jueves, 30 de junio de 2011

Los espías de Los Andes, durante la campaña de San Martín

Los espías de Los Andes, durante la campaña de San Martín

La campaña de los Andes que estaba preparando San Martín en 1816 no se podía planear sobre la base de ideas, había que manejarse sobre terreno seguro. Por eso mismo San Martín contó con los profesionales del secreto, a fin de rastrear pasos desconocidos en la cordillera que le permitieran una marcha tranquila en su cruce de los Andes. No solamente esto, sino que los espías le permitieron saber las claves militares del enemigo, guardias y hasta el estado psicológico de los pueblos a los que iba a liberar.

El propio gobierno de Buenos Aires le recomendó a San Martín la utilización de espías. El Director supremo Ignacio Álvarez Thomas le decía a San Martín el 10 de mayo de 1815, que "en acuerdo de esta fecha he resuelto que los oficiales D. Diego Guzmán y D. Ramón Picarte pasen al Estado de Chile con el importante fin de promover en él la insurrección contra el gobierno español, y que informen a usted de cuantas noticias crean interesantes...”.

Este Diego Guzmán, bajo el seudónimo de Víctor Gutiérrez, fue uno de los mejores agentes de San Martín en Chile y logró enviar al Libertador una lista muy completa de la tropa, armamento y disciplina del enemigo. También le pasaba los nombres de los oficiales enemigos de mayor influencia, y el panorama general de Chile, en cuanto a organización política.

Como no había muchos agentes capacitados, San Martín adopto dos sistemas clásicos de inteligencia: el celu-lar y el radial. Con el sistema celular podía encarar operaciones en áreas grandes y flexibles, se utilizaba para buscar información sobre el ejército hispano. El segundo sistema sólo lo aplicaba para misiones muy especiales en lugares distantes o de difícil acceso.
Un ejemplo del sistema radial son las operaciones de Juan Pablo Ramírez, alias Antonio Astete; que informó a San Martín sobre varios detalles de sumo interés sobre el terreno donde se llevaría a cabo la batalla de Chacabuco.

El sistema celular o de células fue el más usado y consistía en centros de espionaje divididos en células, las cuales se situaban en las casas de patriotas chilenos que tenían la confianza de los españoles. En ciudades como Santiago, Coquimbo, Concepción, Talca y Curicó.

¿Quiénes eran?

Los agentes eran por lo general emigrados chilenos, muchos de los cuales pertenecían a familias de clase alta, y eran voluntarios en estos trabajos. Esto facilitaba la infiltración.

Grandes espías fueron Manuel Rodríguez, alias El Español o Alemán; Antonio Merino, alias El Americano; Jorge Palacios, alias El Alfajor; y muchos más. Estos no tuvieron un lugar en los manuales de historia, pero gracias a ellos se llevó a cabo el gran cruce de los Andes con todo éxito.

Manuel Rodríguez fue tal vez el mejor de los espías de San Martín; era abogado. En su desempeño como espía se encargó de enviar informes sobre la formación y actividad de los ejércitos hispanos, organizaba células de espionaje y subversión. Su cabeza tenía precio, y bastante alto. Participó en la batalla de Maipú; murió asesinado por un oficial español el 26 de mayo de 1818.

Otro de los grandes agentes de San Martín fue Domingo Pérez, el cual se encargaba, bajo la cobertura de un hombre de negocios que viajaba entre Chile y Mendoza, de los enlaces entre el mando de San Martín y las células infiltradas en territorio enemigo.

El engaño

No sólo se organizaban redes de espionaje con el fin de conseguir información, sino que también se engañaba al enemigo, mediante señales e informaciones falsas. La intriga política.
Un ejemplo curioso de la intriga política, es el del Dr. Antonio Garfias. Éste, que era un agente prorealista, El 23 de enero de 1816 se fuga de Buenos Aires. El gobierno se enteró de que se dirigía a Chile. Los conocimientos que tenía Garfias sobre el estado de las Provincias Unidas del Plata era muy bueno, así que por eso el gobierno temió su divulgación. Por carta se dan instrucciones a San Martín de que desprestigie a Garfias en Chile mediante sus agentes. "Haga usted esparcir la voz -dice el comunicado- por medio de sus agentes en Chile, de que este individuo lleva comisión reservada de este gobierno y oportunamente remita V. S. al mismo algunas cartas con instrucciones aparentes, a fin de que caigan en manos de Osorio (el enemigo). Garfias arrojará contra sí la presunción de ser americano y esta circunstancia puede favorecer el proyecto...". No necesito aclarar qué pasó con el pobre Garfias.

San Martín también enviaba correspondencia falsa sobre sus propias informaciones. Esto se hacía enviando correos, bajo la estricta orden de no resistirse ante el enemigo, con planes falsos de invasión. De esta forma Marcó del Pont, jefe español en Chile, dudó del lugar desde donde iba a llegar la invasión del Ejército de los Andes, ya que muchos correos capturados marcaban la parte sur de la cordillera como la mejor para el cruce.

San Martín también utilizaba a los indígenas para su campaña de informaciones falsas, ya que éstos estaban en contacto con los españoles y eran incapaces de mantener un secreto. Se les contaba detalles de los planes sabiendo que en pocos días estarían a oídos de Marcó del Pont.

Dobles agentes y contraespionaje

También estaban los famosos agentes dobles. Eran espías españoles que respondían al mando del sacerdote hispano Francisco López, que era espía de Marcó del Pont. Pero San Martín, cuidadosamente, los había dado vuelta, y les mandaba escribir informes que él mismo redactaba. De esta forma Marcó del Pont recibía cartas falsas a través de sus propios agentes.

La seguridad y el contraespionaje estaban bien cuidados por San Martín. Tenía todos los pasos a Chile vigilados, y nadie entrar en Chile sin tener un salvoconducto firmado por él. Logró detener y ubicar a muchos espías enemigos de esta forma, entre ellos al célebre padre López.
Un caso de contraespionaje lo tenemos en Miguel Castro, un sospechoso detenido en un puesto avanzado de la cordillera. Castro se hacia pasar por minero, pero al no poder justificar esa profesión, se lo mandó a Buenos Aires. Allí fue interrogado y se constató que no era ningún minero. Los espías eran casi todos voluntarios ad honorem, eran muy pocos los mercenarios que lo hacían por dinero, la gran mayoría lo hacía por puro patriotismo. De todos modos San Martín les mandaba dinero para comprar soplones y para gastos. No se sabe si utilizaban códigos, claves, cifrados o alguna otra forma de disimular el mensaje, pero no sería extraño que lo hicieran. Los españoles lo hacían utilizaban un sistema simple que consistía en remplazar las letras por números, separando las palabras con comas, y poniendo puntos en cualquier lado solo para despistar.

La correspondencia se llevaba por medio de caballos y mulas, pero también existen pruebas de que utilizaban palomas mensajeras: "...vuestra correspondencia ha de continuar si no por esa vía será por los aires..." dice el agente Segovia en una carta enviada a San Martín.

Los españoles también tenían espías, y los utilizaban con abundancia. En 1814 Belgrano identificó a uno, un tal Ramón quien se había hecho pasar por enfermo y había conseguido un pasaporte firmado por el mismo creador de la bandera. San Martín arrestó también a varios espías españoles.

Gracias a todos estos héroes anónimos se evitaron muertes innecesarias, campañas fracasadas y el predominio del poder español en estas latitudes.

Para saber más
Alonzo Piñeiro, Armando. La historia argentina que muchos argentinos no conocen. Buenos Aires. Depalma, 1992.
Cañás, Jaime. “Los espías de San Martín”. En: Todo es Historia. Buenos Aires, N° 16, agosto de 1968.

¿Qué era La Mano Negra?


A caballo entre la leyenda, el montaje, el mito y la realidad está la organización anarquista, secreta y violenta conocida como “La Mano Negra”. A finales del siglo XIX, una serie de asesinatos, incendios y revueltas en Andalucía, especialmente en Cadiz, fueron atribuidos a este grupo anarquista.

Los anarquistas conocidos y reconocidos negaban su relación con dicha organización y según parece no hubo muchas pruebas con respecto a la existencia de este grupo. Una lista de integrantes fue encontrada de modo poco fiable y a partir de ahí, las fuerzas del Estado, especialmente la Guardia Civil, comenzaron una dura represión.

Como decía, no se ha esclarecido si este grupo violento existió de verdad como tal o si fue un montaje del gobierno para aplacar las revueltas del campo. La Mano Negra se regía por unos estatutos a los que rápidamente tuvo acceso el benemérito cuerpo y en 1882 y 1883 sus delitos y crímenes alcanzaron cuotas sorprendentes. ¿Fueron estos hechos promovidos desde el gobierno?

El caso es que a mediados de 1882 se concentró en Jerez de la Frontera una compañía de 14º Tercio de Madrid de la Guardia Civil y pocos meses después casi dos mil detenidos eran puestos en manos de la justicia. Algunos fueron condenados a muerte.

¿Qué o quiénes eran realmente La Mano Negra? No se sabe, pero por otra parte la duda encaja perfectamente con el nombre de la organización.

Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas


El Machu Picchu es una misteriosa maravilla encaramada en una meseta de los Andes peruanos, a unos 500 metros por encima de un río. Allí, sin la ayuda de ruedas o de herramientas de hierro, los obreros incas construyeron una ciudad de piedra. Ese lugar es el mejor ejemplo de la ingeniería inca.

Los arquitectos construyeron más de 600 terrazas para evitar que la ciudad se deslizara por la montaña. Los ingenieros diseñaron un sistema de suministro de agua con una longitud de casi 1 km., y los albañiles erigieron templos en los que pueden verse los trabajos de mampostería más impresionantes del Nuevo Mundo.

Para los incas la arquitectura era especialmente importante. Los templos, construidos en los alrededores de la ciudad, están orientados para captar los rayos del sol naciente. La inclinación de los techos reflejan el Huayna Picchu, el monte que emerge tras ellos. Sin embargo, el Machu Picchu ha guardado muy bien sus secretos, ocultando durante más de 400 años su verdadero significado y finalidad.

Abandonado en el siglo XVI e invadido por la selva andina, se convirtió en un lugar perdido en el tiempo y fue olvidado incluso por la gente que lo construyó. Intacto durante siglos, Machu Picchu es una ventana al pasado, a través de la cual podemos conocer a quienes lo construyeron: los incas, una antigua civilización que creó el imperio más poderoso de Sudamérica.


En los tiempos en que Colón llegó al Nuevo Mundo, los incas controlaban todo el territorio que se extendía desde Colombia hasta Chile, un área mucho más grande que aquella controlada por los aztecas de México. Podría decirse que el imperio inca era la civilización más poderosa del Nuevo Mundo. Su dominio en Sudamérica empezó en 1438 cuando Pachacuti, un gran guerrero y líder, llegó al poder. Pero más allá de sus conquistas militares, Pachacuti inició un gran proyecto de construcción: ciudades, templos, grandes edificaciones y carreteras.

Durante siglos, Machu Picchu estuvo oculto al resto del mundo. Los conquistadores españoles nunca lo encontraron, y los diezmados incas que sabían dónde estaba acabaron olvidándolo.

Quienquiera que escogiera la ubicación de Machu Picchu, no pudo elegir un lugar más imponente. La ciudad está peligrosamente encaramada en una meseta entre los montes Huayna Picchu y Machu Picchu. Es una pendiente escarpada situada a unos 500 metros por encima del río. Diseñar y construir algo de tal magnitud en este remoto lugar fue una tarea monumental. Se necesitaron miles de trabajadores para despejar el lugar, poner los cimientos, construir terrazas y erigir las edificaciones.


La ciudad cuenta con unas 170 edificaciones, miles de escalones, varios templos y 16 fuentes. Los incas usaron cientos de miles de piedras para construir la ciudad, algunas enormes. Afortunadamente no tenían que ir muy lejos para encontrar los materiales de construcción, pues allí mismo existe una cantera. La calidad de la mampostería inca es legendaria. Las edificaciones muestran una precisión a la hora de encajar las piedras, que no tiene explicación. 500 años después, es imposible insertar la hoja de un cuchillo entre las piedras. Increíblemente, sin herramientas de hierro, los incas usaban rocas para tallar la roca.

Algunas de las rocas utilizadas en Machu Picchu pesan más de 20 toneladas. Las edificaciones más importantes dependían de que las rocas encajaran con precisión y de que su enorme peso las mantuviera en el sitio, pero hay pruebas de que en edificaciones menos importantes usaron argamasa hecha con una combinación de arcilla, tierra y pequeñas piedras.

Además del trabajo de mampostería de la ciudad, otra característica distintiva de Machu Picchu es el sistema de terrazas. Las terrazas tienen dos propósitos: proporcionaban un lugar para cultivar, y también evitaban que la ciudad se deslizara por la montaña. La construcción estratificada permitía que el agua de lluvia se filtrara suavemente a través de las terrazas. El principal cultivo era el maíz, junto a las patatas y los aguacates.

La ciudad estaba dividida en un sector agrícola y otro urbano. Los arquitectos incas diseñaron Machu Picchu para que estuviera en simbiosis con la naturaleza y muchos rasgos resaltan el paisaje. Los incas veneraban la naturaleza, la tierra para ellos estaba llena de un poder sagrado.

viernes, 24 de junio de 2011

Fangio, secuestro en La Habana




  A pocas horas de largarse el Segundo Gran Premio de Cuba, el domingo 23 de febrero de 1958, el mejor corredor del mundo fue secuestrado por el Movimiento Guerrillero 26 de Julio, comandado por Fidel Castro desde Sierra Maestra.


Por Santiago Senén González

"Disculpe, Juan -escuchó el piloto de Balcarce la noche anterior a correr el Gran Premio de Cuba, en 1958- me va a tener que acompañar".
  La escena e produjo en el hall del Hotel Lincoln de La Habana, cuando un militante del Movimiento 26 de Julio interrumpió la charla que el quíntuple campeón mundial sostenía con sus mecánicos. Ayudado de una pistola calibre 45, el revolucionario lo obligó a que lo siguiera hasta la calle, donde los esperaba un automóvil.
  Fangio había sido invitado a participar en una carrera de autos sport en la isla. La competencia era parte de los eventos deportivos programados por el gobierno cubano para mejorar la imagen del dictador Fulgencio Batista, quien por esos días enfrentaba la más dura crisis de todos sus años de mandato.
  Al joven alto y morocho que entró al hall del Lincoln en búsqueda del campeón mundial le temblaba el pulso, pero no dudó en cumplir su cometido. "Yo estaba esperando que el custodio tirara, para arrojarme al suelo, como en las películas de acción", recordaría Juan Manuel Fangio tiempo después. Nadie disparó; Alejandro D'Tomasso, otro de los corredores, hizo un leve movimiento, como para alcanzar una caja cercana; pero una sugerencia del activista, que le dijo: "Cuidado... haré fuego si se vuelve a mover", lo convenció de suspender definitivamente sus planes. "¡Otro movimiento y los mato!", repitió el guerrillero ante los movimientos incómodos de Stirling Moss, otro gran corredor presente en la isla. En tanto, D'Tomasso se quedó muy preocupado por la situación. "Pensé que aquella gente estaba dispuesta a todo", afirmaría más tarde.
  Marcelo Giambertone, el manager de Fangio, recordaría, durante las horas del secuestro, la confianza de ganar la carrera que le había manifestado el campeón antes de bajar al hall del hotel al encuentro con los corredores y el valor que mostró cuando llegaron por él: "entró el hombre de la chaqueta de cuero, y creo que el menos nervioso de todos era Juan Manuel. El siempre ha dado muestras de tener nervios de acero. Hasta sonrió cuando lo encañonaron con la pistola...".
  El Chueco -con la pistola contra la espalda, sin violencia pero con firmeza- fue obligado a salir hasta la esquina, donde lo subieron a un Plymouth negro. Los testigos lo vieron alejarse por la calle Virtudes, mientras otros cómplices, también armados, cubrían la retirada. Le dijeron que si los descubrían las balas pondrían en peligro las vidas de todos. Fangio pidió una gorra, porque pensó que podían identificarlo por "la pelada", pero no tenían nada, ni siquiera anteojos, así que se acurrucó todo lo que pudo en el piso del auto. Recién en ese momento empezó a convencerse de que se trataba verdaderamente de un secuestro, ya que en un principio dudó, pensando que era la contrapartida de una broma hecha a Giambertone.
  Después de una hora de recorrer la ciudad, y luego de haber pasado un control policíaco de rutina y cambiado dos veces de vehículo, el corredor argentino era llevado, por fin, al lugar donde permanecería secuestrado hasta después de la carrera. Entraron a una casa por la escalera de incendio; en una habitación había una mujer con un chico; en otra, un hombre herido. Los secuestradores se retiraron, a excepción de dos que quedaron como custodios. Poco tiempo después volvieron a buscarlo, subieron a otro automóvil, y lo llevaron a una nueva casa, en El Vedado, la zona aristocrática de La Habana. En el traslado no le vendaron los ojos, por lo que pudo ver hasta el número de la casa. En el nuevo destino había mucha gente que festejaba el éxito del, operativo; algunos pedían autógrafos al campeón que, sin nada que temer, se atrevió a comentar que no había cenado. Fangio pensaba pasar la noche previa al Segundo Gran Premio en la habitación 810 del Hotel Lincoln (el cuarto, con recuerdos del quíntuple campeón de automovilismo, actualmente lleva su nombre), pero el joven Manuel Uziel, una causa revolucionaria y un arma alejaron al piloto del hotel.
  De esa noche recordará, años más tarde, los infinitos pedidos e disculpa que recibió y la cena (patatas fritas con huevo) que le preparó la dueña de casa a condición de que "no sea muy fino". Al día siguiente, el domingo por la mañana, Faustino Pérez le acercó los diarios; conversaron, y Fangio le pidió que le avisaran a su familia, de lo que Pérez se encargó personal e inmediatamente. La carrera era televisada, pero el corredor rechazó la invitación a mirar: no podía resistir el ruido de los motores y no estar allí.
  Amistad y agradecimiento devolvería Fangio a sus captores; creía en el destino, por lo que los sucesos de la carrera del 58, en el Malecón, el circuito costero de La Habana, le harían pensar en su buena suerte: "Cuando las cosas se serenaron un poco y los secuestradores dejaron de pasearme por casas y departamentos, no tuve más remedio que decirles: miren señores (...) quizá ustedes me hicieron un favor".
  El Maserati 450 S con el que debía correr era propiedad de un norteamericano, y ya había corrido en Venezuela. Si bien en el circuito de pruebas, el sábado 24 de febrero, Fangio había marcado el mejor registro de clasificación, el auto tenía algunos problemas.
  En la costanera había un salto, y cada vez que el Maserati pasaba por ahí, levantaba vuelo y, al caer, iba de cordón en cordón. Los mecánicos pensaban que eran los amortiguadores, pero después se dieron cuenta de que el coche estaba volcado: midieron una diferencia de más de cinco centímetros en la trocha, entre las ruedas de un lado respecto de las otras.
  El corredor argentino había hablado sobre los inconvenientes de su auto con Bertochi, el jefe de mecánicos de Maserati, cuando a punta de pistola, lo sacaron del Lincoln.
  Fangio no había sido liberado aún cuando le informaron que la carrera había sido suspendida por un accidente. En la quinta vuelta se despistaron dos autos, muriendo seis personas y cuarenta resultaron heridas.
En carrera a la revolución


  Unas pocas horas después del secuestro de Fangio, la noticia ocupaba los titulares de los principales diarios y revistas de América y Europa. La revista cubana Bohemia señalaba: "En París, Londres, Nueva York, Roma, Ciudad México y Buenos Aires se le dieron importantes espacios en las primeras planas. Las agencias cablegráficas especulaban con el sensacional secuestro del más afamado automovilista del mundo".
  La Habana era noticia: el régimen político imperante, las motivaciones del Movimiento 26 de Julio y el estado de tensión en que se vivía quedaron bajo la lupa de todas las capitales del planeta.
  Mientras el corredor argentino, a los 46 años, era el piloto que más títulos había ganado en Fórmula 1, y era seguido por multitudes de espectadores, la dictadura cubana debía recurrir cada vez más a la represión ante la imposibilidad de manejar la situación pacíficamente.
  La guerrilla avanzaba, y los actos de sabotaje se repetían casi a diario. Veinticuatro horas antes del secuestro d Fangio, un grupo de rebeldes había realizado un audaz golpe contra el Banco Nacional de Cuba sin robar un centavo: simplemente prendieron fuego a millones de cheques. También había circulado la versión de que Castro ofrecía la paz a cambio de elecciones supervisadas por la OEA (Organización de Estados Americanos) y el control militar de la provincia de Oriente. Rumores y actos inesperados se mezclaban para crear un clima de confusión, incertidumbre y expectativa.
  El Segundo Gran Premio de Cuba había sido organizado con el propósito de demostrar que en la isla "no pasaba nada"; toda la atención debía fijarse en el circuito El Malecón. Pero el régimen de Batista no había contemplado la posibilidad de que todo el aparato publicitario montado se le volviera en contra.
  Los partidarios de la lucha guerrillera y clandestina no estaban dispuestos a desaprovechar su gran oportunidad: el grupo comandado por Fidel Castro había decidido difundir la causa que los movilizaba. Ya un año antes habían planeado el secuestro de Fangio, pero la falta de tiempo y dificultades organizativas habían frustrado la acción. En el 58, a diferencia del año anterior, los revolucionarios estaban organizados, por lo que se decidieron a planificar detalladamente la acción. Según declaraciones de uno de los ideólogos, publicadas en Bohemia, el grupo contaba con toda la información necesaria: "dos horas antes del aterrizaje ya sabíamos el número de la habitación que ocuparía en el Hotel Lincoln. También investigamos el color, chapa y modelo del auto que Fangio tendría a su disposición en La Habana".
  El plan debía llevarse a cabo con mucha precisión, porque el Chueco llegaría sólo dos noches antes de la carrera. El grupo guerrillero aún estaba decidiendo el lugar más preciso; se pensó en ir a buscarlo a su propia habitación, y luego se mencionó la posibilidad de esperarlo a la salida de un programa de TV, al que asistiría el sábado por la noche.
  Se resolvió lo último. Tres autos se apostaron a la salida del estudio, pero los amigos, la custodia y el público que rodeaban al corredor obligaron a suspender la operación.
  Los obstáculos seguían. Sobre todo, la excesiva vigilancia, que impediría nuevamente concretar el rapto, esta vez a la salida de un cóctel en el Hotel Nacional. Un miliciano, que se encontraba dentro del edificio, informó de un incidente con un fotógrafo que había puesto al descubierto la cantidad de guardias de civil que estaban controlando la reunión.
  Durante todo este tiempo Fangio era seguido siempre por un auto. Otros dos estaban ubicados en lugares convenidos, desde donde se comunicaban por teléfono, para reemplazarse, y de ese modo evitar que los identificaran. Pese a los inconvenientes, el operativo estaba montado y el secuestro se iba a realizar. El domingo, en el circuito de pruebas El Malecón, el control policial obligó a reconsiderar la situación: "siempre iba a estar rodeado de amigos y custodios, así que acordamos secuestrarlo en las narices de sus acompañantes". Así fue como decidieron entrar al Lincoln la noche previa a la carrera.
  Horas después, las agencias de información comenzaron a recibir la sorprendente noticia: "Habla el 26 de Julio... Tenemos secuestrado a Fangio... No se alarmen, no hay peligro para su persona.. Seguiremos informando".
  El secuestro fue un duro golpe para los proyectos de Batista. La situación era desconcertante. Se anunció que el propio general - presidente y jefe del Estado Mayor Conjunto asumían la dirección de las investigaciones. En pocas horas se montó un gran operativo, y miles de miembros de los institutos de investigaciones se pusieron a buscar al corredor argentino, analizando todas las pistas posibles. Los testigos fueron sometidos a la inspección de archivos fotográficos con el propósito de identificar a los secuestradores. Las salidas de la capital y los aeropuertos fueron controlados. Pero todo parecía inútil, no se conseguía avanzar en la búsqueda.
Dilema para secuestradores


  Después de la carrera, con su objetivo cumplido, los miembros del grupo revolucionario se enfrentaron a un nuevo problema: cómo liberar a Fangio sin que corriera riesgos. El temor provenía de la posibilidad de que la gente de Batista matara al corredor para culpar, y así desprestigiar, a Fidel Castro.
  Pensaron en dejarlo en una iglesia, pero el Chueco les pidió que llamaran al embajador argentino. Una mujer y dos jóvenes lo llevaron ante el diplomático, quien era nada menos que el primo de Ernesto Che Guevara, dejándole una carta en la que manifestaban que no tenían ningún problema con la Argentina, que sus objetivos se restringían al derrocamiento de la dictadura cubana y, nuevamente pedían disculpas.
  A 27 horas del secuestro, Fangio -sano y salvo- quedaba en mano de las autoridades argentinas. Una vez libre, recalcó ante los periodistas habaneros lo bien que había sido tratado. Estuvo en tres residencias -sin que le vendaran los ojos en ningún momento-, y en los tres lugares contaba con tantas comodidades como en el hotel. Los reporteros no evitaron las sonrisas cuando el argentino manifestó que había charlado "macanudamente" con sus captores.
  El M 26-7 logró publicitarse, tal como lo había planeado, pero también Fangio vio incrementada su popularidad. De La Habana viajó a Miami para descansar algunos días; allí, el intendente le entregó las llaves de la ciudad; luego fue invitado al programa de televisión más popular de la época, en Nueva York.
  Le ofrecieron mil dólares por presentarse diez minutos en el programa de Ed Sullivan, junto a Jack Dempsey. El campeón comentaría con ironía que "había ganado cinco campeonatos del mundo, había corrido y ganado en Sebring, pero el secuestro de Cuba fue lo que me hizo popular en Estados Unidos".
De tu querida presencia... Fangio


  Fangio volvió a saber de los revolucionarios cubanos unos meses después del secuestro. Se comunicaron con él cuando se encontraba en una carrera en Indianápolis. En aquel momento le pidieron que intercediera ante el general Fernández Miranda por la captura del que lo obligara a salir del Hotel Lincoln para mantenerlo privado de su libertad por unas horas.
  El corredor accedió a la solicitud, dijo al militar que había sido bien tratado, que su vida no había corrido peligro, y pidió que no se tomaran medidas muy severas. Obtuvo la promesa de Miranda de que se iba a ocupar personalmente del caso, y no supo más del tema.
  Faustino Pérez había sido el cabecilla de la operación del 58. Llegó en el Granma, el barco en que los revolucionarios, exiliados en México, regresaron para llevar a cabo la insurrección. Pérez fue jefe de la resistencia y, con la revolución en el poder, ocupó diversos cargos. Otros de los participantes en el secuestro no tendrían tanta suerte, como Oscar Lucero y Blanca Niubi, quienes fueron torturados y muertos por la policía de Batista.
  "Cuando la revolución triunfe, lo haremos invitado de honor", le había dicho Arnold Rodríguez, uno de los guerrilleros que intervino en el operativo. Un año y medio después, con Fidel Castro a la cabeza del gobierno, Fangio recibió la prometida invitación. Pero su regreso a Cuba no se concretó en ese momento, sino veinte años más tarde.
  Fue en 1981 cuando volvió a visitar ese país, como presidente de la empresa Mercedes Benz, para concretar la venta de unos camiones al gobierno cubano. Lo recibió su amigo, Faustino Pérez, en ese momento ministro de Industria de Cuba. Fidel Castro interrumpió una importante reunión internacional para entrevistarse con él y pedirle disculpas por el operativo del 58.
  Con ocasión del vigésimo quinto aniversario de su encuentro con el Movimiento 26 de Julio, Fangio recibiría un telegrama de saludo de sus amigos los secuestradores recordando "aquel episodio" que, "más que secuestro y detención patriótica, sirvió, junto con su noble actitud y su justa comprensión, a la causa de nuestro pueblo, que siente por usted viva simpatía, y en nombre del cual lo saludamos al cabo de un cuarto de siglo". Unos meses antes -luego de una intervención quirúrgica en la que le implantaron el quíntuple by-pass aorto-coronario- había recibido otro mensaje, en su oficina de la Mercedes Benz, deseando su recuperación. También para su cumpleaños número 80, entre los mensajes de todo el mundo que llegaban a su casa para saludarlo llegó uno de Cuba: lo firmaban "Sus amigos los secuestradores".
  Arnold Rodríguez, otro de los secuestradores, viajaría a Buenos Aires especialmente para ver a Fangio. En 1992 fue invitado al sexto aniversario de la inauguración del museo en honor al piloto. El mismo está en un edificio construido en 1906, detrás de las históricas paredes de la anterior sede comunal de Balcarce.
  El Museo -de 5000 metros cuadrados- cuenta con un microcine de 110 butacas, donde pueden revivirse recordadas imágenes de carreras de autos de Fangio. Desde sus comienzos en carreras regionales hasta las que disputara en pistas de todo el mundo, incluyendo las de Turismo Carretera. En el interior del Museo hay también autos, premios y medallas.


  Actualmente, en la puerta del Hotel Lincoln, situado en el reparto (barrio) de El Vedado, en la ciudad de La Habana, una placa de bronce recuerda aquellos años: "En la noche del 24-2-58 en este mismo lugar fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de Julio, dirigido por Oscar Lucero, el cinco veces campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio. Ello significó un duro golpe propagandístico contra la tiranía batistiana y un importante estímulo para las fuerzas revolucionarias".

jueves, 23 de junio de 2011

El Olonés, el bucanero que comía corazones


El Olonés, el bucanero que comía corazones



Jean-David Nua, también conocido como François l’Olonnais, fue un bucanero francés que durante dos décadas aterrorizó el Caribe en el siglo XVII. Las historias que se cuentan de él lo ponen como uno de los bichos más crueles y feroces de entre los Hermanos de la Costa. También es uno de los piratas más famosos. Por cierto, si quieren saber la diferencia entre pirata, bucanero, filibustero y corsario, lean esta curistoria.

Según la leyenda, sus hombres le seguían con fidelidad y eran igual de bárbaros que él. Consiguió infinidad de tesoros y sus métodos de interrogación rozaban el canibalismo. Escogía a uno de los hombres que iba a interrogar y, para que el resto supieran con quién se la estaban jugando, le cortaba el cuerpo en pedazos o le abría el pecho, extraía su corazón y lo masticaba, para escupirlo finalmente a los que seguían con vida. Con seguridad, estos acababan hablando.

Después de aterrorizar las costas centroamericanas, el Olonés tuvo la mala suerte de naufragar. Aguantó un tiempo luchando contra los indios. El Olonés y sus hombres intentaron escapar usando unas barcas que habían construido, pero fracasaron en el escape y acabaron siendo capturados por la tribu kuna. Todos los bucaneros murieron a manos de los indios. Todos, menos uno, que fue el que relató lo ocurrido: “lo despedazaron y descuartizaron, lo asaron y… se lo comieron”.

Los kuna eran antropófagos y por una extraña justicia divina, el Olonés, el bucanero que comía corazones acabó siendo devorado.

martes, 14 de junio de 2011


La Historia de Rufina Cambaceres
La catalepsia




Del acervo de fascinantes historias, públicas y privadas, encantadoras o macabras,
sugestivos relatos sobre el tradicional Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, quisiera rescatar uno en particular que se ha quedado plasmado de manera casi diría sonora en el tapiz de mi alma.
Se trata de la historia de una joven, su nombre: Rufina Cambaceres , quien pasó por esta vida casi como en un suspiro, en una mixtura de amor , horror y tragedia, solo Dios sabe porqué...
Pródigas y variadas son las versiones existentes sobre la vida y muerte de esta muchacha: se dice que murió de amor, también de catalepsia, otros aseguran que es la "dama de blanco", rondando en los corredores de la antigua necrópolis.... Veamos someramente la historia...
Eugenio Cambaceres, escritor bonaerense de la década del 1800 , intentó exponer ante los ojos de todos las hipocresías de la gazmoña alta sociedad de fines del siglo con sus ácidas obras, y por añadidura fue rechazado socialmente a causa de haber elegido para contraer matrimonio a Luisa Baccichi, quien había nacido en la ciudad italiana de Trieste habiendo arribado a una moralista Buenos Aires integrando uno de las tantos conjuntos de bailadoras inmigrantes, tan mal vistas por la sociedad de esa época.
Como único fruto de este matrimonio, nace Rufina, a quien desde la más tierna edad también persiguió la censura de la que fue víctima su madre, quien era apodada por la "gente bien" como "La Bachicha", en burlesca alusión a su apellido y origen. Suponemos que no debe haber sido fácil la vida de esta joven.
Como añadido, quiso el destino llevarse de esta vida a su padre, Eugenio Cambaceres enfermo de tuberculosis, y así Luisa y Rufina quedaron solas, en un palacete sito en la calle Montes de Oca y una estancia, "El Quemado", como parte de su herencia.
La niña desarrolló un carácter contenido y solitario. Mientras que su madre, un par de años después de la muerte de Cambaceres , pasó a convertirse en "la querida" de Hipólito Irigoyen, el único presidente soltero que tuvo la Argentina y con quien tuvo luego un segundo hijo, Luis Herman, el cual solicitó autorización para usar el apellido Irigoyen (con "i" latina), anteponiéndolo a su apellido materno, lo que fue aceptado por la Justicia. Medio hermano de Rufina, quien en estos temas estaba ajena como era de costumbre en esa sociedad que preservaba a las jovencitas de "ciertos temas".

Un libro reciente la bautizó "La escondida, y es porque Luisa Bacichi estuvo en silencio junto a Yrigoyen desde la primera presidencia sin que esto tomase estado público oficial.
Para ese entonces Rufina ya había cumplido catorce años, era muy agraciada y cantidad de mozos rondaban la antigua casona de Montes de Oca, sin obtener no obstante sus favores. Ella sabía a quien amaba, con ese silencio que la caracterizaba.
Corría el año 1902, algunos hablan de 1903..., pero fue el día 31 de mayo en que Rufina cumplía sus diecinueve años, y Luisa había dispuesto una importante celebración para terminar luego la noche en el Teatro Colón disfrutando de una función lírica. Tales eran los planes. Sin embargo, el destino movió los hilos en un sentido diferente.
Según cuentan, ese día del cumpleaños diecinueve de Rufina, mientras ella se estaba acicalando para dirigirse al teatro, recibió de labios de su amiga íntima una revelación que desencadenaría los hechos subsiguientes. Esta le confesó un secreto que había mantenido bajo resguardo durante largo tiempo y sintió el momento de revelarlo. ¿ Y de qué se trataba? Pues que el mismísimo novio de la niña mantenía relaciones con su bella madre, que eran amantes. El impacto que le produjo esta confidencia ocasionó a Rufina tal lacerante dolor, que su corazón literalmente se destrozó y le provocó la muerte en el acto.
Ese fue el momento en que Luisa oyó el aullido pavoroso de la mucama que halló a Rufina, corrió a su recámara y la halló tendida en el suelo, inmóvil, muerta. Uno de los médicos presentes diagnosticó un síncope. Tres médicos certificaron que Rufina había muerto.


Hipólito Yrigoyen se cuidó de acompañar a Luisa e inhumar sus restos en la Recoleta.

Sin embargo, esta funesta historia no había acabado aún; el espanto recién comenzaba.

Un par de días más tarde, el cuidador de la bóveda de los Cambaceres debió comunicar a Luisa que descubrió abierto y con la tapa quebrada el féretro de Rufina. El cajón se había movido; y cuando lo abrieron, encontraron a la joven con el rostro y las manos arañados y amoratados.
Se cuenta que Rufina habría sido víctima de un ataque de catalepsia y despertó en la oscuridad del sepulcro para rendirse y volver a morir después de una desconsolada y estéril pelea.

Oficialmente se manifestó que se había tratado de un hurto, dado que la niña había sido enterrada con sus joyas más lucidas; no obstante, a Luisa le tocó vivir el resto de su vida remordida por el conocimiento y certidumbre de que su hija había padecido un ataque de catalepsia por lo que fue sepultada viva.

Una versión más retorcida y no comprobada, que aparece en un libro de Victoria Azurduy y avalaría la anécdota de "la amiga", dice que la madre de Rufina, Luisa , le proporcionaba un somnífero a su hija para poder encontrarse clandestinamente con su amante, que era verdaderamente el pretendiente de la hija. Parece que esa noche, la joven tomó una dosis más fuerte e ingresó en un coma profundo, del que despertó en la tumba.

Ese es el motivo por el cual en el monumento que recuerda a Rufina se la representa tratando de asir el picaporte de una puerta. Imagen dolorosa y trágica, como suelen ser tanto el amor como la intolerancia.

Mientras, la trágica escultura de Rufina Cambaceres impera eternamente entre las brumas y las luces mortecinas de la Recoleta, intentando tal vez inmortalizar a la joven hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa, como padeciendo un castigo por la censura de la sociedad de su tiempo.