lunes, 11 de mayo de 2015

LOS BUCANEROS DE AMERICA

LOS BUCANEROS DE AMERICA



La necesidad de las expediciones navales de largo re corrido de procurarse carne fresca, dio lugar a lo que tal vez sea el episodio más extraño del relato que cuenta cómo los alimentos cambiaron el curso de la historia; me refiero a la era de los bucaneros.
Hacia principios del siglo XVII, en las islas del Caribe, algunas pequeñas comunidades de colonos europeos, no españoles, emprendieron el floreciente negocio de aprovisionar a los barcos de pasaje con carne fresca recién curada.
Las carnes de vacuno y de porcino se curaban en casa siguiendo una antigua receta de los indios de la zona. Los caribes han contribuido a enriquecer el vocabulario de la lengua inglesa con muchas más palabras que cualquier otro grupo de indios, y «bucanero» es una de ellas. El bucanero construía un enrejado de palos, que los caribes llamaban barbacoa, debajo del cual encendían una hoguera de leña. Encima se colocaban lonchas de carne recién cortadas, alimentándose el fuego con ramas verdes, para que produjesen mucho humo, con una llama pequeña. La carne se secaba, se ahumaba, y se asaba al mismo tiempo, convirtiéndose en carne conservable, de color rojo-rosa, y que desprendía un aroma tentador. Los caribes la llamaban boucan. El boucan tenía un sabor delicado, y era al mismo tiempo un magnífico antídoto contra el escorbuto. Se trataba de un alimento que ni siquiera un cocinero inglés podía estropear, pues se podía comer crudo, masticándolo como si fuese un embutido, o ablandarlo en agua para después guisarlo al estilo tradicional.
El boucan se podía preparar salando la carne antes de cortarla, o untando las lonchas con salmuera y colgándolas al sol para que se secasen sin tener que recurrir a ahumarlas. La carne ahumada se podía conservar durante varios meses, pero la que se secaba al sol tenía que ser consumida con bastante rapidez, y en las húmedas bodegas de un barco se estropeaba muy pronto.
El boucan que se conservaba mejor era el que se hacía con carne de jabalí, y se empaquetaba en bultos de cien piezas, cada una de las cuales se vendía por seis monedas de a ocho, equivalentes a una libra y diez chelines del actual dinero inglés. Por lo tanto, haciéndose bucanero se podía ganar mucho, pues los gastos eran mínimos, y todo lo que hacía falta era ser un buen cazador.
Pequeñas partidas de unos siete bucaneros organizaban una expedición de caza. Cada uno de ellos llevaba un fusil especial, con un cañón larguisimo de 4 pies y medio, y con una culata en forma de pala. También llevaban enrolladas una manta y una tienda de lona ligera, un machete y un cuchillo marinero para cortar la espesa maleza de la jungla caribeña. Los bucaneros vestían gruesas polainas, pantalones y chaquetas de lino, y calaban mocasines; todo ello teñido de rojo por la Sangre de los animales que cazaban. Tanto la chaqueta como la camisa que llevaban debajo no se lavaban nunca y acostumbraban untarse la cara con grasa. Tomaban todas estas precauciones con la esperanza de que los mosquitos no les atacasen. Las junglas del Caribe estaban llenas de enemigos mortales, como la víbora de cabeza de lanza, o el arbusto venenoso manichel, pero la única criatura a la que los bucaneros tenían auténtico pánico era el mosquito.
La parte más interesante del equipo del bucanero era su gorra. Se trataba de un sombrero moderno con todo el borde recortado, excepto en su parte delantera, para darle sombra a los ojos. Fue el precursor de las gorras de los jinetes y de los jugadores de béisbol.
Detrás de los bucaneros iban sus sirvientes o mayordomos, y casi siempre se trataba de infortunados esclavos blancos importados de Europa. Si dejaban caer los fardos de pieles y de boucan que transportaban, o hacían cualquier cosa que disgustase a sus amos, se exponian a ser azotados brutalmente, y a que untasen sus heridas con una mezcla de zumo de limón, sal y pimienta roja.
Prácticamente el único gasto del bucanero era la pólvora, y como no podía permitirse el lujo de errar el tiro con demasiada frecuencia, se hizo tan experto que casi podía aceitar a una moneda en el aire. Así pues, en su día, los bucaneros fueron los mejores tiradores del mundo.
La mayoría de ellos se estableció en la costa norte de Haití y de la isla de la Tortuga. La Tortuga era su base; allí compraban municiones; cuchillos, hachas y todos los demás pertrechos. Cuando divisaban un contrabandista danés que se dirigía al paso entre la isla de Cuba y Haití, salían a su encuentro en sus pequeños bergantines, confiados en que le podrían vender su carne ahumada a buen precio, y los barcos ingleses y franceses fondeaban cerca de sus bases para comprar provisiones en su viaje de regreso a casa. La mayoría de los bucaneros eran franceses o ingleses, pero también había entre ellos indios campeches, esclavos negros evadidos, muchos holandeses, e incluso irlandeses de Montserrat. Algunos eran hombres honrados - exiliados por cuestiones religiosas, náufragos, y pequeños terratenientes expulsados de Barbados y de otras islas de la zona por los grandes cultivadores de azúcar. Otros eran piratas, criminales, desertores y demás gente de mal vivir. Sin embargo, aunque hubiesen sido tan honrados como el que más, los españoles nunca los habrían aceptado como vecinos de unas islas que ellos consideraban suyas.
En 1638, decididos a terminar con el problema de los bucaneros de una vez por todas, los españoles atacaron la isla de la Tortuga, capturaron a todos los que encontraron y colgaron a los que no se rindieron. Con esta masacre de unas trescientas personas, las esperanzas de los bucaneros de ganarse la vida honradamente, suministrando su carne ahumada a los buques de paso, se esfumaron para siempre.
Sin embargo, el día del ataque a la Tortuga, la mayoría de los bucaneros estaban cazando, y escaparon así de la ira de los españoles. Cuando regresaron y comprobaron los estragos de la incursión, enterraron a sus compañeros, y sobre sus tumbas juraron que no descansarían hasta haberlos vengado. De esa forma, se juramentaron y constituyeron la confederación de «La Hermandad de la Costa».

La idea de que un pequeño grupo de bandidos pudiese desafiar al vasto imperio español, en cuyos dominios no se ponía el sol, le habría parecido ridícula a cualquiera que desconociese la Hermandad. Los bucaneros no dejaban nada al azar. Como escribió Alexander Exquemelin, uno de sus cirujanos, los bucaneros «nunca están desprevenidos», ninguno de ellos se aparta ni un segundo de su mosquete de treinta cartuchos, de un machete y de las armas que constituyen la base de su supervivencia, sus pistolas.
Como sabía que a campo abierto no podía competir con la magnífica caballería española, la Hermandad de la Costa decidió atacar a los españoles en el mar. Al principio salían en canoas, compradas a los indios campeches, o en sus pequeños bergantines. Estos barcos tan pequeños eran prácticamente invisibles a la luz del ocaso, y podían llegar fácilmente hasta cerca de un galeón sin que éste se diese cuenta. Una vez puestos a tiro, los que tenían mejor puntería, que al igual que sus compañeros iban echados en el fondo de la canoa para que sus movimientos no fuesen demasiado bruscos, se incorporaban y disparaban contra el timonel y contra el vigía de cubierta. Antes de que el resto de la tripulación pudiese reaccionar, las canoas ya habían llegado hasta el barco, y una oleada de hombres realizaba el abordaje, disparando los varios fusiles que llevaba cada uno. El galeón capturado, ahora bajo la enseña de los bucaneros, partía de nuevo en busca de presas de mayor envergadura.
Exquemelin nos ha descrito un ataque típico de los bucaneros, y es muy posible que él mismo formase parte activa de esta historia, aunque modestamente oculte su participación.
El vicealmirante de la flotilla española se había destacado algo del resto del convoy, cuando el vigía de cubierta le informó haber avistado un pequeño barco en la lejanía, advirtiéndole de que podía tratarse de un bucanero. El oficial contestó despectivamente que no tenía nada que temer de un barco de ese tamaño.
Sospechando con razón que el vicealmirante estaría demasiado confiado como para vigilar adecuadamente los movimientos de su nave, el capitán bucanero se mantuvo al acecho hasta el anochecer. Entonces llamó a sus hombres (eran veintiocho) y les recordó que les quedaba poca comida, que el barco se encontraba en malas condiciones y podía hundirse en cualquier momento, pero que había una forma de salir del apuro: capturando el galeón español y repartiéndose las riquezas que sin duda llevaría. Los bucaneros juraron enfervorizados que le seguirían y que estaban dispuestos a luchar con todo su entusiasmo, pero por si alguno de ellos estaba más remiso, el capitán ordenó al cirujano que hundiese el barco tan pronto como el grupo atacante hubiese abordado al galeón español.
Los bucaneros realizaron el abordaje en apenas un minuto y en completo silencio, sorprendiendo a' capitán y a sus oficiales jugando a las cartas en su camarote. Ante la amenaza de las pistolas el vicealmirante entregó el barco.
El botín capturado en un barco de este tipo sería suficiente para convertir en multimillonario a cada uno de los veintiocho asaltantes. Un galeón español, el Santa Margarita, que se hundió en Cayo Oeste en 1622, en pleno apogeo de los bucaneros, reportó a sus rescatadores, hace poco tiempo, nada menos que 13.920.000 dólares. Un galeón que se capturase en aquellos años debería ser aún más valioso, pues además de las joyas y de los lingotes de oro y plata, transportaría todo tipo de bienes perecederos. Se cuenta el caso curioso de que unos bucaneros que interceptaron un cargamento de cacao, lo tiraron al mar porque creyeron que se trataba de estiércol de caballo.

El aliciente del botín era un incentivo contra el que no era suficiente el valor que podían oponer los españoles. En 1668, como punto álgido de la época de los bucaneros, Henry Morgan saqueó Panamá. «Aunque nuestro número es pequeño», dijo a sus hombres, «nuestros corazones son grandes, y cuantos menos sobrevivamos más fácil será repartir el botín, y a más tocaremos cada uno».
Henry Morgan fue el último de los bucaneros. Con el tiempo llegó a conseguir el perdón real, un título nobiliario, y que le nombraran gobernador de Jamaica. Nunca regresó a su Gales natal, y se instaló en Port Royal, bebiendo ron hasta morirse. El poder en el Caribe pasó de las manos de la Hermandad de la Costa, a las de la marina de Francia e Inglaterra, y aquellos hermanos que no pudieron adaptarse de una continua lucha contra los españoles a una relativa paz, zarparon hacia el oriente, en busca de una nueva carrera como piratas en las costas de la India y de Madagascar.
Es difícil deducir cuáles fueron las consecuencias de la era de los bucaneros. Para los españoles, la aparición de los que ellos llamaban «los diablos del infierno», fue evidentemente desastrosa. Se puede compartir la opinión de los españoles, sobre todo cuando se leen algunos de los relatos de Exquemelin sobre Pedro el brasileño, el cual solía pasear por las calles de Jamaica segando a hachazo limpio piernas y brazos de inocentes transeúntes; o sobre el primer jefe del cirujano, que colocaba un barril de vino en mitad de la calle, y obligaba a todo el que pasaba por delante a beber de él o morir allí mismo de un pistoletazo; o respecto a otros amigos suyos que asaban mujeres desnudas sobre piedras calientes, luchaban bajo el agua contra los caimanes, o torturaban a los prisioneros para que les revelasen dónde escondían sus tesoros.
Quizás la consecuencia de la aparición de los bucaneros no fue lo que realizaron de hecho, sino lo que impidieron que ocurriese. Mientras la Hermandad de la Costa asestaba duros golpes al pulpo español en su mismo centro del Caribe, sus tentáculos tenían que retraerse para proteger sus puntos más vitales. Por lo tanto, el imperio español no pudo expansionarse hacia las incipientes colonias que se estaban formando a lo largo de la costa norteamericana, como hubiera sido razonable, y como muchas personas esperaban y otros temían.
Extraido de "La busqueda de las especias", de Carson I. A. Ritchie. Editorial Alianza Cien.
Se considera la obra del siglo XVII que más imitaciones y literatura de ficción ha inspirado en todas las lenguas.


Del autor de este libro, Alexandre Olivier Exquemelin, también conocido como el cirujano de los piratas, sabemos poco a ciencia cierta.

Al parecer, podría tratarse de un hugonote nacido en Honfleur (Francia) en torno a 1645, que huyó de las persecuciones religiosas hacia el «nuevo mundo» en 1666, fecha en la que se inicia la crónica de este libro, y regresó años después para establecerse en Amsterdam, donde muere con posterioridad al año 1707.
Bucaneros de América se publica inicialmente en Amsterdam en 1678, y sólo tres años después aparece la versión española, versión que reproducimos, con las correcciones y el prólogo de Carlos Barral, en esta edición.
Exquemelin se embarca en 1666 en el navío San Juan, de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales, con la que parte del puerto de El Havre rumbo a la isla de la Tortuga, en el Caribe.
El barco en el que viaja cae en manos de los piratas y Exquemelin es vendido como esclavo en Tortuga.
Durante el cautiverio aprendió de su amo el oficio de cirujano, y, en calidad de tal, abrazó la Ley de la Costa e ingresó en la congregación de los piratas.
Sirvió a las órdenes de piratas tan «insignes» como L’Olonnais, Morgan o Bertrand d’Oregon hasta el catastrófico desembarco en la costa occidental de Puerto Rico en 1674.
Participó activamente en el corso y en los asedios a las plazas de tierra firme: estuvo presente en los dos asaltos a Maracaibo, en las dos tomas de la isla de Santa Catalina y en la toma e incendio de Panamá.
Bucaneros de América es la crónica apasionante, narrada en primera persona, de un testigo directo de la vida y hazañas de los piratas del siglo XVII.


domingo, 10 de mayo de 2015

PANCHO SIERRA El "Gaucho Santo de Salto"

PANCHO SIERRA

  El "Gaucho Santo de Salto"


Francisco Pancho Sierra es un personaje de origen bonaerense de la tradición oral y literaria argentina

El "Gaucho Santo de Pergamino", "El Doctor del agua Fría", "El Resero del Infinito" era un hombre modesto y delgado con barba y cabellos largos y enteramente blancos. Nació en Salto,  en las orillas del río Salto. provincia de Buenos Aires el 21 de abril en 1831, de familia de ricos hacendados. Sus padres fueron Francisco Sierra y Raimunda Ulloa y era el menor de cinco hermanos. Estudió en Buenos Aires, se dice incluso que llegó hasta cuarto año de Medicina y que debió regresar a Salto a la muerte de su madre.

En esos momentos, la amistad con su prima Nemesia Sierra se transforma en amor, iniciando un romance que interrumpen sus respectivos padres. Abandona sus estudios y olvidándose de sí mismo se aísla en la "Estancia San Francisco" de la familia Sierra Ulloa, en Rancagua (Partido de Pergamino); en esa desaparición social ocurrió un cambio que sorprendería a todos, retornó reflexivo, abstraído, interesado en los males de los semejantes.

Después de estar en Rojas, se instaló definitivamente en la estancia "El Porvenir" en Carabelas (Buenos Aires), asumiendo el papel de confesor, hombre de fe y médico.

Instalado en su estancia "El Porvenir", situada en el pueblo de Carabelas, entre Pergamino y Rojas, comenzó una etapa que según sus propias palabras consistía en "servir constantemente a cuantos me necesitaron". Vistiendo trajes anchos, bombacha, camiseta criolla, sombrero de ala ancha, poncho y manta de vicuña; con su rostro blanco, ojos azules y nariz aguileña, se convirtió en protector de desvalidos y manosanta.

Surgió la fama acerca de sus dotes sobrenaturales, multiplicándose más allá de los límites del país.


Curaba con pocas armas: agua fresca del aljibe, el profundo magnetismo de su voz, su mirada penetrante y, fundamentalmente, la fe de quienes solicitaban su ayuda. Su fama se trasmite de boca en boca y la estancia se llena de carruajes y carretas. Muchos sostienen que se curaron simplemente bebiendo un vaso de agua e invocando su nombre.

Cosme Mariño, que estuvo presente en las curaciones de Pancho Sierra sostiene en su crónica: "Hemos presenciado la romería permanente de enfermos de toda clase que acudían a caballo, en charret, coches y sulkys. Hemos visto de paso su manera de curar, generalmente con agua magnetizada o por medio de la sugestión. Pero a veces lo hacía por la imposición de las manos, por lo general ya conocía desde que el enfermo detenía su carruaje cuál era su mal". Luego agrega: "Hemos oído, además, en Rojas y Pergamino, a muchas personas que estando desahuciadas por los médicos habían sido curadas por Pancho Sierra. Algunas de éstas eran acaudalados estancieros como Ortiz Basualdo, Roberto Cano y otros más".

Ejerce su actividad de sanador sin persecución policial alguna. La fama de Don Pancho es primero local. Después va más allá del pago chico pero él no se aparta de ahí. Hasta su casa llegan los peregrinos. Vivía de manera austera en un altillo de la estancia (donde estaba su camastro de cuero de vaca, un crucifijo pequeño en la pared, su guitarra, su mate de plata y nada más).


En 1890, Pancho Sierra se casó con Leonor Fernández, de 16 años, sobrina segunda, en la iglesia "San Francisco de Asís" de Rojas.

Murió al año siguiente -año muy caluroso, con polvaredas que afectaban el tránsito y arrinconaban a los animales junto a los alambrados de los campos, asfixiándolos en muchos casos-, a las 19:10 del 4 de diciembre de 1891. Un mes antes del deceso predicho por él mismo, dio finalizada la misión que se había impuesto. No pudo conocer a su única hija, Laura Pía, nacida siete meses más tarde.


Sus exequias fueron destacadas, en esos años, por la cantidad de personas que acompañaron al féretro hasta el Cementerio del Salto y por el grupo de ciudadanos de renombre nacional que pronunciaron emotivas palabras.


Los lugares de culto se encuentran todos en Salto, provincia de Buenos aires. Son: 1) el Mausoleo ubicado en el cementerio donde los creyentes rezan y dejan ofrendas florales; 2) una pared exterior y lateral de ese mismo cementerio se utiliza como soporte de numerosas placas y allí se levantaron dos estatuas del "Gaucho Santo", y 3) frente al cementerio un aljibe con agua bendecida por Pancho Sierra aunque el verdadero aljibe está en "El Porvenir". Este último fue tapado tres veces y las tres veces volvió a brotar agua, quedando actualmente al descubierto.

Pancho Sierra y el Espiritismo

Se vinculo a Pancho Sierra con el espiritismo por varias razones. En primer lugar fueron los espiritistas los que organizaron la ceremonia de homenaje realizada un año después de su muerte. El acto se llevó a cabo el día 15 de marzo de 1892 en el cementerio de Salto. Fue presidido por Don Rafael Hernández (hermano del autor del Martín Fierro), y se constituyó una Comisión de Amigos que colocaron en el sepulcro una corona de bronce. Dicha corona consistía en dos gajos de hiedra y una corona de laurel, los símbolos de la amistad y la unión de la idea.

Se pronunciaron varios discursos resaltando las virtudes del "Gaucho Santo": el ejercicio de la caridad cristiana y el amor a sus semejantes, el sacrificio propio por el bien de los demás. Además se habló de la doctrina espiritista como ciencia, religión, doctrina, moral y patria, y la Comisión se juró "Solidaridad de la idea, en la vida y en la muerte". Se calculó cerca de dos mil asistentes, con representantes de distintos centros espiritistas, entre ellos Juan M. Broullón, Juan Pablo Quinteros, Mercedes Escudero, Remigio Barrasa, Félix Guruzeta, Rosendo López, Juan Brown, Dolores Oyampe, Liberata Sandes, Máximo Paez, Pascual Mardaras, Victorino y Cecilia Azurmendi, Segunda y Escolástica Simillan, Juan y Esteban Hierne.

Otra de las razones es su papel protagónico de las Asociaciones Espiritistas en la divulgación y propagación del mito. El libro La Verdad de Pancho Sierra con varias ediciones publicadas por la Asociación Alas Blancas que recoge supuestas comunicaciones y mensajes que el "Gaucho Santo" habrían sido recibidos por espiritistas durante 1937.

Pancho Sierra fue invitado varias veces a la Sociedad Espiritista Constancia y lo hicieron socio de dicha institución ya que sus directivos consideraban que Dios le había otorgado el don curativo, el carisma de la curación, intuición y clarividencia y era "un hombre dotado de facultades mediúmnicas, por medio de las cuales realizó mucho bien a los enfermos del cuerpo y del alma y a los pobres y humildes desde el punto de vista terapéutico". Los espiritistas llaman médium a la persona con gran desarrollo espiritual capaz, en ciertas ocasiones, de establecer un contacto con lo que se denomina plano astral.

Fue amigo de Cosme Mariño (1847-1927) periodista, director de La Prensa quien fundó la revista espiritista Constancia y era directivo de la Sociedad. Mariño dedicó varios artículos y notas a la "mediumnidad curativa" de Pancho Sierra.

Sin embargo, Fermín Chaves como otros historiadores e investigadores consideran que el Gaucho Santo no fue en vida un practicante del espiritismo y que su imagen espiritista es exterior y ajena a su personalidad y quizá posterior a su muerte "sería espiritista por atribución".

Extraido del cdrom "ALMAS MILAGROSAS, SANTOS POPULARES Y OTRAS DEVOCIONES" por María de Hoyos y Laura Migale, Edición NAyA

Fuente: www.lagazeta.com.ar

Oración de bendición a Don Pancho Sierra

Gran Dios del Universo,
Creador del cielo y de la tierra,
Padre de todo lo creado,
santificado sea tu nombre en todo el Universo.
Perdona Señor nuestra maldad.
No me dejes caer en la tentación.
Líbrame de todo mal en nombre del espíritu Santo.


Oración Popular a Don Pancho Sierra

Pancho Sierra querido Hermano
Tu que ayer sembraste de luz,
y a cuantos desamparados
y desesperados llegaron hacia ti,
ayúdame a seguir por este sendero de luz,
ya que como hombre supiste vencer al mal,
ayuda a todos nuestros hermanos,
rompiendo barreras y cadenas.
Baja tu santa mano.
Bendíceme la frente.
Que el Padre Eterno que te dio tu gran poder
cada día que pasa te haga más fuerte.
Yo después de la muerte, con Dios,
te seguiré amando, querido Pancho Sierra.

Gracias Gracias Gracias, Amen

viernes, 8 de mayo de 2015

JULIAN ALVAREZ: EL PROCER DESCONOCIDO DE LA REVOLUCION DE MAYO

JULIAN ALVAREZ

EL PROCER DESCONOCIDO DE LA REVOLUCION DE MAYO




Cuando San Martín pisó tierra argentina, en 1812, procedente de Londres, junto a un notable grupo de revolucionarios (Zapiola, Alvear, Holmberg, Chilavert, Vera Arellano, el padre Anchoris entre otros) fue  recibido por el jefe de la masonería local que presidía la "Logia Independencia", doctor Julián Alvarez. 
Alvarez era un morenista jacobino, que trabajó en La Gaceta de Buenos Aires, designado en ese cargo por Mariano Moreno y dirigía varios centros conspirativos del liberalismo revolucionario, tanto de filiación masónica o eminentemente política, entre éstos últimos el club que se reunía en el Café De Marcos y la Sociedad Patriótica.
Luego de la muerte prematura de Mariano Moreno, le tocó dirigir durante un breve período La Gaceta mencionada. Alvarez puso a San Martín en contacto con tres cuadros revolucionarios que lo acompañarían durante su campaña libertadora: Manuel Guillermo Pinto (1783-1853), José Gregorio Gómez (1780-1876) y el publicista Bernardo de Monteagudo (1789-1825). Gómez (el "Goyo" Gómez), fue la única persona que se tuteó con el Libertador durante la campaña emancipadora. Provenía de la "Logia San Juan de Jerusalén de la Felicidad de esta parte de América", según datos aportados por los historiadores Vicente Cutolo y A. J. Pérez Amuchástegui.
Alvarez había nacido en Buenos Aires el 9 de enero de 1788. Pertenecía a una familia rica, su padre era el español Saturnino Alvarez y su madre, Ana María Perdriel. Ello le permitió frecuentar las mejores escuelas, colegios y estudios terciarios. La educación dirigida por los jesuitas, y enseñanzas que recibió en el Colegio San Carlos, en Córdoba y en Chuquisaca le permitieron obtener el título de Teólogo, pero paralelamente a sus estudios sacerdotales, en Chuquisaca, leyó los libros prohibidos de Juan Jacobo Rousseau, de los enciclopedistas, las ideas de los jesuitas Mariana y Suárez sobre el tiranicidio y el derecho de resistir a la opresión.
Se trata del prócer desconocido de la Revolución de Mayo, que tuvo en aquellos acontecimientos de 1810 y en la década posterior, una actividad central pero que ha sido ignorado por los historiadores liberales, católicos, revisionistas o de otras tendencias, probablemente por su carácter de dirigente masónico. Posee una calle en la Buenos Aires actual, en el Barrio Norte, pero difícilmente alguien conozca realmente, incluidos los profesores de historia, quién era, sus datos biográficos, su actividad política revolucionaria y su obra como destacado jurista.
Prócer argentino y uruguayo
Julián Alvarez se exilió en Uruguay con su mujer María Pascuala Obes y el resto de su familia en 1820, al comenzar la guerra civil. En Montevideo fundó El Constitucional, destinado a difundir el credo republicano e institucionalista, que desalentara las contiendas internas de las nuevas naciones.
Como nadie es profeta en su tierra, en Uruguay, Julián Alvarez es considerado uno de los Padres de la Patria y, al morir en 1843, hay que destacar que se desempeñaba como presidente de la Corte Suprema de Justicia de la nación oriental.
Cuando estalló el proceso de Mayo, dejó la sotana y se unió a los revolucionarios en su fracción más combativa. Amigo y colaborador estrecho de Mariano Moreno con quien trabajó en los once meses de vertiginosas jornadas, conocía con seguridad las ideas del Secretario de la Primera Junta y su famoso "Plan de Operaciones", escrito por Moreno.
Es interesante constatar que cuando el Libertador San Martín implantó la economía de guerra en Mendoza, coincidió con las ideas de Moreno, impulsor de la industrialización, el proteccionismo económico y una suerte de estatismo.
También es probable, teniendo en cuenta que Alvarez hasta 1820 trabajó estrechamente con San Martín, realizando misiones que éste le encomendó u organizando grupos revolucionarios o de choque en Buenos Aires, haya sido el nexo entre las ideas morenistas del período de mayo de 1810 y las de San Martín, en Mendoza, durante la organización del Ejército de los Andes.
Juan Andrés Gelly fue contemporáneo de Julián Alvarez, y probablemente la suya sea la primer biografía escrita sobre el prócer, un año después de su muerte. Así lo testimonió con su trabajo Apuntes biográficos del Dr. D. Julián Alvarez, presidente de la Honorable Cámara de Representantes, en el año de su fallecimiento y presidente jubilado de la Excma. Cámara de Apelaciones de la República del Uruguay.
Posteriormente, Vicente T. Caputi (1882-1939), publicó en 1930, las Rememoraciones centenarias. Gestación y jura de la Constitución de la República Oriental del Uruguay reproduciendo las intervenciones y discursos de Julián Alvarez en la Constituyente uruguaya de 1829, donde el prócer rioplatense tuvo una activa participación en su calidad de político y jurista.
Hombre de Mayo
Fue uno de los que suscribieron la presentación popular del 25 de Mayo de 1810. En enero de 1811, se le nombró como funcionario en la Secretaría de Gobierno de Buenos Aires, al lado de Moreno. Posteriormente fue diputado por San Juan a la Asamblea de 1812-3. Fue procesado y encarcelado por sostener, desde la prensa, en contra de la Asamblea General Constituyente, la necesidad de que el poder se concentrara en una sola persona. Al instalarse el Directorio fue absuelto y pasó a desempeñarse como oficial en la Secretaría de Estado. Desde 1816 hasta 1820, tuvo a su cargo la redacción de la Gaceta para quien cumplió diversas tareas revolucionarias.
Junto a Alvarez Thomas, cumplió otras tareas ante el gobernador de Santa Fe, Estanislao López. En 1820, enfrentado con el partido porteñista, luego de ser encarcelado por poco tiempo, partió a Montevideo con su familia. Sobre el prócer, Mitre dijo que era de "un bellísimo carácter, talento epigramático sin amargura, escritos fácil aunque algo difuso, nutrido de estudios serios, que derramaba en sus escritos toda la savia exuberante de la juventud".

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jueves, 7 de mayo de 2015

"MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI: EL 25 DE MAYO DE 1810

"MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI: EL 25 DE MAYO DE 1810



LA REVOLUCION DE MAYO


Juan Manuel Beruti llevó desde los trece años y durante su larguísima vida –nació en 1777 y murió en 1856– un diario de los acontecimientos públicos de la ciudad.
El libro fue publicado por primera vez con el nombre de "Memorias Curiosas" en 1942 y constituye una fuente de información riquísima para los historiadores de la primera mitad del siglo XIX.
Al haber sido escrito cotidianamente, nos permite conocer como conocieron las contemporáneos el 25 de mayo.

Transcribo el 25 de mayo según las "MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI:

El alcalde mayor hizo una seña y los miembros de la Junta se
arrodillaron frente a la mesa municipal. Los Santos Evangelios
estaban abiertos en el relato de San Lucas. Cornelio Saavedra puso la
palma de su mano sobre ellos. Juan José Castelli apoyo la suya sobre
uno de los hombros de Saavedra y Manuel Belgrano hizo lo mismo sobre
el otro. El resto copió el gesto. Eran casi las 9 de la noche del
viernes 25 de Mayo de 1810 y el Sí, juro de los nueve hombres
entrelazados marcaba el final de cuatro días intensos.

Cornelio Saavedra se levantó y la Junta ocupó los asientos bajo el
dosel del salón central del segundo piso del Cabildo. Después el
comandante fue hasta el balcón. Abajo, en la Plaza, quedaba poca
gente bajo la lluvia. Saavedra les habló para pedirles que
mantuvieran orden, la unión y la fraternidad, y para que se respetara
la figura del ex virrey Cisneros.

Esa noche, los miembros de la Junta salieron juntos. Atravesaron la
Plaza, pasaron por debajo de la Recova y los pasos firmes —que
resonaron huecos en el barro— los llevaron hasta el Fuerte, desde
donde iban a gobernar Buenos Aires y el resto del Virreinato hasta
fines de 1810.

Aquel día, el Cabildo había estado lleno desde temprano, a las 8 de
las mañana. Los asistentes habían llegado para considerar la renuncia
de la Junta nombrada el 23 de mayo, encabezada por el virrey
Cisneros. Habían jurado a las 3 de la tarde del 24 y seis horas
después, frente a la presión de los criollos, presentaban sus
renuncias.

En el salón del Cabildo, la postura del síndico procurador, Julián de
Leiva, aún era inamovible: no aceptaba la renuncia de Cisneros y
proponía autorizarlo a usar la fuerza para fusilar y dispersar al
pueblo. Leiva se aferraba a una idea errónea: creía contar con el
apoyo de Saavedra.

A esa hora, la Plaza ya estaba ocupada. Pero la mayoría de las
milicias estaba en los cuarteles, esperando noticias del Cabildo. Las
novedades sobre la posición de Leiva llegaron pronto. Cuando se
difundieron, un grupo encabezado por Feliciano Chiclana y Domingo
French —que como todos los partidarios criollos estaban reunidos en
la casa de Rodríguez Peña— salió hacia el Cabildo. En el impulso,
todos llegaron hasta la galería de arriba.

Fue el propio Leiva quien abrió la puerta del salón al
escucharlos. "¿Qué es lo que ustedes quieren?", cuentan que dijo. "La
deposición inmediata de Cisneros", le gritaron los criollos. Desde
adentro pidieron que nombraran una comisión de representantes para
explicar sus reclamos. Las crónicas de la época dicen que llevaban
escritos los nombres para una nueva junta de gobierno. El Cabildo
objetó la propuesta. Para eso se debía consultar al resto de los
pueblos del Virreinato, se sostenía como argumento principal.

La discusión se encendía y uno de los vecinos acaudalados, de
apellido Anchorena, propuso citar a los comandantes de las milicias
para opinar y votar. Los delegados de los criollos salieron para
juntarse en la Fonda de las Naciones de la Vereda Ancha, una de las
tantas del radio de la Plaza. El cielo estaba nublado y amenazaba con
desarmarse en agua, como venía ocurriendo desde hacía días. Cuando
los comandantes se reunieron, Leiva pidió apoyo para las autoridades
elegidas el 23.

El comandante Romero, un moderado que lideraba una milicia, contestó
que no era posible sostener la elección del virrey como presidente de
la Junta, que las tropas y el pueblo estaban indignados y que ellos
no tenían autoridad para darle apoyo al Cabildo, porque sabían que no
iban a ser obedecidos. Se animó a pronosticar que si el Cabildo
insistía en lo resuelto no podrían evitar que la tropa llegara hasta
la Plaza para imponer su posición.

La gente había vuelto a tomar las galerías. Y Leiva le habló al resto
de los cabildantes: "No hay más remedio que consentir", se le oyó
decir. Martín Rodríguez salió al corredor y, a los gritos, contó a la
gente que el virrey había quedado fuera del gobierno. Después corrió
hasta la casa de Rodríguez Peña, donde estaban los líderes del
movimiento criollo. Entonces Peña dijo que había que llevar la lista
de la nueva Junta al Cabildo. Cuando Beruti y French entraron en el
salón del edificio donde se seguía sesionando, los cabildantes
ocupaban sus asientos detrás de la gran mesa que da a la puerta. Los
patriotas se agruparon en la baranda que limitaba el recinto hacia el
lado de afuera.

La respuesta fue una exigencia: que expresaran por escrito la
voluntad del pueblo. Al rato llegó una presentación con más de 400
firmas. Eran las 15.30 cuando Leiva puso el último obstáculo. Pidió
que el pueblo se congregara en la Plaza para que, al leer los
nombres, los ratificaran.

A las 4 de la tarde, Leiva salió al balcón. El resto de los
cabildantes lo siguieron. Cuando miraron hacia la Plaza, el síndico,
irónico, preguntó: "¿Dónde está el pueblo?". Abajo había poca gente.
Y fue Beruti quien repitió que el pueblo en cuyo nombre hablaban
estaba armado en los cuarteles y otra gran parte del vecindario
esperaba en distintos lugares para ir. El griterío creció.
Finalmente, Leiva en nombre del Cabildo, cedió. Y así se dieron por
anulados los actos del día 23 y 24.

El vozarrón de Martín Rodríguez se volvió a escuchar a las cuatro y
media. Pero esta vez fue en el balcón, cuando leyó los nombres de la
Junta de Gobierno que quedaba encargada provisoriamente de la
autoridad de todo el Virreinato.

La espera, luego, fue larga. Hasta que, cuando faltaban minutos para
las 9 de la noche, el alcalde mayor abrió los Santos Evangelios. La
nueva Junta entró por el centro del salón en medio de un gran
silencio. El funcionario hizo una seña y se acercó a Saavedra con el
libro abierto. Los nueve hombres se comprometieron a conservar esta
parte de América para Fernando VII, el rey de España, prisionero de
Napoleón. Afuera llovía. Y en la Plaza todavía quedaba gente.

Fuentes: "Memorias curiosas", de Juan Manuel Beruti, Colección
Memoria Argentina, Emecé, 2001



martes, 5 de mayo de 2015

GILDA, LA MILAGROSA: LA SANTA DE LOS POBRES

GILDA, LA MILAGROSA: LA SANTA DE LOS POBRES



Míriam Alejandra Bianchi, más conocida por su nombre artístico Gilda  por sus seguidores y la prensa) (Buenos Aires, Argentina, 11 de octubre de 1961 - Ceibas, Entre Ríos, Argentina, 7 de septiembre de1996), fue una cantante y compositora argentina de cumbia y música tropical.

Comenzó la carrera de maestra jardinera y Profesorado de Educación Física, pero debió interrumpirlas en 1977 al fallecer su padre, con sólo 16 años, y debió hacerse cargo del hogar. Se casó luego y tuvo dos hijos, Mariel y Fabricio Cagnin.


Su carrera musical comenzó cuando respondió a un aviso en el periódico, dónde pedían vocalistas para un grupo musical. Su voz y su carisma le ganaron un lugar en una banda de género tropical, y su familia cedió, después de una oposición tenaz, a que incursionara en el mundo del espectáculo. Miriam se convirtió en Gilda, en honor a la femme fatale que encarnaba Rita Hayworth en la película del mismo nombre.


La banda no tuvo éxito y al poco tiempo formó “Crema Americana”,  un grupo con el que durante un año tocó los éxitos del momento por todo el  Gran Buenos Aires. Contra los deseos de su familia, a quienes no le gustaba el ambiente de la música tropical, la cantante continuó con su carrera musical.

Algunas cosas curiosas sobre la vida de la cantante popular: Gilda puso la voz en dos discos del grupo Las Primas, cuando todavía no tenía en mente ser cantante solista y mucho antes de que se armara su grupo musical La Barra. También compuso y grabó en un casete el tema La Playa Tropical para el disco Flavia está de fiesta de Flavia Palmiero, se trata de la canción número once de ese trabajo.


Cuando estaba por cumplir 27 años, se encuentra casualmente con Toti Giménez, un amigo de la infancia quien en ese momento estaba tocando con Ricky Maravilla. Gilda lo invitó a escucharla cantar en algunos de los festivales de la escuela y él quedando fascinado con una parodia de música de bailanta que realizó con los alumnos. Giménez le propone cultivar el género, grabaron algunas canciones e inicia su carrera en la música tropical.

"Cuando éramos chicos, Toti tocaba música clásica y estaba en el coro del Teatro Colón. Por eso, al reencontrarnos, no podía creer que fuera músico de Riki Maravilla", recordó Gilda siendo ya famosa.

Con ese conocimiento del mundo bailantero, Giménez le hizo escuchar el cassette a un representante quien enseguida llevó a Gilda a un estudio para que grabara su primer disco: "De corazón a corazón".

Se divorció de su marido y comienza una relación personal y profesional con Toti Giménez. La rectora del colegio donde trabajaba la hace dejar su puesto y así pasa definitivamente de maestra jardinera a cantante..

Toti es el hombre encargado de forjar la leyenda de Gilda.


Fue él quien la convenció de lanzarse como solista y la apoyó en la lucha contra las compañías discográficas, que por entonces creían que el mundo de la música popular era exclusivo para voces masculinas.

Een 1993 lanzó  su primer disco  ‘De corazón a corazón”, seguido por  “Corazón herido” y  “Pasito a pasito”, que contenía el éxito ‘No me arrepiento de este amor‘.
Durante su corta, pero exitosa carrera que la llevó de gira por casi toda América Latina, la cantante vendió  millones de discos, logrando el de oro, platino y doble platino.


Entre 1992 y 1995, Gilda grabó cuatro álbumes y, a pesar de haber convertido algunas canciones en éxitos que trascendían el ambiente de la cumbia (algunas fueron apropiada por hinchadas de fútbol en sus cantos de aliento y otras eran bailadas en las discotecas de clase media), su nombre no era citado dentro del grupo de las cantantes más reconocidas del momento.


 A través de su música, invitó al público a ingresar en sus mundos mágicos, donde proponía otras maneras de sentir la música popular, provocando una fuerte conexión con el público. Ella conocía lo que significaba ser uno mismo. Quizás de esa experiencia lejana de su trabajo con niños mezclada con la fuerte energía del ritmo tropical, hizo que surgiera la popularidad casi mística donde llegaron a ovacionarla multitudes en toda Latinoamérica. Tan fuerte fue el impacto que ella causaría en el público, que durante un recital en Jujuy, Gilda , vio llorar a una niña cerca del escenario. Al finalizar el concierto la abuela de la niña se acercó para decirle el motivo por el cual la niña lloraba: «su madre está en terapia intensiva, y la niña le pone tu música como si ésta pudiera curarla». Así fue que al tiempo la madre se recuperó. Luego en el medio de otro recital una señora, le pidió a gritos que le cure la diabetes. Gilda se quedó callada, sus músicos comenzaron a impacientarse pidiéndole que cante, Gilda la miró y le dijo «No hago milagros, pero si el poder de mi música te puede ayudar, bienvenida sea la música».

Había otra cosa en la que estaba claramente definida: Gilda era fanática de Boca Juniors.


Gilda siempre fue muy buena compañera, una persona muy sensible a las necesidades de los otros, siempre dispuesta a ayudar. Esa capacidad para la empatía con los demás y un espíritu muy solidario fueron los que cimentaron una relación más allá de la música con sus seguidores

Muerte

El 7 de septiembre de 1996, en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12 (Argentina), en camino a Chajarí, Entre Ríos, un camión embistió al colectivo donde viajaba, falleciendo junto a su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del ómnibus.

Desde su muerte muchos fans le atribuyen la condición de santa, debido a que ha realizado varios milagros. 


Existe, incluso, un santuario en su honor en el lugar donde ocurrió el accidente fatal, en el cual se conserva también el ómnibus en el que viajaba la cantante. Sus restos descansan en la tumba n.º 3635 de la galería 24 en el Cementerio de la Chacarita.



Apenas un año después, la compañía discográfica Leader Music editó el disco titulado Entre el cielo y la tierra, con algunos temas grabados por la vocalista antes de su muerte, del que se vendieron miles de copias. Fue una especie de collage sonoro, con apenas cinco temas en estudio, otros dos registrados en vivo y la participación de Tormenta, Antonio Ríos y el Grupo Green.
El producto se difundió con alto impacto: el productor musical y tecladista Juan Carlos “Toti” Giménez, dijo que los temas habían sido encontrados en el lugar del accidente, sobre la banquina del kilómetro 129 de la ruta 12.

Era un casete en el que Gilda había grabado llamado “No es mi despedida”, como una escalofriante premonición.

En realidad, la creación no fue un presagio, sino el regalo de la cantante a un grupo de fanáticas que acompañaron a la banda durante toda su gira por Bolivia.
Para el trompetista Dani de la Cruz, la famosa historia del casete no fue más que un negocio inventado por Giménez, quien figura como autor de la canción. “Fue una cuestión de marketing”, asegura el músico peruano de la banda, que trabajó en La Nueva Luna, La Repandilla y que hoy forma parte de Damas Gratis.
En ese mismo año la discográfica organizó el “Tributo a Gilda”, un recital en el teatro Astros, cuya entrada se acondicionó como un museo dedicado a la ídola. Allí actuaron los mismos artistas que figuran en el disco, más el show de Los Gorilas, la nueva banda armada por Toti. “La entrada costaba 50 pesos y a los clubes de fans nos dejaron afuera”, recuerda indignado Claudio Milano, presidente del club “No me arrepiento de este amor”.



Inmediatamente, se forjó en torno a Gilda una aureola de "santa", y vean hasta donde llegó la cosa, que el lugar donde se produjo su accidente, se convirtió en un lugar de peregrinación (allí hay un monolito donde se indica el lugar exacto de su accidente, además de una cruz de madera donde la gente coloca flores).


Hoy son miles los fieles que trasformaron el lugar del accidente en santuario y la recuerdan con su imagen y su música, al tiempo que cuentan haber sido curados de enfermedades, haber recuperado la fertilidad o haber sido bendecidos con la lotería en plena necesidad. Sus fans relacionan su música y su figura con una magia mística y poderosa. Lo cierto es que hoy es natural escucharla en todos lados: en una cancha de fútbol, en un casamiento o en una escuela. Quizás ella esté donde siempre quiso estar: entre el cielo y la tierra.


Los fans de quien en la vida real fue Miriam Bianchi, una maestra jardinera que un día descubrió que podía ser exitosa en el plano musical, consideran que Santa Gilda, como también la denominan, es capaz de cumplir sus pedidos relacionados a la salud, el trabajo o la concreción de sueños postergados.Uno de los hechos increíbles relacionados con ese tipo de revelaciones tuvo lugar hace cerca de un año cuando una mujer fanática de Gilda le pidió por la salud de su hijo, un adolescente afectado de un grave cuadro de diabetes que poco tiempo después logró sortear los efectos de la enfermedad


Al año siguiente, allí se levantó un altar, donde colocan muchos objetos en ofrenda, y también hay que mencionar que el autobús donde viajaba Gilda se conserva cerca de ese lugar.

Actualmente miles de devotos se movilizan a pedirle ayuda tanto a su tumba en el primer piso, galería 24 del Cementerio de la Chacarita como hasta el Santuario levantado en Paranacito, llevándole ositos, cartas de amor, flores, cintas, dibujos, prendas, escarpines, ramos de novia y rosarios, etc. En la provincia de Tucumán, una calle de un barrio lleva su nombre, y también un barrio en el partido de Ensenada, Buenos Aires.



Por cierto, hay incluso un museo con objetos personales de Gilda, que en un principio fue itinerante (vamos, que no tenía un lugar fijo).

El juez correccional de Gualeguaychú, Jorge Torres, condenó a 2 años y 6 meses de prisión en suspenso  al camionero brasileño Renato Sant Ana, acusado de provocar el accidente en el que murió la cantante bailantera Gilda. También dispuso 7 años de inhabilitación para manejar.



lunes, 4 de mayo de 2015

MARTINA CHAPANAY La Bandolera indómita

MARTINA CHAPANAY

La Bandolera indómita



Nació en el valle de Zonda, en San Juan de Cuyo, en 1800.  se discute si en las Lagunas de Guanacache o en el Valle de Zonda. Hija de Ambrosio Chapanay, último cacique huarpe de ese lugar, y de Mercedes González, una cautiva blanca robada a fines del siglo XVIII.  El vocablo “Chapanay” se debe interpretar así: “chapad”, pantano, y “nai”, negación; por lo tanto: lugar donde no hay pantanos. 
Desde niña sintió atracción por las tareas propias de los hombres de su condición: fue jinete, baquiana y rastreadora habilísima.  Adquirió asimismo gran capacidad en el arte del cuchillo, del lazo y de las boleadoras.  Sus cualidades de destreza, audacia y valentía no fueron obstáculo para que se transformara en una mujer atractiva que “reinaba en los corazones” y era “admirada y respetada por cierta conducta recatada”.
Entre otras hazañas, se distinguió por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza. Es centro de una devoción popular porque compartía el fruto de sus robos con los más humildes. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos razgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos (chiripá, poncho, vincha, botas de potro) tal como se representaba en las estampas y tallados de madera. 


En 1822, durante uno de sus viajes al Pueblo Viejo (Concepción) con objeto de vender mercaderías, Martina Chapanay conoció a quien tendría trascendente participación en su vida.  Había ido a una de las mejores pulperías de la ciudad a vender unos porrones de “aloja” y adquirir un poco de azúcar, yerba y tabaco; al salir con su compra del local casi se lleva por delante a un mozo que entraba en esos momentos.  Tratábase de un gaucho joven, agraciado, fuerte, de mirada inteligente, bronceado por el sol y con aire de forastero.  Martina le pidió disculpa, acompañando su excusa con una sonrisa, desacostumbrada en ella; el desconocido le hizo un tímido saludo con la cabeza, en señal de sorpresa admirativa, permaneciendo al principio como asombrado, corriendo luego a remover los cueros que cubrían el hueco abierto de la puerta del local para facilitar su salida.
Poco después preguntaba al pulpero sobre la joven, se enteró que era la hija del cacique Chapanay.  Quiso gustar el brebaje llevado por la muchacha, que el pulpero le mostró, logrando que éste le sirviese una copa, que le gustó.  El paisano se dirigió al día siguiente a Zonda donde se reunió con el padre de Martina para informarle que Quiroga lo enviaba desde su patria chica, La Rioja, para invitarlos a participar en las montoneras que estaba reuniendo, con hombres de allí y de los pueblos hermanos, para defender la libertad de todos los hombres de esas regiones.  El propósito de salir a la lucha, en esos momentos precisos que la patria debía organizarse, en procura de un gobierno que los protegiese a todos contra las injusticias y abusos a que estaban reducidos desde hacía mucho tiempo, era justo y honroso.
Martina colaboró con el General San Martín en la gesta del Cruce de Los Andes. “Se convirtió en una de las tantas y tantos chasquis que llevaban y traían mensajes entre las seis columnas del Ejército Libertador. Dicen que por muchos años lució con mucho orgullo una chaquetilla que dejaba constancia de aquellos gloriosos días”, dice Pigna.

Luego asegura que a los 22 años se unió a las huestes de Facundo Quiroga y peleó junto a él, interviniendo posteriormente en todos los combates de la campaña del riojano.  Guerreó a favor de los caudillos que en las provincias encarnaron los anhelos populares.
Pedro D. Quiroga refiere que Martina “en la mitad de su carrera tuvo que lamentar la pérdida de su compañero que había perecido en la batalla de la Ciudadela en el Tucumán…”.
En efecto, uno de los jefes de la montonera de Facundo Quiroga, el intrépido comandante de gauchos consorte de Martina, perdió la vida al lanzarse en una violenta arremetida contra una línea de bayonetas del enemigo, a la que consiguió quebrar; a poco de haber obtenido ese resultado fue rodeado por milicos de infantería, y en una lucha desigual, que pudo haber prevenido, le mataron el caballo, que le arrastró a tierra, en donde le acosaron sus enemigos, ultimándole con un bayonetazo fatal.
Muerto su consorte, en la Ciudadela, el 4 de noviembre de 1831 y asesinado Quiroga en Barranca Yaco (1835), Martina Chapanay regresó al hogar paterno en Zonda Viejo, que encontró abandonado: los miembros de la pacífica y laboriosa tribu habían sido muertos y robados por el blanco, otros murieron reclutados en los ejércitos y los restantes se refugiaron en la serranía. 
El constante clima de guerra y, en consecuencia, el cierre de establecimientos, habían separado del trabajo a los hombres, y las provincias no pudieron dar a la masa desocupada el sustento necesario.  Malogrado el hábito del trabajo, se originaron las bandas nómadas aplicadas al atraco de la propiedad ajena.  Martina, asilada en los montes, y acorralada por la miseria, se convirtió en jefe indiscutida de una de ellas, siendo repartido el producto de sus robos entre los pobladores más humildes. 
Más tarde, se enroló en las huestes del gobernador y caudillo sanjuanino, general Nazario Benavídez, comportándose gallardamente en el combate de Angaco (6 de agosto de 1841) y también en el de La Chacarilla en donde dicho general, favorecido por un fuerte viento Zonda, atacó sorpresivamente a las tropas unitarias del Gral. Mariano Acha que habían acampado en este lugar después de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Angaco.  Su participación en las fuerzas federales, en defensa de la provincia de San Juan, junto al gobernador, demostró un deseo de exponer la vida en apoyo del sentir popular de Cuyo en esa contienda civil.
Asesinado Benavídez, en 1858, Martina Chapanay volvió a  asumir la dirección de una cuadrilla de bandoleros.  Poco tiempo después, abandonó esa vida,  acompañando al caudillo Angel Vicente Peñaloza en su última y desgraciada lucha en defensa de los fueros riojanos. 
Pasó sus últimos años arriesgando su vida en salvaguardia y beneficio de su “patria chica”.  Campeó contra las arbitrariedades en provecho de la comunidad, prevaleciendo en ella un deseo constante de hacer el bien al prójimo.  Sus hazañas fueron incontables y heroicas.  Llegó a tener una reputación extraordinaria como benefactora tutelar de los viajeros, y prestó grandes servicios a los hacendados. 
Sin embargo, en los finales de su vida, Martina tuvo actitudes poco felices.  Pedro D. Quiroga dice que: “en las últimas campañas de Peñaloza, ha figurado siempre en la escolta de éste, desempeñando con habilidad la delicada misión de “espía”.  Pero una vez concluida la montonera con la muerte del caudillo, tuvo la previsión de fijar su domicilio en el Valle Fértil, y se ocupaba en dar aviso a las autoridades de todas las intentonas que meditaban los montoneros que habían quedado por entonces dispersos en pequeños grupos asolando las poblaciones de la campaña de la provincia de San Juan”.
Murió en Mogna, absuelta de sus pecados por el cura párroco de Jachal, que también se ocupó de su entierro.  Su tumba ha sido observada por el historiador Marcos estrada en el cementerio viejo de Mogna: “Una cruz de madera, hincada en el suelo, señala el lugar consagrado en donde descansan los restos de una mujer argentina que sobrevivió la tragedia de su época y supo salvarse del naufragio, resucitando a la inmortalidad”.
La zona es ahora un desierto, pero en el siglo XIX las aguas del río Mendoza y del Desaguadero creaban las llamadas Lagunas de Guanacache. La construcción de una represa cerca de la ciudad de Mendoza provocó la sequía de las lagunas, y actualmente los huarpes obtienen el agua de pozos muy profundos, ya que los superficiales están contaminados con agua salada. La supervivencia de éstos se basa principalmente en la cría de cabras, la utilización de los frutos del algarrobo, un árbol típico de la zona, y la venta de artesanías en el Mercado Artesanal, que se encuentra al lado de la oficina de turismo de la ciudad capital. 
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién esta allí”. 



Lamentablemente no se conoce ningún retrato o ilustración de Martina Chapanay, pero sí nos queda la descripción que Marcos Estrada hace de ella: “de estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad.  Parecía más alta de su talla: su naturaleza, fuerte y erguida, lucía además un cuello modelado.  Caminaba con pasos cortos, airosa y segura.  Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes; su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha –mayormente en las alas-, pómulos visibles, ojos relativamente grandes, algo oblicuados, garzos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas, cejas pobladas, armoniosas, y cabello negro, lacio, atusado a la altura de los hombros.  Su fisonomía era melancólica; podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos.  A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada feminidad.  Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona.  El timbre de su voz era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo.  Animosa y resuelta, no le fatigaban los grandes viajes ni el trabajo incesante; aguantaba insensible el frío y el calor, y resistía sin lamentaciones el sufrimiento físico”.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Estrada, Marcos – Martina Chapanay, realidad y mito – Buenos Aires (1962).
Quiroga, Pedro D. – Martina Chapanay, Leyenda histórica americana – Buenos Aires (1865)
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