, rentas, interviene en la política...en fin, todo en la corte gira alrededor de ella.

Esta relación a tres se mantuvo durante muchos años, hasta que en 1559, con 60 años cumplidos, Diana vio como su amante, el origen de su poder, moría de forma dramática. En un torneo, una astilla se clavó en el ojo del monarca, el cual durante diez días estuvo agonizando entre terribles dolores. Diana supo pronto que todo había cambiado. Catalina la prohibió visitar a su esposo en el lecho de muerte y así quiso resarcirse de su eterna rival. Sin embargo, Diana se mantuvo en su posición hasta el último suspiro del rey. Pasó entonces a llevar una vida apartada de la corte, en su castillo, hasta que murió.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

SUBLEVACIÓN DE LAS TRENZAS

SUBLEVACIÓN DE LAS TRENZAS

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7 de diciembre de 1811 – Sublevación de las Trenzas

Es un episodio poco recordado de nuestra historia.  Hoy volvemos a él para aclarar la actuación de los Patricios, cuerpo de tradición heroica y orgullo del pasado argentino, en los acontecimientos de aquel 7 de diciembre de 1811, en que el regimiento pagó tan cara su lealtad a su jefe, el coronel Saavedra y la corriente revolucionaria que representaba.

Concluía el año 1811 y en Buenos Aires gobernaba el Triunvirato surgido de un golpe de estado que en el mes de setiembre dieron los elementos más liberales, con Rivadavia a la cabeza, aprovechando la ausencia de Saavedra que en esos días había partido hacia el norte del país para hacerse cargo del ejército expedicionario que yacía desalentado tras los contrastes de Huaqui y de Sipe-Sipe.  Rivadavia, que se había reservado el cargo de secretario del Triunvirato, logró la destitución de Saavedra y su posterior destierro a San Juan.  Esta medida y otras más que los militares consideraron lesivas  le ganaron al Triunvirato la hostilidad de los principales cuerpos, sobre todo la de los famosos Patricios de Buenos Aires, y también la de sus compañeros de glorias, los Húsares y los Arribeños.  Era una hostilidad sorda, pero que tenía desvelado al Triunvirato.

Al ser desterrado Saavedra, el Triunvirato nombró al sufrido Belgrano como jefe del Regimiento de Patricios.  En el cuerpo el nombramiento cayó mal, no tanto porque hasta entonces el prestigio militar de Belgrano era harto escaso, todos recordaban su fracaso en la expedición al Paraguay y su posterior deslucido desempeño en el ejército de la Banda Oriental, sino porque a cualquier jefe que reemplazase a Saavedra los Patricios lo hubiesen recibido con la misma frialdad.

El caso de las trenzas de los Patricios

El regimiento de Patricios tenía el privilegio de ser el único en el ejército cuyos soldados y clases llevaban una coleta o trenza.  Esta trenza, que se hacía del largo del cabello y se llevaba a la espalda, era motivo de orgullo para estos soldados ya que los distinguía de los otros cuerpos a quienes llamaban “pelones”, por no tenerlas.

La moda de usarla provenía de Carlos II, y en el ejército había sido introducida en la época del virrey Cevallos.  Recordaremos que por ese entonces los soldados y clases de los Patricios eran gente de las orillas de la ciudad, y los orilleros entonces la usaban como símbolo de su hombría.  Así como, entrado el siglo, los montoneros y los federales de Rosas usaban la porra, y luego los alsinistas la melena.

Malquistado con los Patricios, el Triunvirato, a fines de noviembre de 1811, dio una orden que terminase con el antiguo privilegio y los soldados y clases se cortasen la trenza.  Como nadie obedeció, Belgrano dispuso que los que se presentasen el día 8 de diciembre con la trenza serían conducidos al cuartel de Dragones y allí se los raparía.

Tras el agravio de volverse “pelones”, la amenaza de que se los raparía en otro cuartel colmó la medida en la sensibilidad de aquellos soldados que dieron a la patria solo motivos de orgullo, como en las invasiones inglesas y en las jornadas de Mayo, cuando su jefe fue el primer presidente del gobierno patrio.

La agitación subió de tono, pero no era solo por las trenzas que los Patricios se agitaban, había antes que nada un gran descontento contra el gobierno surgido en el golpe de setiembre, y de esa inquietud participaban también los otros cuerpos de guarnición en Buenos Aires y que, por cierto, no usaban la coleta.

La revolución del 7 de diciembre

El 4 de diciembre el Triunvirato se enteró, muy alarmado, de que los Patricios eran el centro donde confluían la inquietud popular y la de los otros cuerpos.  Así, el día cinco Rivadavia lanzó una proclama conciliatoria invitando a todos los cuerpos de la guarnición a la “disciplina, orden y subordinación”.  Pero los movimientos seguían en el cuartel de Patricios, donde los sargentos y cabos habían tomado la decisión de sublevarse, seguidos por todos los soldados.  Por fin, el 6 por la noche, invitaron a los oficiales de guardia a que se retirasen del cuartel, cosa que así lo hicieron, en una rara actitud de complicidad tácita.

El regimiento de Patricios tenía su cuartel, por aquellos años, en el sitio llamado de las Temporalidades, donde hoy se encuentra el Colegio Nacional Buenos Aires, al lado de la Iglesia de San Ignacio, y ocupaba toda la manzana.

El 7 de diciembre amaneció con el regimiento sublevado y fortificado en su cuartel y con piezas de artillería emplazadas en las bocacalles.

El triunviro Chiclana fue en parlamento hasta el cuartel y trató de disuadirlos, allanándose en nombre del gobierno a que quedaría sin efecto la orden de cortarse las trenzas, a que Belgrano sería reemplazado y a que no se sustanciaría sumario alguno.  Pero los sublevados exigían más.  Ellos querían la renuncia del Triunvirato y el regreso inmediato de Saavedra.  De ahí es que sostenemos que lo que despectivamente dieron en llamar algunos como “el motín de las trenzas”, fue una verdadera revolución.

Ante el fracaso de la gestión de Chiclana el gobierno envió un primer ultimátum a los revolucionarios, del que fue portador el edecán Igarzábal y que decía así: “Soldados: Es ésta la última intimidación que os hace vuestro gobierno; rendid las armas, retiraos, confiad en su clemencia y nada temáis.  El os empeña su palabra de honor a nombre de la patria, de que oirá vuestras peticiones cuando las deduzcáis con subordinación al gobierno que habéis obedecido; pero si obstinados pensáis sostener el desorden, la fuerza armada y el pueblo irritado os harán conocer vuestros deberes.  Determinad dentro de un cuarto de hora, o preparaos a las resultas”.  Leído el ultimátum los Patricios despidieron violentamente al edecán y se quedaron dispuestos a recibir la ayuda de los otros cuerpos comprometidos.

El gobierno, en tanto, ensayó otro intento de conciliación.  Para ello apeló a la gestión de los obispos de Buenos Aires y de Córdoba, que acababan de ser liberados de la prisión que sufrían en la Recoleta el uno y en Luján el otro.  Ambos prelados se trasladaron hasta el cuartel portando la segunda intimación y que decía: “Soldados: solo la seducción de los enemigos de la Patria ha podido conduciros a la insurrección contra el Gobierno y vuestros jefes.  Ceded en obsequio de la causa sagrada que habéis sostenido con vuestra sangre; ceded por el amor de vuestros hijos y de vuestras familias, que serán con el pueblo envueltas en los horrores de la guerra civil; ceded, en fin, por obsequio a vuestros deberes, y un velo eterno cubrirá para siempre vuestra precipitación, y el delito de sus autores.  De lo contrario, todo está pronto para reduciros a la fuerza, y vosotros responderéis de tan funestos resultados. – Buenos Aires, 7 de diciembre de 1811”.

Pero los obispos no tuvieron más suerte que los anteriores mediadores, a pesar de que los Patricios simpatizaban con ellos, pues venían de cumplir una pena que les impusieron sus mismos adversarios.

Tantas tratativas del gobierno tenían su explicación por el hecho de que no contaban ni con los Húsares ni con los Arribeños para reducirlos.  Tenían sí, una última carta y era el ejército de Rondeau, que venía del sitio de Montevideo, y que estaba compuesto por Dragones de caballería y batallones de Pardos y Morenos.  Cuando Rondeau aceptó atacar el cuartel era ya el mediodía.  Previamente ubicó el grueso de sus batallones en las torres de las iglesias vecinas y en los tejados desde donde se dominaban los patios interiores del cuartel.  Al llevar el ataque al cuartel, Rondeau, avanzó con los Dragones desmontados sobre los puestos de las esquinas, al tiempo que un mortífero fuego se les hacía desde las torres y tejados hacia el interior del cuartel.  El combate duró poco, pero en ese breve tiempo hubo más de cien bajas, de las cuales cincuenta fueron muertes.  Al fin, solos, sitiados, sin sus oficiales, los Patricios se rindieron.

Luego vino lo peor.  Sofocada la revolución, el gobierno se mostró implacable en el castigo.  Rivadavia , en persona,  se abocó a la instrucción del sumario, pero teniendo buen cuidado en no ahondar demasiado, pues atrás de los Patricios habían estado otras fuerzas y, sobre todo, la mayoría de los diputados del interior que, residiendo en Buenos Aires, habían sido desplazados por el golpe de setiembre que erigió al primer Triunvirato.  La sentencia se dictó al tercer día, el 10 de diciembre, y por ella se condenaba a muerte a once clases y soldados de la unidad, de los cuales cuatro eran sargentos y se llamaban Juan Angel Colares, Domingo Acosta, Manuel Alfonso y José Enríquez, tres eran cabos y cuatro soldados.  De nada valieron las súplicas que por la vida de los presos elevaron al gobierno distintas corporaciones y familiares de los condenados.  La sentencia se cumplió en la madrugada del 11 de diciembre y luego los cadáveres fueron expuestos a la expectación pública.  A veinte más se los condenó a penas que oscilaron entre los cuatro y los diez años de prisión, contándose entre éstos el alférez Cosme Cruz, único oficial sancionado.  Luego la sentencia se volvió contra el regimiento en sí, como cuerpo, pues tres de sus compañías fueron disueltas y lo que es peor, al regimiento se le suprimió el nombre glorioso de Patricios de Buenos Aires y se le sacó el número 1º, que lo distinguía de entre los del arma.  Además, todos los suboficiales fueron rebajados a la graduación de soldados.

Mas no paró allí la represión.  Aprovechando su triunfo el Triunvirato ordenó que los diputados se retirasen a sus provincias en el plazo de veinticuatro horas por considerar, sin prueba alguna, que habían inducido a los Patricios a sublevarse y, en tanto era encarcelado el líder de los diputados de las provincias, el Déan Funes, se ordenaba iluminar la ciudad por tres días en muestra de regocijo.

Pero al año siguiente los Patricios serían vengados por el propio San Martín, que en las jornadas del 8 de octubre de 1812, al frente de sus granaderos, y en la única oportunidad en que desenvainó su espada en la lucha civil, derrocó al Triunvirato, haciéndose eco del clamor popular.  Y los Patricios volvieron a ver lucir su nombre tradicional al frente de su cuartel.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Philippeaux,  Enrique Walter – “El Motín de las Trenzas”.

Portal www.revisionistas.com.ar


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LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES

LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES


bergantin San Francisco Xavier

La historia de la Primera Flotilla Mercante Armada de Buenos Aires, fue tan heroica como efímera. En el breve período entre 1800 y 1803; nació, se cubrió de gloria y desapareció sin casi dejar rastros. La cúspide de gloria estuvo dada por la Batalla de Bahía de Todos los Santos, Primer Combate de la Historia Naval Argentina. Sus héroes no pasaron al bronce ni al mármol, pero sus herederos de la Marina Mercante Argentina nunca dejamos de recordarlos, conmemorarlos y emularlos.
Desde los lejanos tiempos de la conquista, para los vecinos de puertos y ciudades de ultramar, tanto como desde siempre para los peninsulares, era tan común entrar en guerra contra Portugal; Francia o Gran Bretaña, como hacer las paces, o, incluso aliarse fraternalmente a ellas con la misma naturalidad con la que algún tiempo antes se las había combatido a muerte. Particularmente en el Río de la Plata, el enfrentamiento permanente era entre españoles y portugueses por la posesión de la Colonia del Sacramento en la costa enfrentada a la capital virreinal: Santa María de los Buenos Aires.
 La entrada en vigor en 1778 del Real Reglamento de Aranceles de Comercio Libre, junto al permanente arribo de toneladas de plata provenientes del Alto Perú que partían hacia España, aumentaron notablemente el volumen del comercio de Buenos Aires. Esto no pasaba inadvertido a los portugueses e ingleses, sobre todo en tiempos de guerra. Las naves españolas, cargadas de valores, eran atacadas en alta mar por los mismos mercantes que comerciaban en el mercado negro de los puertos cercanos a Buenos Aires o Montevideo.
En marzo de 1797, "…deseando el Rey fomentar en sus dominios de América el armamento de Corsarios que protejan nuestras costas y hostilicen al enemigo…" firma en Aranjuez esta Real Orden, "… concediendo con este objeto las gracias y franquicias que proporciona a los que armen en corso la ultima ordenanza de este ramos…".
Esta orden hace eco inmediato en el Real Consulado de Buenos Aires. Este tribunal que reunía a los más poderosos comerciantes de la próspera capital, había sido erigido para estímulo del comercio, la industria y la educación especializada, apenas tres años antes. Al frente de la Secretaría, y a título Perpetuo fue designado directamente por S.M. el joven abogado porteño Dn. Manuel Belgrano, universitario formado en los claustros salamantinos, de gran visión y claras ideas sobre las potencialidades de su tierra natal.
Su puesto en el Consulado sirvió para difundir esas ideas de desarrollo e intentar concretarlas. Una de las más interesantes tuvo su hora el 25 de noviembre de 1799, cuando en una de las salas del tribunal consular se inauguraban los cursos de la Escuela de Náutica, que a semejanza de las establecidas en la Península, fue erigida bajo la protección del Real Consulado. Era la consagración de una de sus ideas más fuertemente promovidas. Belgrano había observado, estimulado por la lectura de Jovellanos y otros singulares contemporáneos, la importancia estratégica de la posesión de una flota mercante.
El establecimiento de la Escuela de Náutica, reforzó la añeja rivalidad entre Buenos Aires y Montevideo. Aquella era la capital virreinal y este un excelente puerto de mar, pero el comercio de la Reina del Plata era cinco veces mayor que el de su vecina cisplatina. Para colmo, la Comandancia de Marina del Río de la Plata -inspectora natural de las eventuales Escuelas de Náutica que pudiesen crearse- no se encontraba en la capital sino en el puerto oriental.
En esta coyuntura, la colaboración que prestaba la Armada al comercio de Buenos Aires, no era precisamente perfecta. Las pasiones humanas competían con los ideales del deber, amparados por la lejanía de la Metrópolis. A la hora de patrullar y combatir a los corsarios enemigos que asolaban a los buques españoles en tránsito hacia y desde Buenos Aires, siempre había plausibles fundamentos -ciertamente muy relacionados con la realidad colonial- para no salir a navegar: cuando no faltaban velas, cabuyería o pólvora; hacían falta marineros, pilotos o prácticos experimentados en la riesgosa navegación del inmenso Río de la Plata.
Los ataques portugueses ya eran alevosos. Las impunes naves enemigas podían verse en el horizonte argentino del río. Colmada la paciencia y exasperados por las cuantiosas pérdidas económicas, en noviembre de 1800, a instancias de Belgrano, la Junta de Gobierno del Real Consulado porteño resuelve recaudar fondos para armar buques mercantes en corso para la defensa de la ciudad y el comercio. Para ello se cobraría un Derecho de Avería del 4% a las importaciones y de la mitad para las exportaciones.
La Navidad de 1800 encontró a los miembros del regio tribunal ensimismados con los arreglos administrativos referentes a la compra y entrega del bergantín estadounidense "Antilop", que había sido el elegido para encabezar la Armada de Buenos Aires.
Su precio había sido convenido en 11.000 pesos corrientes, que fueron abonados a su capitán con fondos de la Tesorería consular, previo acuerdo y visto bueno del Marqués de Avilés, virrey del Río de la Plata.
El virrey había ya expresado su urgencia para que
"… pueda sin mas demora proceder a activar las disposiciones concernientes á su apresto y pronta habilitazion, realizando el armamento qe tiene ofrecido pª concurrir de su parte á la defensa del comercio por medio del predicho Bergantin y otros buques que pueda proporcionarse, ya que el Navio Pilar (de la Real Armada. N. del A.) no remitió á propósito, y qe en estos puertos no hay otro alguno de su porte que poder subrrogar en su lugar…"
El "Antilop" era un bergantín guarnido como goleta, artillado con 4 carronadas cortas de a 16 libras; 10 cañones de a 10´ (5 en la banda de babor y 5 en la de estribor; todos sobre la cubierta principal y con sus correspondientes troneras), y otros 4 de a 4´.

Finalizados los trámites administrativos, el 28 de marzo de 1801, el buque del consulado se encontraba fondeado en las Balizas, frente a Buenos Aires. Ese día todo relucía particularmente; sus guarniciones habían sido renovadas: velas, cabos, amarras. Pilotos, marineros, artilleros y los granaderos que componían su guarnición militar estaban formados sobre la cubierta, impecablemente vestidos con sus correspondientes uniformes, orgullosos de su nave.
El Consulado había confiado el comando en el capitán mercante, Dn. Juan Bautista Egaña, un prestigioso criollo, fogueado en las lides de la mar que prestaba servicios en el puerto del Callao (Perú). A la hora señalada, varias lanchas acercaron a la nave a los miembros del Consulado, quienes encabezarían una particular ceremonia. Sonaron silbatos indicando ordenes desconocidas para el común de las gentes de tierra. Todo se puso en su sitio.
El Prior y el Secretario del Consulado pronunciaron sendos discursos arengando el fervor patriótico de la tripulación encargada de la defensa de la ciudad y su comercio. Se designó formalmente a Egaña capitán de la nave, que a partir de ese instante llevaría el nombre del Santo Patrono del Consulado: "San Francisco Xavier", aunque todos conocerían al buque por su alias de "Buenos Aires", pues ese nombre llevaba escrito en su popa, designando a su puerto de Matrícula como a su propietario.
Se hizo un solemne silencio mientras por la driza del pico de la cangreja se izaba el magnífico pabellón mercante del Río de la Plata , acompañado por el correspondiente toque de silbato. Al llegar al tope, la quietud del río se estremeció por el bramido del cañonazo con que se afirmaba el pabellón. Toda la tripulación e invitados rompieron en gritos de alegría y vivas a España y al Rey.
Abastecido de personal -a través de las "levas" que se hacían periódicamente en los puertos de Buenos Aires y Montevideo-, de guarniciones, munición y alimentos, zarpó de las "Balizas" en su viaje inaugural, el 11 de abril, llevando a su bordo varios cadetes de la Escuela de Náutica quienes, según su instituto, y por especial iniciativa de su Segundo Director -el piloto mercante corcubionés Dn. Juan de Alsina- pues se inclinaba decididamente hacia la enseñanza práctica. Según su idea, los cadetes "…devían saber cortar las xarcias, y otras faenas, para que cuando sean gefes, conozcan aquello que van a mandar…".
Junto a su compañera, la goleta "Carolina", adquirida también por el Consulado porteño, se dedicaron al patrullaje del Río de la Plata, persiguiendo a los corsarios portugueses y evitando sus tropelías. La iniciativa de Belgrano daba frutos concretos, y el comercio estaba protegido por una fuerza naval propia con un poder disuasorio suficiente.
La helada mañana del 25 de agosto de 1801, zarpa el "San Francisco Xavier" en el viaje de corso que lo llevaría a la gloria. La patrulla se extendería hasta donde fuese necesario. Recorrieron la costa sur de Buenos Aires, para luego subir por la costa oriental del Uruguay y más allá hacia el norte.
El amanecer del 12 de octubre, encontró al "Buenos Aires" a 8 leguas al sudeste de la barra de la Bahía de Todos los Santos, al norte del Brasil. Desde la cofa del trinquete, el vigía anunció tres velas unidas.
Egaña dio las ordenes para arribar sobre ellas. Eran un paquebote armado en guerra, y dos mercantes a los que comboyaba: un bergantín y una zumaca. Serían los mismos de los que le habían dado noticias a Egaña los prisioneros portugueses que llevaba a su bordo.
El paquebote de guerra "San Juan Bautista", armado en guerra con más de 20 cañones de gran calibre, izó las señales de reunión, a lo que los mercantes respondieron de inmediato. Al punto Egaña ordenó zafarrancho: Aprontar velas, armas mayores y menores, agua y arena para los incendios, municiones, aclarar los cabos, etc... Se aproximó a las naves portuguesas, y estando a tiro de cañón, enarboló su pabellón español de primer tamaño, afianzándolo con su correspondiente cañonazo; los adversarios ejecutaron igual maniobra, y a las 7 de la mañana, apenas clareaba el día, rompieron el fuego por ambas partes. En ese momento quedó perfectamente clara la diferencia de poder de fuego entre el "San Francisco Xavier" y sus oponentes, tal como le habían predicho a Egaña. Aun así, los primeros disparos no surtieron mayores efectos, sobre todo porque el portugués se afanaba en desarbolar el bergantín porteño.
Egaña aprovecho el tiempo y el entrenamiento de su tripulación, para generar varias escaramuzas con el objeto de verificar cuáles podrían ser sus ventajas sobre el enemigo, quien lo superaba claramente en poder de fuego. A poco andar pudo observar que su preeminencia radicaba en el poder de maniobra del "Buenos Aires". En él Egaña haría pivotear el combate para intentar volcarlo en su favor. No se podía arriesgar al combate de artillería, la diferencia era abismal; debería forzar a los portugueses a maniobrar de modo tal que pudiera abordarlo.
La confianza de Egaña en el valor y destreza de su gente, se emparejaba con la que tenía en su nave y en su propia idoneidad en los arcanos de la mar.
Resuelto el capitán criollo a la acción, y a darle la victoria a las armas de Su Majestad, ordenó largar todo aparejo en ademán de huir, a fin de engañar al enemigo, llamando toda su atención a su maniobra. Por su parte, el capitán del paquebote portugués, persuadido como estaría de la victoria, descuidó el buen arreglo que había mantenido durante el corto combate y, sin contención, dispuso largar "cuanto trapo podía" haciendo los mayores esfuerzos para alcanzar a los huidizos españoles. En ese estado de la persecución, viró Egaña repentinamente "por avante", quedando "de vuelta encontrada" con el enemigo.
En pocos minutos las bordas del "San Francisco Xavier" y del "San Juan Bautista" quedaron enfrentadas y a tiro de fusil. Antes de que los portugueses pudieran salir de su asombro, el bergantín porteño descargó toda la artillería que tenía previamente lista con bala y metralla, para cubrir el abordaje.
Las descargas de bala, metralla, palanqueta y pie de cabra que efectuaba el paquebote lusitano, no surtían efecto en la tripulación de Egaña que se encontraba íntegramente tendida sobre cubierta; pero hicieron estragos en la arboladura del trinquete del "San Francisco Xavier", provocando severos incendios en el velamen.

Con su autoridad e idoneidad, el capitán criollo había adiestrado tan disciplinadamente a su tripulación, que ningún contratiempo distraía su atención. Ordenadamente disparaban la artillería, la fusilería y "esmeriles" de las cofas. Los granaderos hacían estragos con sus granadas de mano. El desorden y horror provocado entre los portugueses, abrió paso a los 36 hombres del "San Francisco Xavier" quienes, a la voz de Egaña, abordaron el paquebote, con sable y pistola en mano.
En el combate cuerpo a cuerpo, los bravos españoles y criollos no tardaron mucho en superar ampliamente a los sorprendidos portugueses que se defendieron con valor y coraje. En medio del fragor del combate, entre disparos,humo de pólvora, golpes de acero, fuego y charcos de sangre; un marinero del "Buenos Aires", eludiendo a la muerte a cada paso, corrió evadiendo directamente hacia la popa del paquebote.
Un solo objetivo nublaba su visión: Obsequiar a su bravo capitán el Pabellón de Guerra Portugués, el premio que tanta bizarría merecía. Al llegar al sitio del honor, los siete escoltas de la Bandera de Guerra, atacaron al marinero Manuel Díaz con fiereza. Nada podría interponerse entre este bravo marinero canario y ese pabellón.
Un portugués le asesta un chuzaso en la sien, a lo que el canario responde con un certero pistoletazo que le vuela la sien. Hiere a unos y ahuyenta al resto, corta la driza y recibe su tan ansiado trofeo. El Pabellón de Guerra cae tersamente en las manos de Díaz, condecorándose con la valiente sangre de los hijos de Portugal que el marinero llevaba entre sus dedos.
A las 10:30 de esa mañana, el paquebote se rendía bajo el pabellón de España. Habían muerto 7 portugueses, entre ellos su piloto; y otros 30 salieron heridos, contando a su capitán, quien lo estaba de gravedad. El propio Egaña había recibido dos serias heridas. Los dos mercantes portugueses, al percibir la derrota de su escolta, forzando la vela, se pusieron en huida hacia el puerto de Bahía desde donde habían zarpado.
Egaña encargó a algunos de sus oficiales el cuidado de su presa y, desatracándose de ella, se dispuso a la persecución. A pocas millas los apresó a ambos, descubriendo que en el bergantín llevaban 250 esclavos, y la zumaca estaba cargada de carnes.
Ante tan apretada circunstancia, viéndose Egaña con tres buques apresados y 160 prisioneros, resolvió embarcar a estos en la nave de menor entidad - la zumaca -, y devolverlos al puerto de Bahía de donde habían partido, llevando en triunfo Buenos Aires al paquebote y el bergantín portugueses. La alegría entre la tripulación era tanta, que en Acción de Gracias, Egaña ordenó celebrar una "función" litúrgica, junto a su tripulación, en honor a Nuestra Señora del Pilar, por ser ese día del combate, el de su solemnidad.

El alborozo de los porteños a la llegada de la "Flota" no tenía comparación. En el muelle se apiñaban los curiosos para vivar al valiente capitán, cuyo buque se erguía orgulloso sobre el manto de plata del anchuroso río, escoltando a sus presas. Los miembros del Consulado, acompañaron a Egaña y al valiente marinero Díaz hacia el Salón Noble del regio tribunal, para expresarles la gratitud del "Comercio" y de la ciudad toda. A Egaña se le honró con el asiento del Prior, y a Díaz con el de uno de los Cónsules. La multitud, desde la calle, escuchó atentamente a través de los amplios ventanales enrejados, los laudatorios discursos.
Como premio a tan valerosa acción de guerra, se obsequió a Egaña con un "sable con su cinturón a nombre de este Real Consulado con Puño de Oro y las armas de este mismo Cuerpo con la inscripción correspondiente que en todo tiempo acredite su valor y pericia", y al marinero Manuel Díaz, la Junta de Gobierno le concedió "un Escudo de Plata con las armas de este Real Consulado para que lo lleve en el brazo derecho en memoria de su valor y desprendimiento con su correspondiente inscripción". Asimismo el Consulado "informará de la acción a S.M. con toda energía, y suplicándole le conseda los honores de Teniente de Fragata".
El año de 1801 pasó sin mayores sobresaltos. Los buques del Consulado continuaron patrullando las costas, desde "La frontera" en Carmen de Patagones, hasta el Brasil, llevando a su bordo cadetes de la Escuela de Náutica, tanto en puerto como en navegación.
A pesar de los resultados positivos, oscuras presiones ejercidas desde el anonimato por sicarios que veían en la "Armada de Buenos Aires" la evidencia de su inoperancia, hizo que esta vea el fin de sus días de gloria para las Armas de S.M..

En febrero de 1802, se abría un "Expediente formado para la venta de la Goleta nombrada Carolina perteneciente al Real Consulado, y el Bergantín San Francisco Xavier Alias Buenos Ayres". 




Fuente: Horacio Guillermo Vázquez - Oficial de la Marina Mercante - Jefe de Investigaciones Históricas y Docente de la Escuela Nacional de Nautica. Este articulo aparece en la página de la Escuela Nacional de Nautica Manuel Belgrano, en www.fundacion.capitanes.org.ar 


FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA


Friné era una hermosísima mujer...

Friné es la hetaira más famosa de la antigua Grecia.

Una hetaira es un mujer de compañía, de vida libre se decía, pero diferente del concepto de prostitutas (llamadas "pailakas").

Las hetairas sabían cantar, bailar y tenían una refinada educación que las permitía entablar cualquier tipo de conversación, eran "las amigas del alma", si bien, acompañaban todo eso con un gran atractivo personal.

Gracias a ellas había mujeres en la vida pública griega, ya que las esposas oficiales tenían que estar recluidas en las casas, sin posibilidad siquiera de ir al teatro.

Friné nació en el año 328 antes de Cristo, en Thespies, siendo vendedora ambulante y pastora. Sin embargo, su gran belleza no pasó desapercibida y un admirador la llevó a Atenas para que estudiara en la escuela para hetairas.

Allí alcanzó gran fama por su belleza e inteligencia, siendo elegida por el escultor Praxiteles como modelo de sus esculturas femeninas. Fue amante del escultor griego Praxíteles quien la utilizó como modelo para todas las voluptuosas estatuas de Afrodita, la diosa del amor.

Su inteligencia y belleza estaban igualados a su sed de riqueza, se dice que su fortuna era tan grande que cuando Alejandro Magno destruyó Tebas, ella se ofreció para reconstruirla con su dinero siempre y cuando pusieran su nombre a la entrada de la ciudad, ¿estaremos ante uno de los primeros ejemplos de patrocinador de la historia?.

Por todos estos hechos Friné ya ocupa un lugar en la historia, sin embargo hay un hecho más que debemos narrar, y es su famoso juicio, en el cual mostró el mejor argumento posible en su defensa.

Hay que recordar que entre los griegos la mujer –a excepción de las hetairas–, no gozaba de prestigio y era considerada casi un mal necesario para asegurar la continuidad de la familia. Comparar a una mujer con una diosa no era bien visto. Y fue ese el motivo por el cual se la acusó de impiedad, que no era poca cosa, ya que a juicio de los griegos y de acuerdo con sus creencias, era uno de los delitos más graves que se podían cometer. Se la acusó de realizar actos contra los dioses al realizar ceremonia privadas en su casa simulando ser sacerdotisa de afrodita, diosa del amor. De modo que Friné fue detenida y llevada a juicio. Por pedido del escultor, que se temía lo peor, fue Hispárides –uno de los más famosos oradores de Grecia–, quien debía defenderla ante el tribunal. Pero toda la retórica del prestigioso orador no logró convencer a los jueces ni influir en su ánimo. Friné estaba casi condenada cuando su defensor, como último recurso, hizo que la joven se desnudara ante los jueces, para demostrar que su belleza era tal que era digna de ser comparada con la de la diosa.

Cuando la joven se quitó el manto, en el recinto se hizo un silencio. Era tal la belleza de Friné, que después de una prueba tan contundente, los miembros del tribunal apenas si deliberaron. Friné, absuelta por unanimidad, recuperó su libertad y volvió junto a su amante para seguir inspirando al escultor en su trabajo.

sábado, 7 de noviembre de 2015

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN


MIRTHA LEGRAND ACOMPAÑANDO A PERON
En la foto se vé a Mirtha Legrand, entre otras, acompañando al General Perón en un acto oficial.

viernes, 6 de noviembre de 2015

LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS

LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS

 

CASCOS VIKINGOS
Los cascos empleados por los vikingos carecían de cuernos.

CASCOS VIKINGOS con CUERNOS
La imagen tradicional que la historia ha legado de ellos pertenece más a la ficción que a la realidad.

CUANDO SE HABLA DE los vikingos todo el mundo piensa en cornudos. No por la infidelidad de las mujeres —poco probable en una sociedad tan tremendamente machista como la suya—, sino por el característico casco con el que la iconografia popular los ha hecho pasar a la Historia.

Esta idea es errónea aunque se fundamenta en un ápice de autenticidad. Si bien es verdad que existen cascos adornados con cuernos y se han encontrado algunos en los enterramientos y en las excavaciones arqueológicas, lo cierto es que la mayoría de los yelmos utilizados por los vikingos carecían de cornamenta.
LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS
Se trataba de unos cascos de forma conoidal fabricados en acero. Solían llevar una protección nasal que también cubría parte de los ojos —como la montura de unas gafas— y algunos adornos. Los grandes señores hacían decorar sus celadas con incrustaciones en oro y plata.

Para su protección, además de los cascos, empleaban unos grandes escudos circulares fabricados en madera y recubiertos de acero, material con el que también confeccionaban sus Cotas de mallas. Las armas más comunes eran las espadas y las hachas. Las espadas se fabricaban con acero y, artesanalmente. El elemento más destacado de éstas era su empuñadura en forma demartillo y perfectamente equilibrada. Las hachas podían ser de una o dos hojas y generalmente, de mango corto, lo que facilitaba, además que pudieran emplearse como armas arrojadizas.

Los ataques se llevaban a cabo de una forma tremendamente rápida, efectiva e inevitable.Se puede decir que el mejor aliado de estos guerreros era el factor sorpresa, elemento común y denominador de todas sus razzias. Se trataba de pillar desprevenido al adversario y que a éste no le diera tiempo a reaccionar. Como los modernos atracadores de bancos, que han estudiado su golpe hasta el más mínimo detalle y son capaces de vaciar las arcas de la entidad en apenas unos segundos, los vikingos llegaban, asaltaban y desaparecían del emplazamiento enemigo antes de que la voz de alarma hubiera siquiera salido de la boca de los vigías.

Durante los combates se producía en la mente de los vikingos un fenómeno que los historiadores han denominado bersek —literalmente, «volverse loco»— y que les hacía afrontar las batallas desde una perspectiva casi suicida e inconsciente. Poseídos por una furia y una ira incontrolable no sentían el dolor de las heridas y el miedo se convertía en su aliado. Seguramente se trataba de una especie de paranoia mental, un trance inconsciente, acrecentado por la concentración previa al combate. Este estado mental no se aprendía, iba en la sangre.


domingo, 25 de octubre de 2015

Conozcamos Cartago

Conozcamos Cartago 



La fundación de la ciudad

En el segundo milenio antes de nuestra era, los fenicios solo ocupaban una estrecha franja de tierra a lo largo del litoral mediterráneo, la cual se extendía al norte y al sur del Líbano moderno. Como eran buenos navegantes, pusieron su punto de mira en Occidente, en busca de oro, plata, hierro, estaño y plomo. A cambio, ofrecían madera (como la de los famosos cedros del Líbano), telas teñidas de rojo púrpura, perfumes, vino, especias y demás productos manufacturados.

En sus viajes a Occidente, los fenicios establecieron asentamientos en las costas de África, Sicilia, Cerdeña y el sur de la actual España, que tal vez corresponda a la Tarsis mencionada en la Biblia (1 Reyes 10:22; Ezequiel 27:2, 12). Según la tradición, Cartago se fundó en 814 antes de nuestra era, unos sesenta años antes que su rival, Roma. Serge Lancel, experto en cultura norteafricana del mundo antiguo, señala: “La fundación de Cartago, hacia el final del siglo IX a.C., fue un factor decisivo durante varias centurias en el destino político y cultural de la cuenca del Mediterráneo occidental”.

La génesis de un imperio

Cartago comenzó a forjar su imperio en una península con forma de “ancla gigante adentrada en el mar”, en palabras del historiador François Decret. Edificada sobre la base que pusieron sus antepasados fenicios, extendió su red comercial —en especial la importación de metales— hasta convertirse en un gigantesco monopolio, gracias a su poderosa flota y a las tropas de mercenarios.

Los cartagineses, que no se dormían en los laureles, siempre andaban a la caza de nuevos mercados. Por ejemplo, se afirma que alrededor de 480 a.E.C., el navegante Himilcón arribó a Cornualles, región del Reino Unido rica en estaño; asimismo, unos treinta años después, Hannón, miembro de una de las familias más prominentes de Cartago, encabezó una expedición de 30.000 personas a bordo de 60 embarcaciones con la intención de establecer nuevas colonias. Hannón atravesó el estrecho de Gibraltar y navegó por la costa africana, tal vez hasta el golfo de Guinea o incluso Camerún.

Merced a su espíritu emprendedor y a una aguda visión mercantil, Cartago se convirtió, según se cree, en la urbe más rica del mundo antiguo. “A principios del siglo III [antes de nuestra era], la pericia técnica, la flota y la proyección comercial de la ciudad [...] la colocaron en un lugar preeminente”, afirma el libro Carthage. El historiador Apiano dijo de sus habitantes: “Su imperio rivalizó con el de los griegos en poder, y en riqueza estuvo cercano al de los persas”.

A la sombra de Baal

Aunque los fenicios estaban esparcidos por todo el Mediterráneo occidental, los unía la religión cananea, que legaron a sus descendientes, los cartagineses. Durante siglos, Cartago despachó cada año una delegación a Tiro para ofrecer sacrificios en el templo del dios Melqart. Las principales deidades de la nueva ciudad las constituían la pareja divina de Baal Hammón (“Señor del brasero”) y Tanit, a la que se relaciona con Astarté.

El rasgo más notable de la religión púnica era el sacrificio de infantes. Diodoro Sículo informa que durante un ataque a la ciudad en 310 a.E.C., se sacrificaron más de doscientos niños de noble nacimiento para apaciguar a Baal Hammón. “La ofrenda de una criatura inocente en calidad de víctima vicaria suponía un acto supremo de propiciación, dirigido con toda probabilidad a garantizar el bienestar de la familia y la comunidad”, indica The Encyclopedia of Religion.

En 1921, los arqueólogos descubrieron lo que denominaron el tofet, nombre tomado de la expresión bíblica de 2 Reyes 23:10 y Jeremías 7:31. Las excavaciones revelaron múltiples niveles de urnas —señalizadas por estelas votivas— que contenían los restos calcinados de niños de tierna edad y de animales, estos últimos ofrecidos como sustitutos. Se calcula que el lugar alberga las cenizas de más de veinte mil infantes que fueron sacrificados en tan solo doscientos años. Ciertos historiadores revisionistas afirman que el tofet no era más que un cementerio para criaturas que habían nacido muertas o que habían fallecido a muy corta edad y que no recibieron sepultura en la necrópolis. No obstante, según el historiador Lancel, citado antes, “la situación actual no nos autoriza a negar categóricamente la realidad del sacrificio humano cartaginés”.

La lucha por la supremacía

Tras el declive de Tiro en el siglo VI a.E.C., Cartago se erigió en líder de los fenicios occidentales con no poca oposición. Los mercaderes púnicos y griegos llevaban tiempo disputándose la hegemonía de los mares, hasta que alrededor de 550 a.E.C. estalló la guerra. En 535 a.E.C., los cartagineses y sus aliados etruscos expulsaron a los griegos de la isla de Córcega y asumieron el control de Cerdeña, lo que recrudeció el conflicto entre Cartago y Grecia por el control de Sicilia, isla que gozaba de una destacada posición estratégica.

Al mismo tiempo, Roma comenzó a mostrar su poderío. Cartago, gracias a los acuerdos que estableció con esa potencia, se aseguró de no perder sus privilegios comerciales y mantuvo a Sicilia fuera del alcance de los romanos. Sin embargo, cuando Roma subyugó a la península itálica, consideró una amenaza la creciente influencia de Cartago, tan próxima a Italia. Polibio, historiador griego del siglo II a.E.C., escribió: “Los romanos [...] veían también que los cartagineses habían sometido no sólo los territorios de África, sino además muchos de España, que eran dueños de todas las islas del mar de Cerdeña y del mar Tirreno. Los romanos consideraban con razón que, si los cartagineses se apoderaban, por añadidura, de Sicilia, les resultarían vecinos temibles y excesivamente gravosos, pues les tendrían rodeados y ejercerían presión sobre todas las regiones de Italia”. Por ello, ciertas facciones del Senado romano, movidas por intereses económicos, ejercieron presión para que se interviniera en Sicilia.

Las guerras púnicas

En 264 a.E.C., la crisis que estalló en Sicilia suministró la excusa a los romanos para actuar. Pese a constituir una violación del acuerdo, Roma despachó un destacamento, acción que desencadenó lo que hoy llamamos la primera guerra púnica. El conflicto, caracterizado por algunos de los mayores combates navales de la antigüedad, se extendió durante más de veinte años. Al final, en 241 a.E.C., Roma derrotó a los cartagineses y los expulsó de Sicilia. Las islas de Córcega y Cerdeña también acabaron perteneciendo a la potencia romana.

A fin de compensar estas pérdidas, el general cartaginés Amílcar Barca acometió la tarea de restaurar el poder a Cartago iniciando la configuración de un imperio en la península ibérica. En la costa sudoriental de esta se fundó Carthago Nova (hoy Cartagena), y a los pocos años, las riquezas de la minería del lugar habían vuelto a llenar los cofres de la capital africana. Semejante expansión condujo de forma inevitable a un conflicto con Roma que desembocó en 218 a.E.C. en una nueva guerra.

Al mando del ejército cartaginés figuraba uno de los hijos de Amílcar, Aníbal, cuyo nombre significa “Favorecido por Baal”. Partió de Carthago Nova en mayo de 218 a.E.C. y, junto con soldados africanos e iberos, además de casi cuarenta elefantes, emprendió una marcha épica a través de Iberia, la Galia y los Alpes. Los desprevenidos romanos sufrieron diversas derrotas aplastantes. El 2 de agosto de 216 a.E.C., en la batalla de Cannas —“uno de los desastres más espantosos de la historia del ejército romano”—, las tropas cartaginesas comandadas por Aníbal aniquilaron a una fuerza militar que contaba con el doble de sus efectivos. Dieron muerte a casi setenta mil enemigos y solo perdieron 6.000 hombres.

Roma estaba al alcance de la mano. Sin embargo, lejos de rendirse, hostigó a las tropas de Aníbal en una guerra de desgaste que duró trece años. Cuando Roma destacó el ejército a África, Cartago, abandonada por sus aliados y derrotada en la península ibérica y Sicilia, se vio obligada a llamar a Aníbal. Al año siguiente, en 202 a.E.C., el general romano Escipión el Africano venció a Aníbal en Zama, al sudoeste de Cartago. A la ciudad púnica, cuya armada se vio forzada a rendirse, se le negó la independencia militar, y se le gravó con una enorme indemnización que debía pagar durante cincuenta años. Más tarde, alrededor de 183 a.E.C., Aníbal se suicidó en el exilio.

“Delenda est Carthago”

La paz devolvió la prosperidad a Cartago a tal grado que a los diez años la ciudad ofreció saldar la deuda. Sus implacables enemigos vieron en esa vitalidad y en las reformas políticas una gravísima amenaza. Todos los discursos que pronunció el envejecido senador romano Catón durante los dos años que precedieron a su muerte concluían con la frase “Delenda est Carthago” (Hay que destruir Cartago).

Por fin, en 150 a.E.C., una supuesta infracción del tratado de paz proporcionó a los romanos la excusa esperada para declarar la guerra a Cartago, un conflicto calificado de “guerra de exterminio”. Durante tres años sitiaron la ciudad con unos 30 kilómetros de fortificación, parte de la cual superaba los 12 metros de altura. Finalmente, en 146 a.E.C., las tropas romanas abrieron una brecha, avanzaron por las calles estrechas bajo una lluvia de proyectiles y entablaron un violento combate cuerpo a cuerpo. Los huesos que han hallado los arqueólogos bajo los bloques de piedra esparcidos constituyen un espantoso testimonio de lo sucedido.

Tras seis horribles días se rindieron los 50.000 ciudadanos hambrientos que se habían refugiado en Birsa, ciudadela fortificada ubicada en una colina. Hubo quienes se encerraron en el templo del dios Ešmun y lo incendiaron para no ser ejecutados o esclavizados. Los romanos prendieron fuego a lo que quedaba de la ciudad, la arrasaron, la declararon ceremonialmente maldita y prohibieron que volviera a ser habitada.

De ese modo, en ciento veinte años, Roma acabó con los sueños imperialistas de Cartago. “La verdadera consecuencia de la segunda guerra púnica iba a ser la forma que cobrara el próximo estado universal helénico: ser un Imperio Cartaginés o un Imperio Romano”, señaló el historiador Arnold Toynbee. “De haber vencido Aníbal —dice la Encyclopædia Universalis—, con toda seguridad habría fundado un imperio universal análogo al de Alejandro.” Resultó que las guerras púnicas marcaron el despegue del imperialismo de Roma, lo que la llevó a la dominación mundial.

El “África romana”

Cartago parecía haber llegado a su destino final. Sin embargo, solo un siglo después, Julio César decidió establecer allí una colonia. En su honor se la llamó Colonia Julia. Los ingenieros romanos movieron unos 100.000 metros cúbicos de tierra hasta nivelar el terreno con la colina de Birsa y formar una enorme plataforma que borrara los vestigios del pasado. En ella se erigieron templos y edificios públicos ornamentados. Con el paso del tiempo, Cartago se convirtió en ‘una de las ciudades más opulentas del mundo romano’, la segunda de Occidente en tamaño, después de Roma. Para satisfacer las demandas de sus 300.000 habitantes, se construyó un teatro, un anfiteatro, unos enormes baños termales, un acueducto de 132 kilómetros y un circo con capacidad para 60.000 espectadores.

A mediados del siglo II de nuestra era, el cristianismo llegó a Cartago y experimentó un rápido crecimiento. Tertuliano, famoso teólogo y apologista, nació allí sobre el año 155. A consecuencia de sus escritos, el latín se convirtió en el idioma oficial de la Iglesia occidental. Cipriano, obispo de Cartago del siglo III, quien concibió una jerarquía clerical de siete grados, murió en la ciudad como mártir en 258. Otro norteafricano, Agustín (354-430), considerado el mayor pensador de la antigüedad cristiana, desempeñó un papel decisivo en la fusión de la doctrina eclesiástica con la filosofía griega. La influencia de la Iglesia norteafricana fue tal que un clérigo afirmó: “Eres tú, oh África, la que adelanta con el mayor ardor la causa de nuestra fe. Lo que tú decides lo aprueba Roma y lo siguen los amos de la Tierra”.

Sin embargo, los días de Cartago estaban contados. Su destino volvió a verse unido al de Roma. A medida que el Imperio romano entraba en decadencia, se iba consumando el declive de Cartago. En 439, los vándalos la capturaron y la saquearon. Un siglo después cayó a manos de los bizantinos, lo que aplazó por poco tiempo su ejecución, pero finalmente la ciudad no consiguió resistir a los árabes que se extendían por el norte de África. En 698 fue tomada, y sus piedras se utilizaron para edificar Túnez. Durante los siguientes siglos, el mármol y el granito que en un tiempo la adornaron fueron saqueados y acabaron formando parte de las catedrales italianas de Génova y Pisa, y quizá hasta de la de Canterbury (Inglaterra). Cartago pasó de ser una de las ciudades más ricas y poderosas de antaño, un imperio que estuvo a punto de dominar el mundo, a verse reducida a un montón de escombros irreconocibles.

[Notas]

El nombre fenicio se deriva del vocablo griego fóinix, que significa tanto “rojo púrpura” como “palmera”. En latín se empleó poenus, que dio lugar al adjetivo púnico, sinónimo de “cartaginés”.

Fue tan estrecha la relación que durante siglos reinó entre cartagineses y etruscos, que Aristóteles afirmó que ambas naciones parecían un solo estado. La revista... - del 8 de noviembre de 1997, págs. 24-27, contiene más información sobre los etruscos.

“Los cartagineses llamaron África al territorio que circundaba Cartago, nombre que designó después a todas las regiones conocidas del continente. Los romanos lo conservaron cuando convirtieron el territorio cartaginés en una provincia romana.”
(Dictionnaire de l’Antiquité—Mythologie, littérature, civilisation.)




sábado, 17 de octubre de 2015

17 DE OCTUBRE DE 1945: COMO REFLEJARON LOS DIARIOS ESOS DÍAS

17 DE OCTUBRE DE 1945: COMO REFLEJARON LOS DIARIOS ESOS DÍAS

DIARIO LA CAPITAL

DIARIO LA EPOCA

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NOTICIAS GRAFICAS 17.10.1945

DIARIO CRITICA 18.10.1945




DIARIO CLARIN 18.10.1945